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EDUARDO LAGO ESCRITOR

«La complacencia es el peor enemigo que puede tener un escritor»

«'Llámame Brooklyn' es en algún modo un canto a la República y la España peregrina del exilo», explica el recién nombrado Premio Nadal 2006

MIGUEL LORENCI/BARCELONA
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El mismo azar que lo condujo a Nueva York hace dos décadas lo trae de regreso a España convertido en ganador del Nadal. Lo recibe con tanta sorpresa como orgullo Eduardo Lago (Madrid 1954) tras haber pasado cinco años «obsesionado» con Llámame Brooklyn, una novela de «amor, amistad, soledades y traiciones» que brinda a Enrique Alfau, el raro autor de Locos que, como él, se instaló en Nueva York. Lago está decidido a entregarse al poder de la palabra escrita, pero advierte que no se rendirá a las leyes comerciales. «Si tengo algo que decir escribiré. No me someteré a los dictados del mercado» promete.

-¿De veras nunca se preocupó por publicar?

-Así es. Escribo desde siempre, pero nunca me preocupó publicar. Sí quería aportar algo, dar con una forma literaria que me llevara a zonas no transitadas y así surgió esta novela, a dos voces, y fragmentaria. Creo que el fragmento es la condición contemporánea. Nada está claro para nadie, ni nadie posee la verdad. Como Cervantes nos demostró, la verdad se construye desde muchos lugares. Si hoy mi primera novela tiene el Nadal es por Antonia Kerrigan, agente literaria muy especial que la movió como mejor le pareció y la presentó al premio.

-¿Cómo ve el futuro de la carrera que abre el Nadal?

-La literatura de hoy se debate entre la necesidad auténtica y radical de pureza artística y las necesidades que impone el mercado. Está amenazada por la ley del mercado y la tiranía comercial. Los autores lo tienen muy difícil. Escribiré si tengo algo que decir, pero jamás sacaré algo porque lo pida el mercado. Falla quien intenta acomodarse al público. No hay que dar al público lo que quiere. Te traicionas a ti mismo. Es absurdo buscar el éxito. El Nadal es especialísimo para mí. Estar en la misma lista de Carmen Laforet, Delibes o Ferlosio, a quienes leí con admiración, es emocionante. Pero insisto, soy Nadal gracias a Antonia Kerrigan. Nunca me presenté a un premio.

-¿Quién es Gal Ackerman, su protagonista?

-Un escritor, huérfano de la Guerra Civil que a los 14 años averigua que es español y conoce su origen y su identidad. Para él, escribir su vida se convierte en una necesidad, pero tampoco tiene interés en publicarla. A mí me pasó un poco lo mismo. Tras unos años en el periodismo y en el mundo universitario y haber escrito unos cuentos, descubrí un mundo dentro de mí al que tenía que dar forma.

-¿Y se convirtió en una obsesión?

-Sí. Una obsesión de cinco años en los que he aprendido como se escribe una novela, a resolver los problemas técnicos. Lo mío era el cuento, pero la novela se convirtió en el centro de mi vida y de mi pensamiento. Una novela es como un partido de tenis. Hasta la última página, hasta el último segundo, no sabes si ganas o pierdes.

-¿Es ambiciosa?

-Mucho. Trata de tomar lo mejor de la gran tradición americana de la que me he empapado. Busca transmitir como es la condición humana hoy, y me di cuenta de que necesitaba volver a la Guerra Civil española. Me vi indagando, para mi propia sorpresa, en esa profunda herida que aún tenemos todos y que suponemos curada. Comprendí que los individuos no somos dueños de nuestro destino. Ahora que se cumplen 75 años de la República, estoy satisfecho de esa indagación. En cierta medida es un canto a la República y a la España peregrina del exilio.

-¿Qué temas aborda?

-La amistad, el amor, la lealtad y la traición en el marco de un intriga digamos que literaria. Es también un canto al poder y al misterio de la palabra escrita. Sigue el rastro de una búsqueda con varias historia entrecruzadas. La principal, la de un hombre sin raíces al que su padre explicará que estuvo en España con la Brigadas Internacionales, que su madre murió en el parto y que no pudieron dejarlo como huérfano. Regresa a España y como todos los exiliados, no sólo políticos, es un hombre oscuro, habitado por unos demonios de los que se libra escribiendo. Se enamora hasta la locura de una mujer que es su alma gemela y a la que perderá. Es alcohólico, como el protagonista de Bajo el Volcán tiene prisa y beberá hasta la muerte. Sólo podrá regresar a ese amor a través de una novela.

-Al recibir el premio se acordó de raro Felipe Alfau ¿Por qué?

-Alfau es un ejemplo y un símbolo. No quería saber nada de nadie. Escribía a su aire. Nacido en Barcelona 1902, instalado en Nueva York, escribió en inglés Locos un gran libro finalista del premio nacional de EE UU en 1990 sin que él hiciera nada por publicarlo. Alfau hablaba de americaniards, la mezcla de americanos y spaniarads. Es mi referente.

-¿Ha sido muy exigente consigo mismo?

-Sí. Es una obligación. La complacencia es el peor enemigo del escritor. Admiro profundamente a Philip Roth, que después de 20 novelas decía que no le veía la gracia al asunto pero que cada mañana se levantaba dispuesto a bajar de nuevo a la mina. Escribir es un trabajo duro, pero cada página resuelta te impulsa a la siguiente.

-¿Ha escrito con más ganas en español por estar alejado de su idioma?

-Con furia. Me daba miedo haber perdido la relación umbilical con la lengua de Cervantes. No la oía a mi alrededor y temía por mi castellano, con el que tengo una relación apasionada. He escrito añorando su sonido cada segundo. Esa nostalgia me ha dado empuje. No sé cuál será mi siguiente obsesión, pero siento una profunda necesidad de regresar a la tradición hispánica y sé que será una novela absolutamente española.

-¿Qué le llevó a Nueva York?

-La casualidad. Tuve la oportunidad de hacer el doctorado gracias a la beca que me ofreció un decano hijo de republicanos. Luego me ofrecieron trabajo en un prestigioso college y soy realmente feliz en una de las ciudades más especiales del mundo.

-¿Su novela encierra una película?

-No lo sé. Ojalá. Soy un cinéfilo crónico y no me disgustaría. El cine es muy importante en mi forma de entender la literatura, pero nunca se sabe qué pasará es ese tránsito de la palabra a la imagen. Me dicen que Ruiz Zafón se niega a que se haga una película de su novela y puede que acierte.