El año que no tiene aniversarios
Actualizado: GuardarEstos gobiernos metomentodo ni siquiera permiten ya el caprichoso espejismo de los buenos deseos de Año Nuevo. Este 2006 llega con el propósito de enmienda incorporado y así no tiene gracia. Lo de fumar menos, o nada, era una de las mentiras estelares a estas alturas de calendario, pero ya no vale. Ahora está legislado y pierde toda la gracia que le daba el voluntarismo. Los deseos de mejorar la salud precisan de un inevitable componente de elección personal para tener cierto encanto, siquiera como conversación tópica. Ahora, esa intención se ha convertido en algo formal, colectivo, administrativo, empresarial y regulado un asco.
Nadie puede discrepar de la conveniencia del fin último: evitar o retrasar el lento suicidio de los fumadores. Pero eso de quitarle a la gente la esperanza de mejorar su vida para pasar a ordenárselo (inducirla, por lo menos) es muy aburrido. Ya hay un deseo menos por el que luchar cada año nuevo. La próxima Navidad le tocará el turno a la gordura, tiempo al tiempo. Así que lo de seguir dieta estricta según se tira a la basura el envoltorio de roscón de reyes o empezar a ir al gimnasio mañana también perderá todo el chiste y dejará de ser una buena intención personal para ser un consejo gubernamental, un plan ministerial un coñazo, vamos.
Es otro golpe para los que aún consideran que las difuntas fiestas sacan lo mejor de cada cual. Esos cándidos deben de llevar años sin ir a hacer compras navideñas, sin acudir a un cotillón, a una cena de empresa o sin conducir y buscar aparcamiento en estos entrañables días. De haberlo hecho, comprobarían que la compulsión compradora, comedora y bebedora saca lo peor de cada cual, convierte en bestias a los conductores, en máquinas a los dependientes y en groseros insufribles a los más honestos ciudadanos.
Lo que se ha vivido alrededor de los centros y zonas comerciales de las ciudades de la Bahía causa una triste sensación. Esos atascos y esos coches aparcados sobre las aceras (en la mediana de la Avenida de Las Cortes se han llegado a ver) recuerdan que la Bahía empieza a estar desbordada y, sencillamente, no puede permitírselo.
Si Cádiz o las ciudades de su entorno tienen una virtud es la calma, la lentitud, la vida pausada que apenas se disfruta ya en ningún otro lugar. Pobres, pero relajados. Sólo a tranquilidad ganan la partida de cualquier comparación. Tienen menos empleo, riqueza, industria, negocio, cultura, oferta de ocio e iniciativa que cualquier otra provincia española, pero conservan la virtud de vivir despacio. Cuando esa quietud desaparece, como en estos días, apenas queda nada positivo. Si Cádiz se llena de atascos, prisas, pirulas automovilísticas, crispación callejera y salvajismo angango, se queda sin nada que ofrecer.
Cabe pensar que son dos semanas de locura pasajera, pero desgraciadamente, esa tensión esporádica gana terreno en el calendario. Cádiz es un sitio agradable en el que vivir (no tanto en el que trabajar) pero empieza a resultar inhóspita en Navidad... y en agosto, en parte de julio, en Carnaval, en Semana Santa, y todos los días en el Puente Carranza y demasiados fines de semana. El centro es un laberinto de obras superpuestas y de vallas que pone el primer listo que, con permiso o sin él, cierra una calle para repellar una fachada. La movida colapsa barrios enteros incluso para el paseo a pie. El ruido es una carcoma cruel en demasiadas zonas, demasiados días del año. El civismo, la educación y la limpieza nunca fueron nuestro fuerte. Sumen, sumen y comprobarán que ya no se está tan a gusto en el paraíso.
Antes nos expulsaban de esa paz por Navidad y, quizás, un par de quincenas más al año. Pero los estresados, los que se cuelan en las colas, los bárbaros motorizados y los apóstoles del aquí mismo y del esto es lo que hay apenas nos dejan ya entrar alguna semanita perdida en ese edén gaditano. Apenas se puede disfrutar en el breve lapso que queda entre fiesta y fiesta, entre juerga y juerga. Peligrosa tendencia, porque Cádiz es tranquila o no es nada. A todo lo demás, perdemos.
