«Me gusta trabajar las novelas cuando ya tienen cara y ojos»
Seix Barral publica la edición definitiva de 'Ultimas tardes con Teresa', la novela que consagró a Marsé «Siempre abundará la literatura que oculte las obras de arte. Pero quejarse es absurdo», admite el escritor
Actualizado: GuardarHan pasado casi 40 años desde la primera edición de Últimas tardes con Teresa (Seix Barral, 1966, 2005), pero dice Juan Marsé que se ha sentido a gusto releyéndola para esta nueva edición, que él considera definitiva.Es quizá la novela que le produce mayor satisfacción; y su personaje principal, el Pijoaparte, ha hecho las delicias de varias generaciones que se han identificado con su rebeldía y su sueño de alcanzar una vida mejor. Y es que en eso no hemos cambiado tanto, como señala Marsé. La novela que lo consagró y por la que recibió el Premio Biblioteca Breve en 1966 fue el punto de arranque de un universo narrativo que estará presente en toda su producción: la Barcelona de la posguerra y el contraste entre la alta burguesía catalana y los emigrantes.
-¿En qué ha cambiado esta edición de Ultimas tardes con Teresa?
-No ha cambiado mucho con respecto a la edición que corregí en 1975, donde añadí un extenso prólogo que he mantenido en esta última, porque creo que explica bien algunos aspectos de esta novela. He añadido también una nota sobre las correcciones, pero no afectan al fondo y a la forma. Me he dado cuenta de que había abusado bastante del uso de paréntesis, que introducían en el relato la parte más imaginativa del personaje, y he preferido integrarla en el discurso narrativo.
-¿Resulta difícil dar una novela por terminada?
-Yo nunca acabaría de corregir. Cuando se me propone una nueva edición de mis obras siempre las reviso, y la verdad es que disfruto haciéndolo. Es el trabajo más agradecido. Lo jodido es el papel en blanco, pues el resultado es siempre muy decepcionante, y no se parece ni de lejos a lo que uno pretendía. Así que me gusta trabajarlas cuando ya tienen cara y ojos.
-En Últimas tardes... podemos leer:«Hay apodos que ilustran no solamente una manera de vivir, sino también la naturaleza social del mundo en que uno vive». ¿Cuál sería el apodo del Pijoaparte hoy?
-Tendría que pensarlo. Además, ese apodo no lo inventé yo, sino que me lo proporcionó un amigo en París, Antonio Pérez. Pero en todo caso dudo que fuera el charnego o el murciano, como decíamos aquí. Los movimientos migratorios ya no son los mismos, y probablemente se trataría de alguien del Magreb o de latinoamérica. Sería también otra historia. Antes se llamaba despectivamente charnego o murciano a cualquiera que fuera del Sur. Y es una palabra que ya no oigo.
-Ésa fue una realidad que usted conoció bien.
-Sí. El barrio en que yo vivía con mis padres era fronterizo con el Guinardó y otros barrios a los que llegó mucha emigración, incluso antes del franquismo. Con la exposición universal de 1929 vinieron oleadas de andaluces a trabajar a Barcelona, que son los que se asentaron en Montjuic y en el monte Carmelo en condiciones muy precarias. Y después hubo otras oleadas en la posguerra que huían de la miseria. Y eso fue lo que yo conocí de manera directa.
-Y quizá por ello la relación del Pijoaparte con Teresa le sirve para criticar la actitud de la joven burguesía catalana; inconformista, pero más una pose que otra cosa...
-La burguesía que está representada en la novela es la franquista. Por supuesto que había una antifranquista, pero esto se ha exagerado mucho. La burguesía catalana tuvo siempre terror a cualquier movimiento de izquierdas. En cuanto a los amigos de Teresa, pertenecían a ese estudiantado progre de la época: eran señoritos, hijos de la burguesía. Pijoapartte comete la ingenuidad de creer que haciendo méritos, a través de su relación con Teresa, puede llegar a pertenecer a esa clase social.
-Se ha hablado mucho de la crítica social en esta novela, pero usted ha dicho siempre que se considera un narrador, simplemente.
-Sí; no me proponía ninguna aspiración sociológica. Inventarte una novela, con el trabajo que da, para cargarte a la burguesía catalana me parece una estupidez. El primer impulso del libro era contar una historia entretenida que diera forma al sueño del Pijoaparte. Siempre me han gustado los personajes capaces de reinventar la realidad para descubrir finalmente que es muy difícil.
-Tampoco le gusta mucho la figura del intelectual...
-Me gustaría matizar eso. No es que no me guste. Es que en relación con la novela, estrictamente, a veces no es muy conveniente que el intelecto se ponga en marcha. Es decir, me gustan más los narradores que los novelistas con ideas. Pero la literatura es una cuestión de gustos. En la medida en que me gusta mucho Dickens, por ejemplo, estoy más negado para Joyce; aunque le admire mucho como escritor. Pero prefiero Dostoyevski, Tolstoi o Stevenson. El intelecto a veces estropea las novelas. Las ideas en religión o en sociología son lo primero que se enmohece en una novela.
-Usted, quizá sin desearlo, se ha convertido en uno de los referentes de la literatura en este país, y quizá el último de su generación. ¿Se siente un superviviente?
-En la medida en que uno tiene ya bastantes años, sí. A veces echo un vistazo atrás y veo que han empezado a quedar por el camino muchos amigos de mi generación. (Lo eran Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix...) Pero no tengo esa sensación. No considero que tenga ningún mérito especial tampoco. De lo que soy consciente es de que el nivel que me había propuesto no lo he alcanzado. Así que no hay motivo para echar las campanas al vuelo. Superviviente más bien de una época, me considero, pues sobrevivir a cuarenta años de franquismo no es moco de pavo.
-Sus novelas se ambientan en la posguerra, que es también el mundo de su infancia. Resulta ya un tópico decir que nuestra verdadera patria es la infancia, pero ¿en el caso del escritor es un hecho?
-Yo creo que sí, la infancia y la adolescencia. No sé quién dijo, creo que fue Sciascia, que lo más importante de nuestra vida pasaba antes de los quince años, y a partir de ahí eres un superviviente.