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JUAN CARLOS DELGADO 'EL PERA' PILOTO PROBADOR DE COCHES

«Un niño nunca es un delincuente»

Con seis años robaba coches y hoy da clases a la Guardia Civil. El filme 'Volando voy', de Miguel Albaladejo, cuenta una vida de película

OSKAR L. BELATEGUI/
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Juan Carlos Delgado (Madrid, 1969) fue el delincuente más precoz de la Transición. A los once años ya acumulaba 150 detenciones, decenas de robos a mano armada y dos intentos de homicidio. El sur de Madrid temblaba cuando veía volar un 1.430 sin conductor: era el Pera, que a duras penas llegaba a los pedales. Aquella épica del descampado acabó mal para otros héroes del extrarradio: El Vaquilla, El Torete Los coches y La Ciudad de los Muchachos, un centro para chavales conflictivos, salvaron al Pera. Campeón de automovilismo y periodista de motor, Delgado hoy da clases de conducción evasiva a la Guardia Civil y tutea al ministro de Interior. Volando voy narra «el cambio espectacular de alguien que no tenía miedo a nada, ni siquiera a cambiar», según su director, Miguel Albaladejo.

La película, que se estrena este viernes, esquiva la complacencia, «ese afán de superación, que tanto me molesta en el cine americano», matiza el realizador. Delgado tendría que estar hoy «en Detroit, probando nuevos modelos», pero defiende un guión escrito a cuatro manos. A veces, habla de sí mismo en tercera persona. «No es un blandengue, sigue siendo el Pera», advierte Albaladejo.

-¿Cómo era Getafe en los 70?

-Una ciudad dormitorio pequeña, mal diseñada arquitectónicamente. Con mucho emigrante. Una mezcla explosiva.

-Se vivía en la calle.

-Yo hacía lo que me apetecía desde los seis años. Entonces empezó la aventura del Pera. Sólo tengo el graduado escolar, pero saber interpretar la calle te da mucha cultura.

-De familia pobre pero honrada.

-El colmo de la mala suerte. Mi padre era albañil y mi madre ama de casa. Cinco niñas y yo, un niño inquieto, aunque ahora soy más hiperactivo todavía. Estaba cinco o seis días sin aparecer por casa.

-¿Sus padres han visto la película? Porque no salen muy bien parados

-La palizas que salen son verdad, más me tenían que haber dado.

-¿Qué le descarrió?

-«Mi hijo no es malo», decía mi madre me recogía de la comisaría. «Que son las juntas, los amigos». De eso nada: yo era el peor, el cabecilla con más responsabilidades.

-Tampoco es muy complaciente la visión de la Policía: un comisario corrupto, torturas

-Hoy no pasaría, pero en aquella época eran unos cabrones. Ellos eran los malos y nosotros, los buenos. Entonces te caían hostias por abrir la boca. Ahora los menores saben que no les pueden tocar y se enfrentan a ellos: «Ten cuidado, que me pego un cabezaco contra la columna y te busco la ruina». Paradojas, de la vida: de ser enemigos a estar detrás de ellos enseñándoles.

-Sea sincero, ¿hoy entra en un cuartelillo tranquilo?

-Tengo sentimientos encontrados. Cuando me cabreo y veo injusticias me sale el Pera, cuando algún policía me para en carretera y quiere abusar del tricornio. Después pienso que soy amigo del ministro del Interior

-Le sale el no sabe quién soy yo.

-Suelo ser bastante prudente. No se puede abusar de esas armas. Eso es que no respetas a tus amigos.

Un coche fantasma

-¿Qué ha sido de sus colegas?

-No queda ninguno. Los primeros espadas han ido falleciendo por tiros, persecuciones, ajustes de cuentas, sobredosis, sida A mí la droga no me llamaba la atención, aunque picoteé. Ellos me estarán viendo desde arriba y dirán: «Mira el Pera a dónde ha llegado». España era nuestra, cogíamos lo que queríamos.

-¿Cuántos coches ha tenido?

-Todos, el parque automovilístico de España. Durante mi época de chorizo elegía el coche que quería. Luego competí, aunque me quedé en el camino de Alonso. Ahora, como piloto probador, todas las marcas me ceden sus novedades.

-¿Recuerda el primero que robó?

-Un 600. Tenía siete años. Veían un coche fantasma, sin conductor, y, claro, sabían que era el Pera.

-¿Le siguen llamando Pera?

-Mis amigos más allegados. Lo sigo llevando tatuado. Juan Carlos es el Pera.

-Era un líder nato, el más pequeño y el que tenía más cabeza.

-Cada día mío era como un mes de un niño normal. Quizá fue eso lo que me hizo ser el líder del grupo, tomar decisiones que se respetaban. Pude ser un cabrón, pero no un delincuente, porque un niño nunca lo es, lo dice la Justicia y el Defensor del Menor. Es muy fácil hacer titulares y ser peliculero.

-La educación le salvó.

-Cuando entré en La Ciudad de los Muchachos no sabía ni leer ni escribir. Sigo aprendiendo, me arrepiento de no haber aprendido más. Soy periodista, y hay otros que saben escribir muy bien, pero no prueban los coches como yo. Eso sí, si ellos tardan una hora en escribir un artículo, a mí me cuesta dos.

-¿La atención despertada por la película no le hincha la vanidad?

-Para nada. Me siento orgulloso con tanta entrevista, pero seguiré yendo por el mismo camino.

-De chaval veía Perros callejeros y aquellas película de quinquis. Y acaba protagonizando una.

-Sí, pero los protagonistas eran ídolos con pies de barro. No es mi caso. Si Volando voy tiene un mensaje es que, si encuentras apoyos, la vida te da otra oportunidad. -Sigue viviendo en La Ciudad de los Muchachos.

-Es mi mundo, mi hogar. Llevamos 36 años funcionando. Hay 120 niños internos y 600 que vienen a diario a través de jueces y asistentes sociales. Son como era el Pera.

-¿No son más duros ahora?

-Son diferentes, cada niño es un mundo. El chaval difícil no es como en mi época, cuando estábamos más encasillados. Hoy el abanico es más amplio, no sabes si el bueno es el que va de traje.

-El Tío Alberto, director de La Ciudad, estuvo procesado en 1990 por corrupción de menores.

-Salió absuelto. Envidias. Cuando alguien hace algo desinteresadamente, ya piensan mal. Pero no me gusta hablar de eso. El Tío Alberto sigue siendo mi Dios en la tierra.