Cartas

El concierto de la reforma

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Hay algo en España que no hay en otros países del mundo, además de tortilla de papas y ensaladilla: hay ruido por todos los rincones. En algunos lugares llega incluso a agradar, como cuando se aterriza en Barajas en un vuelo procedente de Escandinavia. En otros lugares puede ser tan desagradable como propio a los ibéricos. En la casa de uno es insoportable. Vivo en un apartamento modesto en los Delfines y me atormenta el trueno que provoca la reforma del quinto piso: suelos, techos, paredes...

Es cierto que las obras de reforma son un mal necesario, pero ésta pasa de la raya. La tortura arranca a las 8.15 de la mañana y se sucede como una sinfonía del horror durante bastantes ratos del día: cuatro martillos pequeños hacen el pizzicato y también hay una maza allegro ma non troppo y una sierra rotaflex de mosca.

Además, los horarios se ajustan a la máxima molestia. Comienzan a las 8.15, para hacer una pausa de una hora a las 10.00. ¿Porqué no eliminar esa hora de descanso, entrar más tarde y dar una hora de sueño a los que salimos tarde de trabajar? Con la siesta ocurre lo mismo: a las tres y cuarto, juerga hasta las cinco y, luego, bocata y litrona (digo yo).

Todo esto desde hace más de un mes y medio. Al del quinto le va a quedar precioso el azulejo del baño y el estuco del pasillo, pero yo no puedo más y pido que termine el concierto: ha sido largo y desagradable.

Álvaro Rodríguez Lazo. Cádiz