la hoja roja
Tanto Twitter y tanta opinión
El problema es que el nombre de las redes no se toma en vano y cualquier cosa que se publique en ellas se convierte en el evangelio, o lo que es peor, en el tribunal superior del cuñadismo desenfrenado
Que llegamos siempre tarde es algo que deberíamos asumir con naturalidad y no fingiendo que nos habíamos equivocado de hora o echarle la culpa, ¡qué sé yo!, al autobús, que siempre viene lleno, o no para, o que justamente salía cuando llegábamos a la parada. ... Excusas hay tantas como situaciones, ya lo sabe, pero lo de llegar tarde es algo que se ha convertido en estructural y que ya no sorprende a nadie. Precisamente por eso me ha sorprendido –por no decir, me ha escandalizado- tanto el interés que ha despertado el asunto de ligar en el supermercado entre las siete y las ocho de la tarde, convertido en el tema estrella de esta semana. Y digo de esta semana porque, siempre, llegamos tarde. Los que vemos First Dates –lo siento, pero en el cómputo de la observación del reino animal, ver el programa de Carlos Sobera puntúa tanto como ver los documentales de La 2- sabemos que la historia tiene ya más de siete años y que pasó desapercibida, tal vez, porque el frikismo del programa de citas ha dado perlas mucho más grandes y más valiosas que lo del Mercadona. Verá. Lea, una muchacha que acudió al programa con una corona de flores como la que llevaba Sarah Ferguson el día de su boda, confesaba a su cita que tenía un problema - ¿uno solo? - para ligar y que, como sabía que todos los solteros hacen la compra a la misma hora, solía ir a los supermercados a hacerse la encontradiza con los que «tienen cervezas y patatas en el carro». La historia no tuvo más recorrido que el pasillo de los congelados y congelada se había quedado solo para el deleite de los que conservamos memorias y hemerotecas.
Pero ¡ay! Que cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo o se engancha a las redes sociales. Que ya lo dice el clásico «tanto twitter, y tanta opinión». Porque, como usted sabrá, el vídeo de @yosoyvivylin y su amiga poniendo en práctica el consejo de la chica del First Dates, se ha convertido esta semana en el único caldo de opinión de este país, en el que siempre llegamos tarde a todo y en el que siempre opinamos de todo porque ante la inmensidad del teclado no hacen falta más alforjas. Así que, apelando a la más osada –la ignorancia-, todos los opinadores de este país se ha puesto manos a la obra, haciendo viral una historia en TikTok que no habría tenido mayor trascendencia –quiero pensar- si no estuviésemos a finales de un agosto tórrido que nos ha estado obligando a matar moscas con el rabo desde que empezó. A mí me llama la atención que gente a la que considero razonable, se rasgue las vestiduras o –lo que es peor- intente dar una explicación lógica y antropológica de una cosa que ni existe, ni nunca existió más que en los guiones de un programa de citas televisivo.
Así somos y así nos retratamos, qué le vamos a hacer. Cómo para tomarnos en serio. Hasta los informativos se han hecho eco de la bola de nieve. Que si una piña puesta del revés, que si en Canarias mejor con un plátano, que si este supermercado es mejor, que si en Cádiz se ha registrado la mayor afluencia de público en los Mercadona de toda España a la hora indicada… y no, no es que estuvieran comparando precios ni ofertas, no. El mundo, nuestro mundo, dividido en dos: los que defienden el 'supermarket dating' y lo justifican como una respuesta a la soledad de una sociedad que ya no sabe ligar, ni interpretar los movimientos del abanico, ni tiene otra manera de relacionarse que no sea en el lineal de los yogures, y los que se echan las manos a la cabeza por lo de siempre, la cosificación, el acoso, el ya no podemos ir tranquilas ni al supermercado, que si las redes sociales… qué le voy contar, si el tema no hay por dónde cogerlo.
Y el problema no es que la gente ponga en sus redes lo que le dé la gana. Para eso son sus redes y son sus ganas. El problema es que el nombre de las redes no se toma en vano y cualquier cosa que se publique en ellas se convierte en el evangelio, o lo que es peor, en el tribunal superior del cuñadismo desenfrenado. Ejemplos, todos lo que quiera: lecciones de memoria democrática, de nomenclátor, de limpieza, de obras, de aparcamientos –la nueva zona naranja es para darle de comer aparte-, de actividades culturales, de patrimonio, de libros expurgados, de enseñanza, de sanidad, de pisos turísticos… pasen y lean, que lo de las redes sociales y el activismo ciudadano no tiene desperdicio.
Nuestros gobernantes lo saben. No hay nada como escribir un textaco en Facebook –ponga aquí la red que quiera, pero quédese con Facebook que es la preferida para el desahogo- con lo primero que a uno se le ocurra, para que rápidamente se ponga en marcha la maquinaria política intentando contentar al de la ocurrencia como sea, para mayor gloria del de la ocurrencia, que la mayor parte de las veces no tiene ni la más remota idea de cómo funcionan las cosas.
Es el signo de nuestros tiempos, qué le vamos a hacer. Las redes sociales llegaron para hacer «amigos» y se han quedado para sembrar el disparate, la bronca y los despropósitos alimentándolos desde la trinchera de la pantalla. Ya lo dice el alcalde de Algar –que sigue empeñado en reivindicar las charlas al fresco para hacer frente a la charla digital-: «las redes sociales son una fuente de distracción y debemos dedicarle más valor a la comunicación oral», a la reflexión y a decirnos las cosas a la cara. Así que menos twitter, por favor, que van a dar las siete y no va a haber sitio en el Mercadona.