Cien, doscientos metros
Actualizado:Una vueltecita por el litoral gaditano. Maravilloso, espectacular.
Un paseíto por las calas de Roche. Simplemente impresionante. No se puede más.
Y entonces ¿plaf! aparece el mamotreto ese de hotelazo precipitándose impúdicamente sobre la cala, con su fachada de tanatorio y su presencia avasalladora.
Dicen que por lo menos respeta la ley, en lo que a números de plantas se refiere, y en la distancia que guarda con respecto a la orilla del mar. Mínimo cien metros. Yo me río de los cien metros, porque si ese mastodonte de hormigón no revienta la maravilla de paisaje que va desde Roche al Faro, que baje Dios y lo vea.
Qué más da si es legal o no. Aunque no sea políticamente correcto decirlo, y mucho menos escribirlo, me imagino vestida de terrorista ecológica, poniendo unas cuantas bombitas estratégicamente situadas de manera que vuele todo por los aires. Sin víctimas, por supuesto, no se escandalicen...
A la vuelta, caminamos por la playa, y ahí ya sí, las terrazas de los chalés coquetean con la arena con la mayor impunidad.
Un chalé tiene incluso su propia escalerita de acceso a la playa. Ahí la indignación ya se me mezcla con la envidia, pa qué engañarnos. Porque pa que lo tenga otro, ya lo podría tener yo.
Luego también me entra el miedo, y me pregunto hasta cuándo vamos a poder disfrutar de estos espacios, cuánto se tardará en terminar de destrozar el litoral de nuestra provincia, hasta cuándo aguantarán los ayuntamientos la presión de las constructoras.
Dudosos cien metros. No me los creo. Igualito que los hombres que vacilan de 20 centímetros, y luego la novia hace cuentas y no le cuadran, y piensa «qué poco cunden». Eso me pasa, qué poco cunden cien, o doscientos metros, qué porquería de ley, qué pena de mis playitas.