Crujido de pagarés y tic tac de relojes. Los suizos en el Cádiz del siglo XVIII
Actualizado:¿Por qué a los suizos les ha interesado Cádiz? La contestación nos la ofrece un viajero francés de 1760, que al cruzar aquella comarca agreste camino de Italia, constataba que había: « pocos sitios donde el amor a la ganancia reina con más emporio que en Ginebra »
Esta Ciudad-República, como muchos de los cantones componentes de la actual Suiza, eran potencias protestantes con tentaculares redes internacionales a través de sus numerosos ciudadanos burgueses, esto a pesar de que en muchas ocasiones se hayan naturalizado mediante pago. Así no es de extrañar que los escasos auténticos suizos y la mayoría de nuevos ciudadanos de estas tierras, siempre acogedoras de todos los proscritos en materia religiosa, y mejor si eran tan adinerados, se implicaran, de una forma u otra, en los negocios gaditanos.
Nunca la mini-colonia suiza en Cádiz ha superado las cincuenta personas al mismo tiempo, pero a pesar de ello podía pasar, en el año 1791, como una minoría bastante fuerte.
Se puede considerar que aproximadamente un tercio se dedicaba al comercio al por mayor (americano) y otro tercio a actividades intermedias, entre éstas la relojería. Había a veces artesanos afincados durante dos o tres generaciones en Cádiz, depositarios de los mejores talleres asentados alrededor del lago Lemán. Se comprueba el gran número de cabonotiers (así se llamaba a los relojeros ginebrinos que trabajaban en cabinets [gabinetes] o desvanes luminosos de las casas), que trabajaba para el mercado gaditano y sus exportaciones de ultramar, a través de fuentes como algunas contabilidades empresariales milagrosamente salvadas y protocolos notariales que mencionan acuerdos de sus acreedores con los clientes morosos gaditanos El tercio restante estaba dividido en diversas actividades entre las que se destacan los dependientes de los reposteros y moledores de chocolate. Ellos fueron, al parecer, los precursores de la tan famosa especialidad suiza, que no se comercializará antes de 1830.
A pesar de todo, la verdadera influencia suiza en Cádiz era la de los inversionistas en la sombra, desde las lejanas tierras alpinas o desde sus bancos parisinos. Estaban siempre en un segundo plano, detrás de sus gerentes-directores de empresas bajo el mayoritario pabellón francés.
El ejemplo típico es el banquero ginebrino Jean Robert Tronchin, totalmente arruinado en 1724 por una quiebra londinense. Renació como el Fénix de sus cenizas al poseer en 1753 la cuarta parte de la inversión de uno de los tres socios de la poderosa compañía franco-ginebrina Garnier, Mollet y Cía., con el envidiable capital de 1.200.000 reales. Sin olvidar que el socio comanditario principal era otro ginebrino, Jean Louis Labat, Barón de Grandcou, un señorío a las orillas del lago Neuchàtel, donde funda una fábrica de telas indianas de algodón estampado, muy de moda, cuya producción se exportaba en parte a América a través de Cádiz.
Tales situaciones, tan repetitivas como variadas y a veces sorprendentes, salpicaron la vida económica y social gaditana a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, y deben tenerse en cuenta en el pasaje global que los historiadores intentan llevar a cabo respecto al Cádiz del siglo XVIII.
Intentaremos relatar todo esto en un libro ya planeado que verá la luz próximamente.