Órdago de Teherán
Actualizado:La decisión iraní de romper los sellos de su instalación nuclear de Natanz ha resultado un auténtico mazazo para la estrategia diplomática desplegada durante dos años y medio por la troika europea -Alemania, Francia, Reino Unido- y en parte por los propios Estados Unidos, que habían delegado la mayor carga de la gestión de la crisis a los europeos. El sentimiento que invade a los negociadores, que se reúnen hoy, es claramente de pesimismo y decepción.
Pocos dudaban de que la reanudación del programa atómico se produciría, a la vista de las fintas con las que Teherán llevaba meses dilatando el proceso negociador, y más aún con la llegada a la jefatura del Estado del ultrarradical Mahmud Ahmadineyad. De hecho, la instrumentalización política de la crisis nuclear ha sido constante y la sobreabundancia de la retórica nacionalista desplegada por este fiel guardián de la revolución jomeinista indicaba claramente lo que se podía esperar de él. Con todo, los actos de Ahmadineyad deben ser insertados en la compleja situación geopolítica regional: Irán es un país chiíta, rodeado de países suníes, o bajo control norteamericano, y envuelto en un entorno hostil. Incluso conviene no descartar el hecho de que el furibundo presidente iraní, que no era de ninguna manera el candidato preferido por el autoritario Consejo de los Guardianes -órgano que realmente detenta el poder en Irán-, en el fondo no esté lanzando sino un órdago dirigido más a potenciar una estrategia interna de reafirmación que al enfrentamiento directo con la comunidad internacional. Lo que no ofrece duda alguna es la cuestión técnica: si el Gobierno iraní desease realmente disponer de combustible nuclear para uso estrictamente civil podría perfectamente comprar el que necesita, como hacen muchos países, o aceptar la notable propuesta rusa de enriquecer su uranio en suelo ruso. Y, sin embargo, Ahmadineyad insiste empecinadamente en su derecho a enriquecer el uranio en suelo nacional, llegando al absurdo -por ser Irán el régimen que es- de invocar frente al mundo el derecho democrático de una nación a investigar cómo mejorar su producción energética.
El sentido común dicta que Irán debería aceptar la proposición rusa, aunque parece que Teherán está más deseoso de que Israel ejecute un ataque militar a sus centros nucleares -lo que catapultaría al actual presidente iraní por encima del poder de los ayatolás- que de obtener sustanciosas contrapartidas energéticas. Es ahora cuando hay que tener la mente muy fría y no dar pasos -cuando aún hay tiempo- para los que después no habrá oportunidad de vuelta atrás. Pero igualmente, y de persistir en su cerrazón, deberá ser el Consejo de Seguridad de la ONU el que tome cartas en el asunto si se quiere evitar en la región una escalada de impredecibles consecuencias.