opinión
Varcárcel irrecuperable
Seguimos igual, incluso en la cosa esta de que paga el vulgo y nos hablan en necio
Que la política y el teatro van de la mano, es algo que nadie discute. De hecho, la política actual –en cualquier nivel– sigue construyendo sus tiempos, sus escenarios y sus acciones como si tuviese que ganarse el aplauso cada noche en un corral de ... comedias. Parte de la culpa la tuvo Lope de Vega cuando se inventó, en 1609, aquello del «Arte nuevo de hacer comedias» y puso en escena un nuevo modo de hacer teatro, que no dependía de la Iglesia, ni de la monarquía, ni de la aristocracia, ni siquiera de la futura burguesía que ya iba dando empujones, sino de una realidad nueva que revolucionaría por completo la escena y terminaría por revolucionar la sociedad: el público –que como usted sabe, siempre tiene la razón– que paga por ver en escena al galán, al caballero, al villano y, sobre todo, al gracioso. Un público que, harto de asistir a homilías interminables y sermones incomprensibles, demanda un nuevo género, la tragicomedia, mezcla de drama y mojiganga, capaz de mantener la intriga y la atención, pero sobre todo de entretener y de soportar tanto la ovación como el abucheo. Vamos, lo que viene siendo una sesión de control al Gobierno –más o menos–, por no detenerme más en disquisiciones ni engolamientos sobre la teoría teatral.
Muchas de las aportaciones del autor de 'La dama boba' –menos el título que resulta hoy en día absolutamente anatemático– siguen vigentes cuatrocientos años después. La profesionalización de los actores, el concepto de arte, la legitimidad comercial de los autores y, sobre todo, el uso de un lenguaje adaptado en las obras «porque, como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto». Seguimos igual, incluso en la cosa esta de que paga el vulgo y nos hablan en necio.
Yo no sé si a usted le pasa, pero últimamente las tramas se están comiendo los escenarios. O al menos, eso me parece a mí; todo es un teatro detrás de otro. Las declaraciones de las ministras, de los ministros, de les ministres –ya decía el bueno de Lope que cada personaje debía hablar según su carácter, el gallego, la andaluza, le ministre...– las comparecencias de los presidentes, las declaraciones de los alcaldes, todo parece un teatro, y en muchas ocasiones, todo parece una comedia de enredos, cuando no una parodia.
Piénselo. ¿Cuánto tiempo llevamos hablando del futuro de Valcárcel? Que si un hotel de lujo, que si una corrala recuperada «para el pueblo de Cádiz» que se prometía llena de iniciativas ciudadanas como «Universidad popular, biblioteca –esto que no falte, que da prestancia–, talleres de autoempleo, locales de ensayo, exposiciones», que si la empresa del hotel dice que no, que si la Facultad de Educación, que si facultad y hotelito, que dónde aparcarían los alumnos, que si eso vale un dineral, que si hacemos una maqueta con muñequitos, que si un proyecto de ciudad, que si para el barrio de la Viña será una revolución, que si un vecino protesta porque le van a quitar las vistas, que si quién paga los cuarenta millones, que si el Ayuntamiento pone cinco, que si la plataforma «Valcárcel Universitaria» se entretiene colgando mini pancartas, que si bueno, a ver si pasa el tiempo y le devolvemos el edificio a Diputación –así que pasen cinco años, que por cierto, es el título de una obra de Lorca–, que si ahora te doy seis meses más para que te lo pienses, que si hay que hacer una reunión a cuatro bandas, que si para después de la Patrona, que no guardes los cinco millones, Kichi, por si acaso, que si, que si… Veinte años llevamos liados con Valcárcel, por si usted no se acordaba, veinte años que según el tango no serán nada, pero que si lo piensa seriamente, son cuatro legislaturas en las que las cuatro administraciones implicadas, con sus cambios políticos correspondientes, no han podido –o no han sabido, por ser condescendientes– ponerse de acuerdo. Y mientras, un edificio de indiscutible valor arquitectónico y patrimonial –sin llegar a lo de «el Escorial gaditano» que decían por ahí– que se deteriora a pasos agigantados, se está convirtiendo en un agujero negro que se tragará los cuarenta millones y otros cuarenta más el día que alguien le meta mano.
La Diputación, titular al fin y al cabo del inmueble, no descarta que Valcárcel sea finalmente un hotel cuando se cumplan los plazos que le dio a la Universidad para iniciar las obras de la nueva Facultad de Ciencias de la Educación, fijando una nueva cita en el calendario, finales de marzo de 2023, algo que tampoco aporta nada a la trama argumental de esta tragicomedia.
Verá. En el mundo teatral existen supersticiones o leyendas comúnmente aceptadas, como la de la «maldición escocesa», por la que nadie debe mencionar el nombre de Macbeth en un teatro si no quiere que se desencadenen las desgracias. La Royal Shakespeare Company prevé incluso un conjuro para evitar una catástrofe si alguien rompe la norma, que consiste en salir del teatro, dar tres vueltas, escupir en el suelo y volver a entrar, como si tal cosa, jurando no volver a repetir el nombre de Macbeth en vano. Me acordaba de esto leyendo al Rector que ha sido muy claro en sus declaraciones: «lo mejor que se puede hacer ahora por Valcárcel es no hablar de Valcárcel».
Totalmente de acuerdo, por si acaso. Quién quita que un maleficio o una maldición pesen sobre el edifico de Torcuato Cayón y por eso todo lo que pueda salir mal, saldrá peor. Se lo dije al principio, la política no es más que eso, puro teatro.