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Abraham Paz El guerrero de la pena máxima

JOSÉ MARÍA AGUILERA/CÁDIZ
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Hoy he tenido un sueño. Soñé con besar el cielo futbolístico, codearme con los acróbatas del balón. Ensuciarme en el fango de La Catedral y que la afición coree mi nombre en son de paz. En definitiva, que mi mundo fuera redondo. Abraham Paz tuvo ese sueño. Y se cumplió.

En el patio de su colegio, entre campos de albero y porterías libres de redes, difícilmente podría soñar con otra cosa. Los libros no eran lo suyo, y su ADN le obligaba a patear con fuerza el balón. Era la poca herencia que una humilde familia de pueblo podría dejarle. Su padre, que expande su sabiduría entre los jóvenes de SAFA (es entrenador), le animaba para que fuera el mejor. A él y a su hermano Chiqui, con el que compartió vestuario en Carranza. Ahora, el más pequeño sigue sus pasos, con la certeza de que parte del camino lo tiene hecho gracias a su hermano, a su estrella, a su ídolo.

Siempre soñador, confiesa que si el cuero no le hubiera hecho caso sería piloto de Fórmula Uno. Porque su gran pasión, por encima de todo, son los coches. Los más grandes. Ya ha puesto en marcha en su ciudad natal un concesionario de automóviles junto a su compañero, su hermano Roberto Suárez, y Ramón De Quintana. El otro pedacito de su corazón se lo guarda para Miriam, esa rubia jerezana que en un arrebato de amor le hizo cambiar su Puerto por la ciudad de los caballos. Jerez, El Puerto, Cádiz,... ¿Se puede ser más gaditano?

Amante de la Feria, de la fiesta, de todo aquello que arranque una risa y temple sus nervios de acero. Pasará a la historia por alzar a su Cádiz del alma a lo más alto desde la pena máxima. Desde el punto que marca la diferencia entre lo vulgar y lo especial en la hora de los valientes.

Todo el mundo tiene un sueño pero Abraham lo ha conseguido. Y era uno más. Un tipo corriente. Rey del deporte rey.