El balance
Pero es época de balances, análisis y propuestas. Hay que ser positivo como un catión, que dice el gran perverso, por más que los dirigentes políticos lo conviertan en obligatorio y los convecinos, en una utopía. El año que se va resultó irrepetible para la cultura provincial. Ocasiones así se presentan cada tanto. La mayor enseñanza que deja es que la descoordinación política es un cáncer que merma muchas buenas ideas que aparecen en esta tierra. La conmemoración de Trafalgar fue una ocasión única, que no se presentará hasta dentro de un siglo.
Sirvió para demostrar que hay gente capaz de impulsar iniciativas atractivas, incluso brillantes, con pocos apoyos, menos dinero y escaso tiempo. Las muestras del Balneario de La Palma, del Museo Provincial y Santa Catalina o el montaje digital de la Diputación fueron pruebas de que hay fogonazos que aprovechar.
Lástima que el balance general sea que la falta de previsión, orden, coordinación, ganas de colaborar y de difundir es capaz de eclipsar y diluir en la indiferencia hasta la mejor de las ideas. Por lo demás, alegrías aisladas, de la mano de pioneros, osados o afortunados que deciden regalar su amor al arte en condiciones hostiles. Citoller, Rivero y Caballero Bonald fueron los mejores ejemplos. El FIT cumplió 20 años y ni siquiera con su propuesta antológica fue capaz de sacudir la triste sensación de decadencia y desgaste que envuelve en los últimos años a casi todas las propuestas culturales de la Bahía.
Las previsiones
El año que recién comienza servirá para confirmar o corregir tendencias. La Bahía de Cádiz debe saber recuperar, conservar y explotar su patrimonio. Santa Catalina es el ejemplo a seguir. San Sebastián, el Campo de las Balas, Valcárcel o el Balneario de La Palma son los modelos a repudiar o cuestionar, debatir y, si se considera preciso, mejorar. Empieza un año prólogo a elecciones municipales, así que prepárense para oir las mayores atrocidades. Alcances iniciará una nueva etapa (otra más) sin su director de los últimos lustros, el FIT ya no tendrá aniversario que celebrar, el Festival de Música Española tendrá que elegir su camino, como la programación de los cuatro grandes teatros de la zona: Villamarta, Las Cortes, Moderno y Falla. El primero sufrirá este año, por primera vez, los efectos de la crisis económica que sacude al desquiciado ayuntamiento jerezano.
Los otros tres deben decidir si siguen ilusionando a la gente, como hace un par de años, o se abonan a la comodidad de lo comercial como si fueran un canal de televisión cualquiera. El Centro Flamenco de Santa María debe abrir sus puertas para mostrar si tiene que ofrecer algo más que una promesa electoral cumplida. El de Jerez debe estar a la altura de la tradición de la ciudad que le acoge...
El espectáculo
¿Y el Centro de Arte Contemporáneo de Cádiz? Pues ahí sigue. Ni un paso atrás. Nadie sabe si es necesario, o esperado. Nadie conoce qué obras contendrá. Nada se sabe de la cesión de cuadros de la Diputación Provincial de Cádiz (procedentes de las compras en Aduana y otras muestras). Nadie entiende cómo una propuesta así va a compartir inmueble con un museo cofrade, pero allá va, por hacer que no quede... menos aún en año preelectoral.
Por ahora, lo que se sabe es que hay codazos -en las inauguraciones de exposiciones en Cádiz, sobre todo- por medrar para dirigir ese futuro centro. Concejales del PP confraternizando con responsables de Diputación para hacerse los progres y mendigar algún cuadro que exponer. Expertos en cultura, ediles (¿o se dice edilas?) en activo y hasta periodistas haciendo reverencias a presidentes, líderes y alcaldesas con tal de conseguir un gran despacho en el que nadie sabe muy bien qué habrá que hacer pero, eso sí, se cobrará. Algo más que el sueldo mínimo interprofesional, parece ser.
Cuestión de prioridades: lo importante es que aparece un nuevo pesebre. No se sabe qué expondrá, ni si hay público para semejante propuesta, pero la prioridad es que habrá un sillón nuevo, un nuevo chollo, otro sueldo por gestionar la cultura del pueblo. Hay bofetadas, y anécdotas, y escenas ridículas, rayanas en el espectáculo.
El año, en el fondo, se presenta tan divertido como todos.