Veinte años en Europa

Hace veinte años, España ingresaba en las Comunidades Europeas y emprendía el camino decisivo hacia su afianzamiento democrático ya irreversible y hacia el desarrollo económico y social que colocó a nuestro viejo país en los promedios europeos, de los que se había descolgado trágicamente siglos atrás. Veinte años después estamos asistiendo al hecho gozoso de que España, que ha recibido grandes caudales de recursos solidarios de sus socios para llevar a cabo la gran expansión y que ha tenido éxito en el empeño, comienza a convertirse en país donante puesto que habrá de aportar sus excedentes para que otros países recién llegados pero también íntimamente integrados en los más viejos mimbres de Europa disfruten de apoyos semejantes a los que a nosotros nos han proporcionado el decisivo progreso. Europa no está pasando por su mejor momento pero la experiencia española, tan positiva, debería convertirnos en propagandistas entusiastas de la vertebración continental. Infortunadamente, en los últimos tiempos también Europa es para nosotros vergonzante herramienta para la confrontación interior. Deberíamos rectificar, interiorizar la propia historia y mirar a Europa con grandeza y filantropía.