Sociedad

Científicos tramposos

El fraude del biólogo coreano Hwang Woo-Suk en la investigación de la clonación terapéutica es el último de una lista de engaños que afecta a todas las disciplinas científicas

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Ciencia y verdad no siempre caminan juntas. La falsificación de datos en las investigaciones sobre clonación terapéutica de Hwang Woo-Suk es una muestra de lo que, en su libro Las mentiras de la ciencia (1993), Federico di Trocchio denomina engañología, «la ciencia que enseña a los científicos cómo engañar a otros científicos. Éstos, a su vez, convencen a los periodistas, quienes finalmente se encargan de seducir a las masas». El investigador coreano presentó sus resultados en una de las revistas más prestigiosas -Science-, que es la vía habitual para comunicar hallazgos, la que permite que la metodología sea revisada por expertos y que otros colegas la pongan a prueba después en sus laboratorios.

Los fraudes en ciencia acaban siempre saliendo a la luz por la propia naturaleza del método científico, que, para validar un avance, exige que otros investigadores lleguen de forma independiente a las mismas conclusiones que el autor del descubrimiento. Pero el engaño causa daños colaterales: el proceder de Hwang Woo-Suk ha salpicado a toda la investigación honrada en el campo de la clonación terapéutica y no sólo será utilizado como argumento por los grupos contrarios a este tipo de prácticas, sino que además hará que durante una temporada la opinión pública mire con recelo los descubrimientos biomédicos. Con el tiempo, sin embargo, volverá la normalidad, como ya ha ocurrido otras veces en el último siglo.

EL HOMBRE DE PILTDOWN

La falsificación más sonada

El fraude científico por antonomasia es el del hombre del Piltdown, que sobrevivió durante cuarenta años con el nombre científico de Eoanthropus dawsoni. El fósil, encontrado en Sussex, fue presentado en 1912 por el paleontólogo aficionado Charles Dawson a Arthur Smith Woodward, paleontólogo del Museo Británico, quien le otorgó carta de autenticidad. Los restos tenían unos 500.000 años y proporcionaban a los prehistoriadores ingleses un homínido propio y, además, no uno cualquiera. Porque el hombre de Piltdown era el deseado eslabón perdido: su bóveda craneal era humana, pero su mandíbula tenía aspecto simiesco.

El nuevo homínido -orgullo del nacionalismo inglés- sobrevivió cuatro décadas como antepasado del hombre moderno, hasta que en 1953 un grupo de investigadores del Museo Británico reveló que se trataba de una falsificación. La bóveda craneal era humana, aunque no tenía más de 50.000 años, y la mandíbula correspondía a un orangután y había sido teñida para que pareciera antigua y los colores encajaran. Lo que todavía no se sabe es quién perpetró un fraude alrededor del cual hubo personajes tan ilustres como el novelista Arthur Conan Doyle y el jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Uno de los principales sospechosos es Martin A.C. Hinton, conservador del departamento de Zoología del Museo Británico, que odiaba a Woodward, quien acabó siendo la víctima científica del engaño.

LA PRIMERA AVE

Un dinosaurio con alas

La búsqueda de la conexión definitiva entre dinosaurios y aves dio lugar hace seis años a un fraude parecido al de Piltdown. En las últimas décadas, la paleontología ha reunido un número creciente de pruebas que demuestran que por nuestros cielos vuelan descendientes de los dinosaurios. Así que un fósil de un dinosaurio con alas sería un hallazgo impresionante. Fue la imagen de portada de la National Geographic Magazine en noviembre de 1999, «un auténtico eslabón perdido en la compleja cadena que conecta dinosaurios y aves». Se llamaba Archaeoraptor liaoningensis y había sido encontrado en China alrededor de los años noventa.

El nuevo fósil duró poco en el cielo paleontológico. A finales de enero de 2000, la National Geographic Society admitió que el bicho con alas emplumadas y cola de dinosaurio era un engaño, una pieza fraudulenta. El escáner demostró que el dinosaurio original era un pequeño carnívoro, Microraptor zhaoianus, al que se habían trasplantado partes de un ave, Yanornis martini. ¿Pero y lo bueno? Pues que ambas especies eran desconocidas antes del falso Archaeoraptor.

LA MEMORIA DEL AGUA

La homeopatía, demostrada

Un poder mágico del agua es la base de la homeopatía, práctica para la que se encontró en 1988 un fundamento científico. Hace diecisiete años, el biólogo francés Jacques Benveniste publicó en la revista Nature un trabajo en el que probaba aparentemente la capacidad del agua para recordar cualquier elemento que hubiera estado disuelto en ella. La homeopatía se basa en la disolución de una pequeña cantidad de una sustancia en agua, alcohol o lactosa hasta que no queda ni una molécula, ya que, para sus practicantes, el medicamento es «energéticamente más potente» cuanto más diluido esté el principio activo.

Esta idea, que choca contra la lógica y contra la química, tenía en el trabajo de Benveniste un soporte científico que se derrumbó en cuanto un grupo de expertos elegido por Nature viajó hasta el laboratorio del investigador y detectó graves fallos metodológicos que invalidaban los sorprendentes resultados. Por si eso fuera poco, varios colaboradores de Benveniste estaban a sueldo de los laboratorios Boiron, la multinacional francesa de la homeopatía. Nadie ha vuelto a conseguir los resultados de Benveniste, que se disolvieron ante investigadores imparciales sin dejar rastro.

LA FUSIÓN FRÍA

Energía barata y abundante

Dos químicos, Martin Fleischmann y Stanley Pons, anunciaron el 23 de marzo de 1989 en la Universidad de Utah, en Salt Lake City, el final de las penurias energéticas de la Humanidad. La panacea respondía al nombre de fusión fría y replicaba la fusión atómica que tiene lugar en el interior del Sol, en donde al unirse los núcleos de dos átomos se libera una gran cantidad de energía. «Teníamos una oportunidad sobre un millón de conseguirlo. Pero lo hicimos: hemos logrado aprisionar el Sol en una probeta», dijeron Pons y Fleischmann hace dieciséis años. Iba a ser un momento histórico. Los científicos habían dado con la fuente de la energía eterna a temperatura ambiente, con un desembolso mínimo y con un instrumental que está al alcance de cualquier laboratorio. El combustible (hidrógeno) era barato y abundante y el proceso no generaba residuos radiactivos. ¿Demasiado bonito para ser cierto? Sí. El tiempo y otros científicos demostraron que la fusión fría de Pons y Fleischmann era un bluff. Ahora, un consorcio internacional persigue la fusión a altas temperaturas con el proyecto ITER, que exigirá inversiones de 4.500 millones de euros durante los próximos veinte años.

El físico Jan Hendrik Schön fue despedido de los laboratorios Bell en 2002, después de que un comité científico descubriera que quien era una estrella naciente de la física -con cinco artículos sobre nanotecnología en Nature y siete en Science entre 1998 y 2001-, había amañado los resultados de sus diferentes trabajos.

Lo mismo le ha ocurrido a Hwang Woo-Suk, cuya producción está toda ahora puesta en duda. Habrá más episodios de fraudes en ciencia, y serán destapados por colegas de los tramposos porque el avance del conocimiento científico exige poner siempre en duda los hallazgos, no hacer caso de lo que digan las celebridades y guiarse en todo momento por lo que dicen las pruebas. Como en CSI.