Asignatura inflacionista
Actualizado:Si el próximo día 13 de enero se confirma con los datos definitivos el indicador adelantado del Índice de Precios de Consumo Armonizado que difundió ayer el Instituto Nacional de Estadística, la inflación alcanzaría este año el 3,8%, seis décimas más que en el 2004 y la tasa más alta desde el 2002, cuando se alcanzó un IPC del 4%. En diciembre, la tasa interanual subió un 0,4% con respecto a noviembre, a causa sobre todo del encarecimiento de los alimentos no elaborados si bien la causa principal de la alta inflación hunde sus raíces en persistente subida de los precios de la energía a lo largo de todo el año.
El hecho de que la inflación duplique prácticamente el límite marcado por la UE, que es del 2%, constituye una pésima noticia, que no lo es menos por la circunstancia de que nuestro país haya crecido durante 2005 a un ritmo del 3,4% a lo largo de todo el ejercicio, según confirmó recientemente el vicepresidente Pedro Solbes. Ya se sabe que el Gobierno no tiene en su mano el control de los tipos de interés, que son fijados por el Banco Central Europeo, pero ello no significa que no pueda adoptar medidas de política económica que actúen contra la perturbadora inflación. En primer lugar, tendría sentido que, en esta etapa expansiva, el rigor presupuestario fuera mayor y se incrementara el superávit público.
De otra parte, ha sido francamente inoportuno que el día en que se conocía el pésimo comportamiento de los precios, el Gobierno tomara la decisión de elevar un 5,4% el salario mínimo y en un 3,4% -la inflación interanual de noviembre- las pensiones (las pensiones mínimas crecerán aún más, entre el 4,92% y el 8%). Nada hay que objetar a que se revisen automáticamente las pensiones de acuerdo con lo legislado ni a que se eleven las pensiones más bajas dentro del margen que recomienda la prudencia, pero la subida del salario mínimo, pese a su aparente significado social, no encaja en los términos de la más evidente racionalidad económica: ni beneficia a los trabajadores menos cualificados, ni mucho menos al sistema económico, que recibe por esta vía una nueva y distorsionada presión inflacionista.