Hoja ROja

Otra vez pan y rosa

La gente no es tonta, aunque esté tiesa; la gente no quiere engaños ni promesas; la gente quiere hechos

Como tengo ocho apellidos tiesos y soy una tiesa de pensamiento, palabra, obra y hasta, si me apura, de omisión, no conozco a ningún dueño de ninguna empresa eléctrica, a ningún presidente de ninguna empresa de aguas y a nadie que tenga un campo de ... golf. Tampoco conozco a gente con herencias multimillonarias ni con muchos pisos con los que especular. En fin, que no conozco a nadie de esos a los que se refería el candidato de Adelante Izquierda Gaditana en su alegato final en el debate electoral del pasado martes. No me querrá creer, pero desde el martes pasado estoy intentando hacer memoria de la gente que conozco y, no, no conozco a nadie así. Bueno, sí que conozco a la presidenta de una empresa de aguas pero también la conoce el candidato –entre otras cosas porque es la única empresa de aguas que tenemos por aquí, ya sabe «el agua que no es de nadie, que es de la tierra»– y no creo que se dirigiese a ella para decirle ese rotundo «no me votes».

Yo estoy más bien en el otro lado. A mí, como a casi todo el mundo en esta ciudad, me cuesta llegar a final de mes, me preocupa la atención primaria, aunque sé que no es competencia municipal, –no tengo ya edades pediátricas en casa, pero bueno, llevo esperando ocho meses a que me vea un traumatólogo, así que me vale el ejemplo–, las condiciones de vida se me hacen, a veces, «demasiado agresivas», y tengo ganas de «estrangular los números» en muchas ocasiones. Se lo dije al principio, soy una tiesa y no me avergüenzo de ello, aunque tampoco es que me llene de orgullo y satisfacción, como diría el clásico navideño.

El caso es que el candidato de Adelante Izquierda Gaditana no me dio muchas opciones. La suya, explicó, es la que garantiza más derechos, la que me asegura que no me van a quitar lo mío –sea lo que sea lo mío– y la que se compromete a luchar para que «no te quiten Cádiz». Ya llegamos, ¿lo ve? Ya estamos con lo mismo de siempre, eso que tanto nos asusta a los tiesos. Que nos quiten, aunque sea lo bailao. Y es que en el momento en el que empiezan con las metáforas es cuando ya me pierdo del todo. No es exclusivo del candidato de AIG, le advierto, lo hacen todos y lo han hecho todos a lo largo de la historia. Aun recuerdo –y usted también– aquel eslogan de una candidata socialista que decía «que Cádiz vuelva a ser Cádiz» como si eso quisiera decir algo más allá de lo que dice, un pleonasmo retórico que queda bien en los mítines y en los alegatos, pero que traducido resulta nada. O más de lo mismo, porque no sé si se ha fijado pero el lema de la campaña del PSOE para estas elecciones –'Para que la ciudad funcione'– lo han sacado directamente del baúl de los recuerdos de los tiempos de Teófila y su propaganda, ¿o es que no se acuerda ya nadie de aquel 'Cádiz, la ciudad que funciona' de 2013? Será que la memoria es histórica solo para algunas cuestiones pero, qué quiere que le diga, no han estado muy afinados con el lema. Ni ellos ni los demás. Verá, Belgrano nos invita a votar con el corazón, que no digo yo que no sea poético –y a mi me pierde la poesía–, pero con los ocho años que llevamos de sentimentalismos y de entrañas, prefiero votar con la cabeza y Podemos –que no, que no es Kichi ni van en la misma lista– habla de 'Valentía para transformar', que tampoco es demasiado evocador. Hay poca originalidad, qué quiere que le diga en esto de los lemas. Si se fija, tanto el PP como el partido de Ismael Beiro –que nunca me acuerdo bien de cómo se llama– con lo de 'Vota el cambio' y 'Participa en el cambio', vienen a decir lo mismo aunque, afortunadamente, también he de decir que la gente no es tan friki como yo y no le echa mucha cuenta a los carteles.

Ni es tan friki ni es tan tiesa, ni está para quijotismos de vencer a gigantes que solo son molinos de viento. Porque la gente no es tonta, y lo del pan y las rosas ya nos lo vendió nuestro actual alcalde –que tiene el corazón de poeta– en 2020, antes de la pandemia, y tal vez por eso ya no se acuerda. Tal vez por eso se le ha olvidado que ya utilizó el poema de James Oppenheim que inspiró la huelga de obreras textiles de 1912 y de la que nos quedó la película de Kean Loach 'Bread and Roses', que por cierto se tradujo en España como 'Lejos de casa' –no quiero insinuar nada–, aunque la traducción correcta sería 'Pan y Rosas'. Pan y rosas, que queda precioso en cualquier discurso, no voy a discutirlo –que pasarán los años y seguiré diciendo lo que me gusta cómo escribe quien le escribe al alcalde– pero que tiene poco recorrido en una ciudad como la nuestra, y usted de lo sabe. Porque la gente no quiere pan, que se pone duro, ni rosas, que pinchan cuando las tocas; la gente no quiere historias de Dickens, ni quiere que la llamen pobre –aunque lo sea–, ni cree en el cuento de la Lechera. La gente no quiere engaños ni promesas, la gente quiere hechos. Y, por encima de todo, la gente quiere ser feliz, no «como un derecho absolutamente alcanzable», sino como una realidad, sin necesidad de «nuevas realidades» ni de metáforas.

O por lo menos, es lo que yo quiero. Será porque tengo mentalidad de tiesa.

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