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El poeta peligroso

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La literatura es la prueba de que la vida no es suficiente, decía Pessoa. El matador de Sabra y Shatila, provocador de la Intifada con su presencia en la Explana de las Mezquitas, cicatero negociador de la paz, con tangentes sospechas de corrupción por soborno y nepotismo es ahora, cuando se debate entre la vida y la muerte, el Moisés que en sus cañones guardaba la salvación del pueblo palestino. Todos los muertos son buenos.

En Oriente Próximo la muerte sienta tan bien que la cosecha de popularidad suelen procurársela los políticos en los cementerios.

Y a los ventajistas como Peres, pusilánimes como Arafat o justicieros como el primer ministro hebreo, les amanece un halo de santidad mayor en la medida que su ambición personal o su inclemencia alumbra su juicio. Sharon escondía cepos loberos bajo pétalos de rosas y Europa aplaudía cuando, a cambio de paz por territorio, el ciclópeo personaje regalaba a los palestinos un cepellón de olivo y una paloma de la paz, para que se la comieran. El temor universal a su desaparición es el principio de Peter por el que toda situación por muy mala que sea es susceptible de empeorar. Allí los corifeos fúnebres se nutren de agoreros esenciales y brutos raciales y crean personajes tan crueles como Netanyahu o clubes redentoristas tan bestias como Hamas, porteros del paraíso o del infierno, según la perspectiva desde la que se mire.

La carrera ha comenzado ya y esos dementes en sus locos cacharros animarán a partir de ahora funerales para ganar votos. Hasta las elecciones palestinas inexorables del 25 de enero e israelíes a celebrar si Yavé no lo remedia el 28 de marzo, asistiremos a una llamada a las vísceras en los mítines que convoquen a los muertos vivientes de esa parte del mundo. Todos apelarán al consabido principio de seguridad que tanto ayuda a la comprensión mientras contribuye a perpetuar el conflicto, la forma de vida en la que estos creyentes caminan altivos hacia la tumba.

Sharon es un general vencido por la enfermedad. Pero Oriente Próximo genera su propia literatura en torno a edecanes y los que han de venir serán malos, pero no mucho peores que los que se fueron. Con el asesinato de Rabin se esperaba el Apocalipsis y con la desaparición de Arafat, una guerra civil entre palestinos. Es el viaje interminable de Caronte a la otra orilla en donde deposita los restos de cuantos envejecieron esperando la paz o perdieron la vida ansiando la victoria.

'Desde el Imperio Romano hasta nuestra/ Era Atómica/ ha habido más o menos el mismo/ número de putas/ y poetas,/ y las autoridades siempre han intentado ilegalizar/ a aquéllas/ y hacer caso omiso de éstos,/ lo que demuestra lo peligrosa que es la poesía en realidad' (Charles Bukowski).