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Editorial

Rusia corta el gas

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La draconiana decisión de Gazprom de suspender el suministro de gas a Ucrania esconde en el fondo consideraciones políticas y estratégicas inseparables de la crisis bilateral que se vio agravada por el cambio democrático sobrevenido en este segundo país tras la denominada revolución naranja. Con su férrea actitud, Moscú -consciente de la cercanía de las cruciales elecciones legislativas de marzo- presiona ahora a los electores ucranianos recordándoles lo difícil que les puede resultar vivir de espaldas a la Madre Rusia.

La politización de los intercambios comerciales es inaceptable ya que estos deben someterse exclusivamente a las reglas internacionalmente admitidas, incluidas las instancias de arbitraje, dictadas por el buen uso de las leyes y los imperativos del mercado. Y difícilmente se puede hablar en este caso de un problema estrictamente comercial cuando Kiev había aceptado el principio de un considerable aumento del precio y trataba de negociar un calendario asumible para su industria de fabricación de productos intensivos en energía, como el acero o los productos químicos; algo que el gigante energético ruso, en manos del Estado y administrado por leales «ejecutivos» del presidente Putin, desdeñó sin miramientos, resuelto a servir los designios geopolíticos deseados por el Kremlin. De hecho, la raíz del problema está en el precio de favor que para pagar lealtades políticas y militares -al igual que sigue ocurriendo con el autoritario régimen bielorruso- se practicaba con Ucrania, un país resueltamente volcado en la actualidad hacia Occidente y que no oculta, incluso, su deseo de entrar en la OTAN.

El actual mandatario ucraniano, Víctor Yushenko, ganó la jefatura del Estado tras encabezar con habilidad la rebelión cívica contra el fraude que pretendía perpetuar el régimen de Kuchma, conocido por sus pobres estándares en materia de derechos humanos y democracia. Sin embargo, Yushenko -que no debe olvidar que un tercio de su propio país, el más industrializado, es rusófono- no ha sido igual de hábil para preservar su relación con la vecina y siempre susceptible Rusia, de la que además tanto depende energéticamente. Ahora, la Unión Europea se dibuja nuevamente como un actor forzado del problema en curso puesto que sus propios suministros de gas ruso -un cuarto de lo que consume- podrían verse seriamente afectados, aunque Gazprom haya afirmado que no se resentirán. Bruselas debe intervenir con rapidez y recordar con severidad al Kremlin que la politización del suministro de materias primas es inaceptable e incompatible con los usos admitidos en el comercio y en las relaciones internacionales, pero, sobre todo, una arma de doble filo con la que raro es obtener sólo beneficios.