EN CUARENTENA
Antonio
Las partes de su cuerpo que han muerto en realidad no lo han hecho. Sólo están con respiración asistida, esperándola. Ahora mira a través de los ojos de la Esperanza

No hace ni dos años que se trasladó desde su amada Huelva, donde se hizo un hombre. Pero si ya en la distancia era un enamorado de Sevilla, a la que acudía con la familia de forma recurrente, ahora no es ya otra cosa que ... un fiel devoto de la ciudad y sus ritos. Y sobre todos ellos, el de la Macarena. Aprovecha muchas tardes de Cuaresma para volver a rendir visita y deleitarse con los nuevos ocres del Arco, con las vetas del mármol blanco de las columnas del pórtico, con el arte en madera dorada de los retablos de Pérez Calvo, con la serenidad sobre malva del Señor de la Sentencia y, de manera insuperable, con los ojos pardos de la Virgen. Es capaz de describir cada pequeño detalle de la escena como quien realiza una fotografía panorámica. Un escáner. Aunque sus ojos no funcionan biológicamente hablando.
El chico no ve. Eso asegura la ciencia. Es invidente desde una noche infausta de hace año y medio, cuando él ya contaba veinticinco, en la que sus retinas perecieron por una enfermedad autoinmune y convirtieron su sol en sombra y su luz en tiniebla perpetua. Mas no doblegó su voluntad a pesar de que la ceguera se sumó a su sordera. A falta de respuestas, sus sentidos se transformaron en fe y en ganas de vivir al resguardo de un manto verde y cangrejero. Acudió a su socorro primero la admirable ONCE y el día que le plantearon reaprender a pasear desde la sede en la Resolana, él fue conciso y contundente: «Llevadme a verla». A verla, por supuesto. Porque la ve. Fue el primer camino de su nueva vida aunque en el fondo es y será su camino de siempre. A San Gil. «Allí me siento abrazado, acogido, refugiado en mi madre. Y su fuerza es la que me ha ayudado a seguir adelante con alegría». Ya como hermano de la corporación, el segundo auxilio le llegó de la Centuria juvenil, que le propuso convertir su fuerza interior en música de corneta. Con Quino a la cabeza, la banda es ahora su familia y el alimento de su espíritu. Tanto que se olvida de sus limitaciones. No existen. «Todos estamos ciegos cuando tocamos, todos somos capaces de tocar con los ojos cerrados. Ahí tampoco soy diferente». Así es. Las partes de su cuerpo que han muerto en realidad no lo han hecho. Sólo están con respiración asistida, esperándola. Antonio ahora mira a través de los ojos de la Esperanza. Y ha alcanzado la plenitud en las pupilas que sujetan cinco mariquillas de esmeralda. Gracias a ellas, contempla un universo más amplio que el de los demás.
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