LA HOJA ROJA

LA VOZ de Cádiz

Se esperaba el desembarco de Vocento en Cádiz, un nuevo proyecto que estaba destinado a cambiar la manera de informarnos en esta ciudad pequeña, chismosa, y un pelín provinciana

Si de algo tiene la culpa Carlos Gardel es de que todos nos hayamos aprendido aquello de que veinte años no es nada y de que lo repitamos como un mantra, como si, conjurando la letra del tango, el espejo nos fuera a devolver aquella ... imagen que teníamos hace dos décadas. No nos engañemos; claro que veinte años son años, muchos años, casi una generación, si atendemos a la teoría de Strauss–Howe o si lo simplificamos con el método de la cuenta de la vieja. ¿Dónde estaba usted hace veinte años? ¿Cómo era, y a qué dedicaba el tiempo libre? Seguro que se acuerda, no tengo la menor duda, porque si algo bueno tiene la memoria es que limpia, fija y da esplendor a los recuerdos. A los malos, sí, pero también a los buenos. Usted lo sabe porque, si mira hacia atrás, todavía es capaz de reconocerse, a pesar del paso inexorable del tiempo y de los estragos que ha hecho en aquella persona que tenía quince, veinte, treinta, cuarenta años…

Acompáñeme, sin prejuicios, que para el viaje que le propongo no hacen falta alforjas. Era septiembre de 2004 y aun teníamos demasiado recientes los atentados de Atocha, la llegada al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y su talante -aquella campaña a través de SMS que tan antigua se me antoja ahora-, la boda de los -hoy- Reyes de España. El verano se alargaba, pero no hablábamos aun de «cambio climático», tal vez porque no se habían inventado los desastres de la Agenda 2030, ni sabíamos nada de los ODS. El verano se alargaba en aquel septiembre de 2004 porque San Miguel siempre nos regalaba una prórroga playera con banda sonora de grillos. Sonaban aun, en las emisoras de radio, los gritos de unos moldavos llamados O-Zone que convirtieron en canción del verano aquel «Dragostea Din Tei» que ha resistido el paso del tiempo disfrazado de parodia -reconózcalo, usted no se acordaba de que la canción Dragostea Din Tei es, en realidad, el marica tú, marica yo de los Morancos- mientras muchos se preguntaban, unos a otros, con una superioridad mal disimulada, si ya pertenecían a la recién creada secta de Zuckeberg «¿tú tienes Facebook?» -veinte años después, la gente sigue igual, pensando que Facebook es el BOE o algo por el estilo- o si sabía qué era Google; o lo que es infinitamente peor, si ya se había abierto usted un blog. Los teléfonos móviles aun parecían el zapatófono de Mortadelo, hacía furor la Blackberry -cómo podíamos escribir en esas mini teclas- y ni imaginábamos cómo nos cambiaría la vida la aparición del Smartphone, así que no sabíamos que ,en realidad, el teléfono móvil era un arma de destrucción masiva y que nos pasaríamos media vida enganchados a él.

El rumor venía de largo. Se esperaba el desembarco de Vocento en Cádiz, un nuevo proyecto que estaba destinado a cambiar la manera de informarnos en esta ciudad pequeña, chismosa, y un pelín provinciana -lo de pelín lo digo porque estoy generosa, que conste- y que nos hablaría con nuestra propia voz, la voz de Cádiz. No era un secreto que andaban buscando gente de aquí para completar una plantilla capaz de sacar cada mañana un periódico distinto, joven, moderno y fiable; y tampoco era un secreto que se trataba de una apuesta arriesgada pero ilusionante. El runrún estaba en la calle: «me han llamado para el periódico nuevo y me lo estoy pensando…», «me han tocado de Vocento y he dicho que no…»… decían los intelectualillos gaditanos, los de los apellidos, los del pelo de la dehesa, ya sabe usted lo que gusta en Cádiz un misterio, un vainerío y un roneo. A mí me llamaron para hacer opinión. Muchas veces pienso que me llamaron porque a todos los que habían llamado antes -los del roneo-, habían declinado la oferta. Yo nunca había escrito en un periódico ni había publicado nada que no tuviese que ver con mi profesión, pero me llamaron, y me hicieron una prueba -lo digo porque así se hacían las cosas antes- que debí superar, porque, al poco tiempo, recibí un correo con instrucciones: mi columna semanal, a la que debía bautizar yo misma, se publicaría los miércoles, tendría doscientas setenta palabras y llevaría una pequeña foto que me hizo mi marido -de aquella manera- y de la que mis hijos -que eran muy pequeñitos- se estuvieron riendo hasta que me la cambiaron en el periódico, muchos años después, porque tenía la cara como una torta, embarazada de nueve meses y esperando que Pablo, mi Pablo, llegase de un momento a otro. Porque Pablo nació con LA VOZ y siempre me ha conocido en este oficio, contando -con la misma voz- cada semana lo que veo en esta ciudad a la que adoro a pesar de todo; para que luego digan que veinte años no es nada.

En este tiempo, -¡ay, tiempo cruel!- ha pasado de todo, ya lo sabe. El mundo nos ha sacudido fuerte; la crisis económica, el cambio climático, terremotos políticos y de los otros, volcanes, tsunamis, epidemias, pandemias, un presidente americano negro, otro majara, otro gagá; tres eurocopas, dos mundiales, leyes de todos los colores, escándalos, intrigas, guerras, euforias, decepciones, tres Papas, Youtube, Netflix, Amazon, Uber, Twitter, Instagram, Alexa, la administración electrónica, los hijos, que crecen y se van de casa. Los pequeños problemas domésticos, la limpieza de las calles, la Regatas, los comercios que cierran, por los que abren, la vivienda, los turistas… todo lo que pasó se lo he podido contar cada semana.

Veinte años después podemos decir que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Tampoco lo es este periódico que ha sabido adaptarse a todos los cambios, a todas las transformaciones técnicas, a todos los soportes sin perder nunca su marca de identidad, la fiabilidad, sin perder nunca la voz. La Voz de Cádiz.

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