Hoja Roja
Un Trambahía llamado deseo
La operatividad del tranvía no parece que vaya a ser uno de sus logros
Ya queda menos, o ya va quedando menos -el uso perifrástico es aquí mucho más que un recurso gramatical- para que veamos el tranvía circulando por nuestra bahía. Bueno, en realidad verlo no lo vamos a ver todavía, porque desde que entra por Cortadura el ... tranvía utilizará la misma vía ferroviaria soterrada que cualquier otro tren, aunque a menor velocidad; pero siempre es bueno saber que debajo de los adoquines, además de la playa, también estará el Trambahía que es como las mentes pensantes han dado en llamar a esto que yo no sé bien cómo calificar. Y es que, como nos sigue haciendo mucha falta invocar a Juan Ramón Jiménez, la inteligencia, al parecer, no ha hecho acto de presencia en esta ocasión, aunque por lo visto, la elección del nombre y del logo está bastante pensada y meditada -tiempo han tenido- y a la Consejería de Fomento, Infraestructuras y Ordenación del Territorio le ha debido parecer un pelotazo.
Dice la web de la Consejería que la imagen corporativa está llamada a ser un icono y un referente en el paisaje urbano y que va mucho más allá de la representación del servicio de transportes. Bien empezamos. Se centra en un anagrama representativo del acrónimo de tranvía (en inglés, Tram) -bien continuamos- y la palabra Bahía, «referido a la Bahía de Cádiz, que identifica a las poblaciones de Chiclana, San Fernando y Cádiz» que es por donde discurre el ansiado trayecto que ha tardado más de quince años en tomar forma. La T, por lo visto, tiene un diseño de lo más sofisticado que busca la semejanza con «el corte transversal de uno de los rieles de la vía» -entrecomillo porque no doy crédito a la explicación- y es verde no porque sea verde, no se equivoque, sino porque es «la conjunción del amarillo intenso, representando el sol de la Bahía de Cádiz y el azul del mar». Maravilloso, ¿no le parece? Los creadores de la marca, el logo y los colores, que son de la propia Agencia de Obra Pública, se han debido dejar las pestañas, y algo más, en el proyecto. El caso es que todo ha salido por unos treinta y cuatro mil euros de nada, que en el montante total de lo que ha costado el tranvía, es el chocolate del loro.
Porque el presupuesto de las obras del tranvía no lo llegaremos a conocer jamás, lo que hasta cierto punto, es lógico teniendo en cuenta los vaivenes de la economía en estos últimos quince años, las modificaciones en el proyecto, las idas y venidas y los parones a los que se ha visto obligada la obra que han convertido los veinticuatro kilómetros que separan nuestra ciudad del polígono Pelagatos en los más caros de la historia y los menos productivos, como ya se está viendo incluso antes de que se ponga en funcionamiento el tranvía. Usted lo ha visto, igual que yo; y también ha hecho cálculos; el trayecto Cádiz-Chiclana, completando las veintiuna paradas que tiene, se realiza en «torno a una hora», un trayecto que en autobús no pasa de cuarenta y cinco minutos y que en coche se realiza en menos de media hora. Por su parte, el recorrido más novedoso, el que une el Río Arillo con Pelagatos realizará en tres cuartos de hora lo que se puede hacer en veintitrés minutos si uno coge el coche. Viva el transporte público.
Así que la operatividad del tranvía no parece que vaya a ser uno de sus logros, por mucho que la T verde que te quiero verde, esté presidiendo cada rincón de esta casa que es la bahía peor comunicada que existe. Tampoco parece que los horarios que se han propuesto sean los más ventajosos para los usuarios; de hecho solo la mitad de los trayectos en días laborables irán desde Cádiz a Chiclana, obligando en el resto de los viajes a que el personal se baje en el apeadero del Río Arillo -ahora entiendo qué hace esa estación en mitad de la nada- y allí coja un tren de cercanías -de los gratis, mire usted por donde- que lo acerque a nuestra ciudad. Un trastorno, en cualquier caso. La oferta se amplía para los fines de semana y será posible ir desde Cádiz a Pelagatos desde la seis de la mañana, con un intervalo de sesenta minutos; total, que será un tranvía ligero y moderno y todo lo que quieran decirnos, pero que si lo perdemos, hay que esperar una hora para coger el siguiente y sumarle la hora que tarda en llegar. No le auguro yo mucho éxito al Trambahía, la verdad, como ya reconoce el alcalde de Chiclana «¿será rentable cambiar el autobús por este nuevo medio de transporte?»
Y ahí es donde está la cuestión. A punto de comenzar a funcionar -dicen- la primera línea del tranvía metropolitano de la Bahía, la Junta tiene por delante la prometida construcción de una segunda para cerrar así el anillo de la bahía conectando todas las poblaciones que la integran. La gran novedad, recuérdelo, será el paso por el puente, que para eso se proyectó el carril doble que nunca han llegado a usar los autobuses interurbanos. No se haga ilusiones, la Junta tampoco se las hace. Primero, han dicho, hay que ver cómo funciona la línea 1 y si es rentable o supone un déficit económico difícil de reponer. Blanco y en botella, ¿no le parece?
Total, que parieron los montes y tuvieron un ratón. Nada de lo que escandalizarse, el transporte público en Andalucía, en general, y en Cádiz en particular, es uno de nuestros peores enemigos. Y si no, que se lo digan a los viajeros recurrentes del bono gratuito y el hacinamiento de los trenes. El largo trecho que va del dicho al hecho es el mismo que recorre el deseo hasta convertirse en la dura realidad.