El riesgo de comprar una falda y devolver un pantalón
Una expedición de jóvenes que quería hacerse con un regalo en el el primer día de descuentos cuenta sus peripecias por Cádiz
Actualizado:Los amantes de los deportes de riesgo se emplearon ayer a fondo para realizar una de sus actividades preferidas (una vez escaladas, durante las vacaciones de Navidad, las cotas más altas de los Pirineos): acudir al primer día de rebajas. Un equipo de investigación acompañó a dos jóvenes que querían buscar las principales gangas de las rebajas de enero. «Es más difícil cambiar un pantalón que encontrar novia», resumía Miguel después de que, en una tienda de ropa de del centro, una señora le recomprara el pantalón que el Rey Melchor le había dejado días antes.
«Es que esto está muy mal hecho, ¿sabes?, porque ha coincido que han terminado las vacaciones con el día después de Reyes y el primero de las rebajas, ¿me entiendes? Yo vengo porque como se te ocurra comprar unos día más tarde ya no encuentras nada». La expedición de compradores se había cruzado con María, avezada compradora que llevaba sin faltar al primer día de las rebajas 15 años, «menos cuando nació mi Rosa». Mientras contempla con detalle un jersey de punto rebajado en 10 euros se queja de que las rebajas «ya no son como antes, que sí había buenos precios, yo vengo porque no quedarme sola en mi casa». Miguel y José, los dos expedicionarios de lo barato, desisten de la idea de comprarse dos camisas iguales -oferta de Springfield- por 35 euros. No les asusta parecer el Dúo Dinámico sino la cola que hay delante del mostrador. «Lo que voy a hacer es descambiar esta sudadera de Reyes y con el dinero me compro dos cosillas», confesaba muy taimado un joven de la cola a una chica que, con cara de fastidio, le guardaba el sitio a un amigo mientras éste miraba las tallas excesivamente grandes de la mejor oferta de camisas de la tienda.
Una vez alejados de esta firma cuya música, al igual que en el resto de tiendas para jóvenes, estaba a un volumen propio de discotecas, los compradores se enfrentaron al momento más delicado de la jornada: el de entrar en Woman's Secret para cambiar un conjunto. La solidaridad masculina era perceptible en el interior del establecimiento, donde todos los varones esquivaban la mirada y ponían de cara de «no, yo aquí con la novia». Pero el equipo en el que estaba integrado el enviado del periódico era íntegramente masculino, no había con qué evadirse. «¿Que qué talla de sostén tiene mi novia? Yo que sé», responde Miguel. El buen ambiente reinante lo rompe la respuesta de José: «Una 94». El deporte de riesgo de las compras cobró todo su sentido.
Arreglado el malentendido había que buscar otra prenda para la novia de Miguel, esta vez con el silencio de Jose. El siguiente destino fue la tienda Bershka cuyo aspecto sobre las 14 horas era similar al de los bellos pueblos alemanes cuando a Atila le daba por pasar con sus hunos. Ropa tirada por el suelo, perchas descolgadas y montones de prendas desordenadas decoraban un espacio en el que las quinceañeras señalaban la camiseta y sus madres la valoraban, estudiaban y, finalmente, la acogían para pagarla o la arrojaban con desprecio al montón de prendas que se acomodaba en los pasillos. «Esta falda está rebajada 15 euros, pero no sé si sigue siendo cara», lamentó Miguel que tomó el alborozo de una vecina como señal inequívoca de que se trataba de una oferta que no podía rechazar. Eso sí, tendría que aguantar una cola mínima de siete minutos. (En este aspecto las compras eran más ágiles que en Mango, que llegaron a superar los veinte minutos.) «La gente no tiene vergüenza, en los días anteriores a las rebajas cogen las camisetas y las esconden por la tienda, para asegurarse de que van tener una», comentaba una vendedora.
Devoluciones varias
El grupo siguió su ruta. Miguel formuló la que él llamó «primera ley de las rebajas: cuanto más cara es la tienda más cortas y organizadas son sus colas». La segunda es que «cuanto mayor es quien mira la ropa más desordenada la suele dejar». Después de las compras -que se quedaron en una falda y una muestra de colonia- llegó el turno de las devoluciones. Fue lo más divertido dadas las excusas que interponían los gaditanos con sentimiento de culpabilidad por no querer los productos.
«Es que este juego de la Play ya lo tengo», argumentaba un niño que no supo qué responder cuando el vendedor le preguntó, con exquisita educación, que por qué estaba abierto. «¿No me puede cambiar el libro de Harry Potter en inglés por el que está en castellano? Es que así no me lo voy a leer». Pero no había llegado lo mejor. Mientras José y Miguel esperaban su turno una señora se le acercó al primero y le hizo una oferta por el pantalón que él iba a devolver. «Pierdo dos euros, pero gano media hora, me compensa... el pantalón no lo pagué yo».