Patrimonio
El 'pregón' inédito de Cayetano González a la Semana Santa de Sevilla
El orfebre que revolucionó la estética de las cofradías regaló a sus hijos un libro de poemas que nunca ha sido publicado
Este manuscrito ilustrado por el propio artista ha permanecido guardado como oro en paño durante 55 años
Las siete maravillas de Cayetano González que nunca vieron la luz

Tenía un don para el arte. Cayetano González está considerado como el mejor orfebre de todos los tiempos, el 'Martínez Montañés' de la plata, capaz de labrar monumentos como el paso de Pasión, la corona de oro de la Amargura o el palio ... del Silencio. Era un genial dibujante, le atrajo la cerámica y también fue escultor, con obras como las figuras secundarias del misterio de la cofradía de San Juan de la Palma o la policromía del Cachorro del cementerio. Y también fue proyectista, porque participó en el diseños urbanísticos como el monumento dedicado a la circunnavegación en la Plaza de Cuba, que nunca vio la luz, bebiendo del influjo de su tío, el arquitecto Aníbal González, con quien colaboró en sus grandes obras. Pero, además, Cayetano González tenía también sensibilidad para la literatura, algo que también le vino de familia, con su primo el periodista, y fundador de ABC, Torcuato Luca de Tena. La faceta más desconocida de este polifacético artista fue la de poeta. En 1968, a la edad de 72 años, regaló un manuscrito a cada uno de sus seis hijos titulado 'La Pasión de Cristo en las cofradías sevillanas'. Se trata de un libro de poemas escritos a máquina de escribir, con una magnífica métrica, dedicados a todas las hermandades de la época e ilustrado con sus propios dibujos.
Durante 55 años, este documento ha permanecido guardado como oro en paño por sus descendientes. Cada uno de ellos tiene una dedicatoria de su puño y letra también para sus nietos y una portada con un diseño distinto. Ahora, su hija Rosa María quiere sacar a la luz esta obra inédita como homenaje a un hombre que revolucionó la estética de la Semana Santa y que tanto quiso a las cofradías para las que trabajó, hasta el punto de que les escribió un pregón sin más pretensión que la compartir este amor con su familia. «Aquí termina la obra./ No solicito perdón/ por mis yerres; no es razón/ si el trabajo no se cobra. Que es malo, lo sé de sobra./ Yo fui tras de la verdad/ al glosar cada hermandad,/ y si no logré mi intento,/ o es por falta de talento,/ o es que falla por la edad».
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El colofón del libro describe la personalidad humilde de este genio que fue autor de la obra cumbre de la platería contemporánea, como es el canasto y respiraderos del Señor de Pasión. A esta hermandad le dedicó uno de los poemas más destacados de este libro, describiendo el camino al Calvario del Nazareno cargado con la cruz y ayudado por Simón de Cirene, con los improperios que le lanzaban los captores y los judíos que lo contemplaron: «'¡Levanta esa cabeza!/ Arriba, flojo! ¡Vaya un rey de trapo!',/ dice uno tirando de la cuerda/que lleva atada al cuello. Se incorpora/ Tiene su rostro el color de la cera./ 'Hay que echar una mano -dice otro-/ porque este perro al Gólgota no llega» (...) «Sigue Jesús su andar torpe y cansino./ Apenas puede levantar las piernas./ Jesús de la Pasión está vencido./ Pero su Gloria alumbrará la Tierra».
La Amargura
En esta cronología con diálogos de la Pasión de Cristo según Sevilla tiene un sitio especial su misterio del Desprecio de Herodes de la Amargura. Así lo describe él mismo: «El palacio del tetrarca/ se enciende en lúbrica juerga./ Mil hachones perfumados/ hacen día de las tinieblas./ Mil jarras de porcelana/ colmadas de rico néctar./ Blancos manteles de encajes/ sobre las doradas mesas./ Los más selectos manjares/ en cinceladas bandejas./ Las frutas de cien países/ en inmumerables cestas./ Allí, de amigos de Herodes,/ las turbias vidas se alegran/ y hacen del vicio un alarde/ entre mujeres rameras./ Las risas estruendosas/ celebran las agudezas/ en que se mezcla el donaire/ con expresiones groseras./ Pero el tetrarca se aburre/ y, por el hastío, bosteza/ 'Ah, si encontrase un motivo/ que me anime y me divierta...'».
La Macarena
De entre todos los poemas de este libro, el favorito de su hija Rosa María es el que dedica a la Macarena, hermandad a la que entregó gratuitamente hasta tres diseños para sus varales, de los que ejecutó cuatro, y que pese a ello no le contrató el resto para el disgusto del artista, que vio cómo aprovecharon sus bocetos para completar el juego. Hoy, sus cuatro varales son los maestros del palio. Y, pese al desencuentro con el que quedó muy afectado, treinta años después le dedicó sus más hermosos versos a la Virgen de la Esperanza. «Conocimos un cantar/ de las edades pretéritas,/ en clásicas seguidillas,/ y decía así la letra:/ 'Lo más hermoso del cielo/ lo tenemos en la Tierra,/ en Sevilla, y en San Gil:/ la Esperanza Macarena'./ ¿Dices que esto es sacrilegio?/ ¡Sacrilegio...! Ven a verla;/ y si no caes de rodillas,/ al par que la piropeas,/ o no tienes corazón,/ o es que lo tienes de piedra./ No es sacrílega la letra/ porque es obra tan perfecta,/ la imagen de la Esperanza,/ que sólo Dios puede hacerla/ Por eso, al autor humano/ por más que busques, no encuentras».
La gran definición
Este artista, que plasmó la Catedral de San Marcos de Venecia en el palio de la Virgen de la Concepción o que le puso a la de San Juan de la Palma un sol de oro en la cabeza, hizo esta reflexión con métrica de la Semana Santa en el prefacio del libro: «El sevillano recuerda/ aquella primera infancia/ en que su madre sonríe/ cuando el santo signo traza/ sobre su frente al dormirlo,/ con el cantar de la nana,/ y ve en aquella sonrisa/ la demostración más clara/ de que Cristo, en su doctrina,/ no quiere tristeza amarga,/ y ofrece eterna alegría/ en su celestial morada,/ para aquel cuya conciencia/ sea tan clara como el agua».
Este manuscrito es el mejor legado del gran orfebre a sus descendientes. Hoy ya reluce como el oro que él mismo labraba.
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