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Vientos

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Telecinco estrenó la otra noche Vientos de agua, una serie dirigida por Juan José Campanella que constituye, sin duda alguna, la apuesta más arriesgada de esta cadena en el terreno de la ficción. El riesgo no reside en el nombre del autor ni en el producto, sino en los enormes recursos movilizados para elaborar este relato.

De entrada, Vientos de agua ya puede presumir de ser la serie de mayor nivel artístico producida en España para la televisión, lo que no es poco mérito. El relato cuenta simultáneamente dos historias con un mismo protagonista central: en los años treinta, en España, un minero asturiano tiene que emigrar a la Argentina; a principios del siglo XXI, en Argentina, el hijo de aquel minero tiene que emigrar a España. Un planteamiento narrativo de este corte obliga al director a contar dos historias marcando su diferencia pero, al mismo tiempo, subrayando los elementos que actúan como eslabones de ambas.

Como no faltará quien aproveche el primer tropezón de audiencia para descalificar sumariamente esta aventura, conviene fijar un primer juicio de valor que me parece, sinceramente, irrebatible: Vientos de agua es una obra de calidad sobresaliente.

Al margen de esto, los problemas que aquejan a la historia de Campanella son, a mi modo de ver, de carácter argumental. Primero, el contexto histórico está excesivamente reconstruido. Después, el paisaje sociológico de Vientos de agua no puede aspirar a ese carácter paradigmático. No porque la inmigración argentina a España en los últimos años no sea equiparable a la emigración inversa de antaño, sino porque esta migración argentina no es representativa del fenómeno migratorio tal y como lo conocemos hoy en Europa.

Por el contrario, la puesta en escena es de lo mejor que hemos visto en pantalla, de manera que estamos ante un producto sobresaliente, que vale la pena ver y que, además, marca un hito en la ficción española. Alentador.