Cien años del misterio de la Bofetá
La Pasión en escena
Movimiento, dinamismo, teatralidad... Aquel misterio del Señor ante Anás era algo nuevo. En estos conceptos coinciden los escultores actuales a la hora de definir una composición centenaria que en su época supuso una auténtica revolución. Las imágenes de Castillo Lastrucci llevan un siglo dando vida a la Bofetá de San Lorenzo
Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025

Nos cuenta el profesor Andrés Luque Teruel en el libro dedicado al patrimonio de la hermandad del Dulce Nombre que el encargo del misterio de Jesús ante Anás en 1922 supuso un gran cambio en la carrera artística de Antonio Castillo Lastrucci. ... No sólo esto. Fue una auténtica revolución y revelación para la ciudad y para una Semana Santa que emergía de un periodo de decadencia sin saber aún que lo peor estaba por llegar. Detalla Luque Teruel que el artista de la calle San Vicente desarrolló una interesante técnica mixta con anatomías, policromías y ropajes modelados con telas encoladas identificando la imaginería procesional con la escenografía dinámica, teatral e incluso cinematográfica. En esto coinciden los grandes maestros y restauradores de la imaginería actual consultados por Pasión en Sevilla.
Opinan los de ahora
Para Darío Fernández, Castillo Lastrucci fue «un auténtico referente en la evolución de la Semana Santa como en su día Rodríguez Ojeda. La gran aportación fueron sus composiciones». Por su parte, José Antonio Navarro Arteaga lo define como «un referente histórico en la composición pasional». Como un auténtico rompedor lo califica Lourdes Hernández, «…impulsor del paso de misterio. Otorgó teatralidad a las figuras». Y otro hecho importante que destaca esta escultora: «Supo adaptarse económicamente a las necesidades de las hermandades y eso fomentaba los encargos».
«Castillo emula en este misterio las texturas pictoricistas de Antonio Susillo (su maestro), que también habían mantenido Joaquín Bilbao y José Ordóñez en sus obras religiosas de la época anterior», advierte Luque Teruel.

«Los personajes están vivos. Es un misterio absolutamente valiente», observa el catedrático de Bellas Artes Juan Manuel Miñarro. Con el Señor dando la espalda al pueblo «se da una invitación única que lleva a buscar la cara de Cristo. Este paso te lleva a moverte alrededor 360 grados para descubrir la composición». A ese respecto Lourdes Hernández considera muy arriesgado situar al Cristo de espaldas. «No se concebía que esto fuera así en la época. Él lo rescata de otros tiempos y hace que espectador esté contemplando un teatro».
Para Darío Fernández, Castillo fue el primero que introdujo la tipología clásica del llamado misterio de tribunal, con un impronta muy atrevida y fresca «impresionista sin serlo. Bebe mucho de la pintura. Son imágenes que están sacadas de un cuadro, provocando un enorme efectismo».
«Es un pasaje que deja con el semblante boquiabierto», apunta Navarro Arteaga. «En esos años la gente estaba acostumbrada a obras como las de Bidón y, a partir de 1923, Castillo empieza a darle calidad a los misterios. Compone otorgando a las imágenes una enorme teatralidad. Él había visto ya lo que era el cine mudo en París y bebe de esos nuevos tiempos. Lleva escenas de películas a un paso», concluye.

Cómo debe ser un paso de misterio
Darío Fernández reclama una función y un papel para la imagen secundaria. «Está prohibido situar una imagen porque sí. Un misterio funciona por su composición y expresividad y éste lo es». En eso coincide el autor del misterio de las Cigarreras: «La composición es de lo más importante. No se trata de poner una figura tras otra para componer un nacimiento. Hay que darle sentido visual y que esa composición cuente lo que debe contar que no es más que el pasaje evangélico», concluye Navarro.
Hablan los artistas

Darío Fernández
Para Darío Fernández, Castillo Lastrucci fue «un auténtico referente en la evolución de la Semana Santa como en su día Rodríguez Ojeda. La gran aportación fueron sus composiciones»

Lourdes Hernández
Como «un auténtico rompedor» lo califica Lourdes Hernández, «impulsor del paso de misterio. Otorgó teatralidad a las figuras»

José Antonio Navarro Arteaga
Para José Antonio Navarro Arteaga, Castillo Lastrucci «había visto ya lo que era el cine mudo en París y bebe de esos nuevos tiempos. Lleva escenas de películas a un paso». «El de la Bofetá es un pasaje que deja con el semblante boquiabierto», apunta el imaginero

Juan Manuel Miñarro
«Se da una invitación única que lleva a buscar la cara de Cristo. Este paso te lleva a moverte alrededor 360 grados para descubrir la composición», observa el catedrático de Bellas Artes Juan Manuel Miñarro
Miñarro reclama la interpelación entre los personajes, «que todos las imágenes interactúen y este paso lo logra». Los expertos coinciden en que Castillo usó el recurso acostumbrado del feísmo: hacer feos a los malos. Es también necesario «lograr una composición dinámica, sin aspavientos, para que la atención recaiga en la escena principal. Tiene que haber observadores de lo que está ocurriendo y sin la necesidad de que todas las imágenes estén giradas hacia el público. Eso puede provocar un efecto contraproducente», concluye Miñarro.
¿Fue un error retirar las telas encoladas?
Un debate abierto desde que se llevó a cabo. En contra se muestran Lourdes Hernández o Darío Fernández, quien expresa que «hoy por hoy hubiera sido una locura tocar un original». La escultora observa que es un hecho que obedece a las modas: «Llegan los bordados y tejidos ricos y las hermandades se maravillan con esto». El profesor Miñarro reclama respeto hacia el artista: «Si un imaginero decide poner telas naturales o encoladas, hay que respetarlo. ¿Es que acaso se echa de menos que la túnica del Pilatos de San Benito se mueva?», se pregunta. Por el contrario, Navarro Arteaga considera que el misterio salió ganando, por la razón de que se trataba no de ropas talladas sino de telas encoladas: «Esta tela adherida a la imagen no otorga la misma calidad que la madera tallada».
La herencia
Todos estos artistas han aprendido muchísimo de Castillo Lastrucci. Darío Fernández se queda con la humanidad de sus personajes. Aprende de la soltura y aparente tosquedad que otorga a sus imágenes. Miñarro toma de Castillo el estudio tan exacto que daba a la fisonomía de cada personaje: «Aprendí a introducirme en el alma de cada uno de ellos. Hay que saber dotarlos de su edad correspondiente y de que no se parezcan los unos a los otros, como si todos fueran familia: para esto es fundamental usar el natural. Lo hacía Castillo, lo hacía Illanes y… yo lo hago», concluye el autor del misterio del Cerro.
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