Responsabilidad social
Actualizado:Esta carta no pretende ser un artículo ético, sólo pretendo ordenar mis reflexiones de mera observadora y exponerlas por si sirvieran para ayudar a los lectores a engarzar sus propias reflexiones. Sólo quiero mirar la realidad compleja y preocupante de la circulación vial con la visión de un profesional de «día» y del «tema». Del «día», puesto que el tráfico es algo en constante evolución y las medidas deben de ir parejas a esa realidad diaria.
Mis vivencias y el conocimiento general del periodo actual, me llevan a la conclusión, que se encuentra ampliamente compartida por amplios sectores de la sociedad española, de la existencia de una fuerte crisis social en el seno de la misma y que estamos sufriendo de diversas formas. En la vinculación del tráfico vial con la sociedad, se vendría también a significar esta crisis social, que a mi entender constituye uno de los detectores más significativos de la misma.
Pero de toda esta responsabilidad social, en el complejo mundo del tráfico vial, hay que entender que existe un esencial elemento detonante de los accidentes que ha impuesto sus propias leyes en las carreteras y que es la velocidad. Las prisas, no siempre objetivas; el récord, casi nunca deportivo; o la media, generalmente absurda constituyen las coordenadas que marcan ahora el viejo concepto del tráfico.
La carretera es hoy testigo y soporte de la gran neurosis que envuelve al hombre moderno. Opino que desde la velocidad, el individuo pretende sublimar los traumas imposibles en el transfondo de una catarsis irreversible, la muerte. La carretera se convierte así en un excepcional testigo de sangre inútil, estupidamente inútil.
La carretera se asocia ineludiblemente al concepto de peligro en lugar de al de comodidad vial. El exceso de velocidad, los adelantamientos indebidos, el alcohol, el cansancio, entre otras, son causas frecuentes de accidentes.
Aunque, a menudo sólo sean las manifestaciones externas de causas más recónditas. Sin embargo, mientras tanto, las tecnologías se empeñan, con éxito, en el resto de la seguridad. Se perfeccionan hasta límites insospechados, en el automóvil; se eliminan curvas peligrosas, se corrigen desniveles, se horadan montañas, etc. Todo es inútil, contra el instinto de vida, la otra voluntad del hombre parece querer acariciar el otro instinto de la muerte, y hasta la libertad de elección sobre el propio comportamiento, pareciera querer avalar la estúpida y costosa sangría de la muerte en la carretera.
Frente a ello, la sociedad ha impuesto controles y limitaciones en la conducción, el individuo no es libre, se encuentra obligado a cumplir unas reglas de la seguridad vial, pero esa misma sociedad se está mostrando impotente para imponer otros controles al comportamiento más profundo, aunque inconsciente.
Todo cuanto se diga por la mejora de la seguridad vial resulta pobre ante la impresionante cifra de accidentes, todo lo que se haga quedará por debajo de lo necesario.
Colaboremos todos con nuestra conducta, la responsabilidad en el éxito de más medidas dictadas para bien de todos. Andado el tiempo, el fruto de esa colaboración puede ser visible en forma de ahorro de vidas humanas y de una manera más aceptable de proyección del tránsito sobre la convivencia de esta sociedad.
Laura Machado Barrio. Cádiz