VOCES DE LA BAHÍA

Carta de agradecimiento a los Reyes Magos

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En esta ocasión, queridos, admirados y respetados Reyes Magos, tras contemplar y disfrutar con los regalos que me habéis dejado, he decidido escribirles esta carta para mostrarles mi profundo agradecimiento por vuestra generosidad y por vuestro acierto. Tengo la impresión de que, a pesar de que en las vísperas de vuestra/nuestra fiesta recibís millones de cartas repletas de peticiones, son escasas las que os envían, después, para daros las gracias. Por los diversos comentarios que he escuchado a mi alrededor y, sobre todo, por las expresiones gozosas de mis familiares, amigos y colegas, he llegado a la conclusión de que este año habéis sido muy generosos, de que nos habéis traído bastantes más regalos de los que nos merecemos y de que algunos de nosotros, incluso, hemos recibido algo más de lo que habíamos pedido en nuestras cartas.

Desde hace algún tiempo, queridos Reyes Magos, cuando se acercan estas fechas, me invade una creciente inquietud al pensar en la velocidad con la que os crecen las dificultades para cumplir con vuestro complicado oficio. Hace unos años era suficiente que repartierais pelotas, trenes o patines a los niños, y muñecas, cocinitas y costureros a las niñas. Por eso viajabais en aquellos parsimoniosos camellos. En la actualidad, sin embargo, traéis numerosos regalos a todos los miembros de la familia: a los hijos, a los padres, a los abuelos, a los nietos, a los tíos, a los sobrinos y hasta al perro y al gato.

Pero es que, además, algunos regalos son tan voluminosos que no caben ni siquiera en vuestras inmensas y lujosas carrozas: este año, por ejemplo, habéis traído, en vez de aquellos trenes de cuerda de la marca Payá, unos automóviles de gran cilindrada, de acreditadas marcas alemanas o japonesas. El problema mayor -según me contáis- se os plantea cuando ni siquiera recibís cartas en las que, de manera clara, os formulamos las peticiones. Os comprendo cuando decís que, por más vueltas que le dais, no siempre lográis encontrar algún objeto que nos sorprenda y que colme nuestras ilusiones; es que, efectivamente, en los tiempos actuales, cada vez somos más los niños y los adultos a los que no nos falta de nada.

Comprendo que os preocupéis sobre todo por la desilusión que experimentan algunos cuando, a pesar de haber recibido todos los regalos que habían pedido, advierten que siguen tan insatisfechos y tan vacíos como antes. Son aquellos que viven en permanente desasosiego porque no disfrutan con lo que poseen y porque sufren con lo que tienen los demás. Son los que descubren que el caballo de cartón piedra, el balón de reglamento, la Barbie, la videoconsola, el televisor de plasma, el móvil, el ordenador e, incluso, el automóvil son globos multicolores que, cuando explotan en sus manos, sólo contienen aire a presión.

Hay que ver la facilidad con la que todos nos creemos que, como nos explica la omnipresente y omnipotente publicidad, un perfume, un traje, un collar o un reloj nos hacen más importantes y nos proporcionan la eterna felicidad. Lo malo es que, tras poseerlos, nos seguimos sintiendo tan insignificantes como antes. «Qué pena tan grande es -me decía Lola- no saber disfrutar con las cosas tan buenas que tenemos en casa». Gracias, queridos Reyes Magos, por habernos ilusionado y sorprendido, por las veces que habéis pensado en nosotros, por haber tratado de acertar con nuestros gustos, por el tiempo que habéis gastado en buscar los regalos. Gracias, sobre todo, porque hemos descubierto que, en realidad, sólo pretendéis que nos demos cuenta de una vez lo mucho que nos queréis.