Muerte dulce en la mina
«No ha sido malo, simplemente me dormí», dejó escrito en una nota uno de los fallecidos en la explotación de Virginia, en sus últimos instantes de vida
Actualizado: GuardarLa muerte no fue rápida, pero resultó dulce. Al menos eso es lo que uno de los 12 mineros fallecidos el martes en el accidente de Talmansville (Oeste de Virginia) dijo a su familia un una nota garabateada con dificultad en sus últimos minutos de vida. «Dile a todos que los veré en el otro lado», escribió Martin Toler, que a sus 51 años había pasado 32 de minero. «No ha sido malo, simplemente me dormí».
Los mineros no suelen llevar bolígrafos, excepto el jefe de sección, cargo que desempeñaba Toler. Aparentemente el hombre se lo prestó a varios de sus compañeros para que se despidiesen de sus familiares, pero ésta ha sido la única nota dada a conocer. «Es lo más preciado que hayamos tenido nunca», dijo su sobrino Randy.
Sus últimas palabras están escritas en el dorso de un recibo del seguro, con tanta dificultad que aparecen esparcidas con desorden por la página, antes de terminar con un «I love you». En medio de estos pensamientos, vertidos en la oscuridad de la mina, en un momento en que racionaban hasta el aliento para alargar la duración del oxígeno, el bolígrafo dejó de pintar. La marca del desesperado garabateo para que fluyese la tinta ha quedado arañada en el margen izquierdo.
Martin, un hombre muy religioso que ya era abuelo de un bebé de cuatro años, no podía imaginarse que afuera su familia celebraría la falsa noticia de su supervivencia, por un error ocurrido en las comunicaciones transmitidas por los equipos de rescate. «En cuanto salga le voy a decir que se retire», decía su hijo Chris, de 29 años, que trabajó con él durante cuatro antes de ser despedido en un recorte de plantilla.
El grupo de 13 mineros se quedó atrapado tras una explosión, por causas aún desconocidas, que se produjo a primera hora de la mañana, en cuanto reanudaron los trabajos tras el receso navideño. Uno de ellos murió inmediatamente, pero el resto hizo lo que indican los manuales: buscar refugio en un lugar más profundo donde hubiese aire limpio que respirar.
«Fueron tan lejos como pudieron», contó uno de los voluntarios que participó en las labores de rescate. Se refugiaron en la última cavidad que encontraron. Construyeron un muro a modo de barricada con la esperanza de detener los gases, y esperaron pacientemente la llegada de los equipos de rescate, o de la muerte. Los primeros tardaron 41 horas en acceder al lugar.
Superviviente
Para entonces sólo uno seguía con vida, Randal McCloy, padre de dos hijas pequeñas. Sus 27 años de edad ayudaron a que su delgado cuerpo soportase mejor la intoxicación de gases de monóxido de carbono que se liberaron tras la explosión. En comparación a los cuerpos fornidos de otros mineros, Randy necesitaba menos oxígeno, pero para sobrevivir tantas horas tuvo que tener más ayuda. Entre las conjeturas para explicar su frágil supervivencia -su estado sigue siendo crítico-, algunos creen que el joven pudo usar el oxígeno sobrante de otros mineros más viejos que murieron antes. Cada uno portaba una bombona con capacidad de una hora, lo que pudo ayudar al joven a superar la parte más dura de la contaminación, que con el paso del tiempo empezó a dispersarse.
Con respecto al autor de la nota, su familia cree que vio morir a otros mineros antes de describir la dulzura de su muerte. «Sabía que les esperaba lo peor, por eso instó a los demás a que quedaran en paz con sus familias», opina su sobrino.