Hoja Roja
El Tamamismo
A este país le había costado mucho, muchísimo esfuerzo, salir de la telaraña histórica como para que estos jóvenes vinieran a liarnos otra vez
En ocasiones, la antigüedad no es más que eso, antigüedad. Ni grado, ni experiencia, ni sabiduría. Parece que cuesta reconocerlo, pero venimos con fecha de caducidad, como las tapas de los yogures y aunque nos empeñemos en lo contrario, todo pasa, como decía el poeta. ... La cuestión es que una retirada a tiempo siempre es mucho más que una victoria, sobre todo, si la retirada se hace de manera discreta y sin fanfarrias de última hora, buscando el aplauso o el reconocimiento social, cuando ya los méritos –casi siempre flores de un día- no dan para más. Pero no es lo habitual, usted lo sabe, y tampoco es algo nuevo. Rafael Alberti, el de 'Marinero en Tierra', el de la reconciliación política, acabó sus días caricaturizándose a sí mismo y declamando en cualquier esquina aquello de 'Gaviota, gaviota' –no, no diré lo de cuanto más vieja más loca, que tampoco se trata de hacer sangre de manera gratuita-; Camilo José Cela, el de 'La Colmena', el de 'Mrs. Cadwell habla con su hijo', nuestro Nobel de Literatura, acabó confesando sus habilidades anales y sus capacidades aerofágicas, en un programa de televisión. Carmen Sevilla, la que renunció al Hollywood más hollywoodiense, la eterna novia de España, terminó hablando de ovejas en zapatillas, alegrando las tardes del Telecupón… y podría seguir poniéndole ejemplos –y seguro que usted tiene alguno más-, sin temor a caer en el edadismo, que es esa teoría que intenta convencernos de que existen prejuicios y discriminación hacia las personas mayores por causa de su edad. Nada más lejos de mi intención, porque si hay alguna certeza en esta vida es que la edad lo cura y lo destruye todo, y a todos nos va a alcanzar –ojalá- la vejez. «Coged de vuestra alegre primavera, el dulce fruto antes que el tiempo airado, cubra de nieve la hermosa cumbre», que decía Garcilaso; el 'carpe diem', claro, que para algo tienen que servir los tópicos.
Pero estamos asistiendo, últimamente, a un fenómeno que no sabría yo si calificar como todo lo contrario al edadismo, aunque igual de ridículo. Porque en muy poco tiempo hemos pasado de un adanismo post 15M, mucho más apocalíptico que integrado, en el que nada había existido y nada había pasado antes de la llegada al mundo de Pablo Iglesias y sus muchachos y muchachas, que nos obligaron a redescubrir el mundo a través de sus hechos: con ellos volvimos a hablar de Franco, a tener colas del hambre, a sufrir vejaciones… ya sabe, los niños contestones tomaron el mando y todo el que tuviese más de cuarenta años –además de un facha- era un viejo chirimbolo de feria al que había que derribar de un pelotazo. Todo se lo perdonamos, porque entendimos que era la juventud, el divino tesoro, la que movía los hilos de todas las marionetas. Vinieron a asaltar los cielos y a cambiar el mundo como quien recibe un regalo el día de su cumpleaños; la novedad –que todo lo altera- se convirtió en novelería y prometían –y desempeñaban- sus cargos bajo fórmulas casi mágicas, más propias de Hogwarts que de un país democrático. Yo ya lo decía entonces –empiezo a parecer el abuelo cebolleta-, por donde ellos pisaban, ya habíamos pisado antes. A este país le había costado mucho, muchísimo esfuerzo, salir de la telaraña histórica como para que estos jóvenes vinieran a liarnos otra vez.
Y sus ideas, sus ideales han envejecido mal. Muy mal, como casi todo el cine de los años ochenta, y toda la generación que hizo –o dicen que hicieron- la Transición española, y que saben muy bien que, a río revuelto la ganancia es de los pescadores. Lo malo es que los pescadores están tirando la caña en los sitios menos oportunos. Lo llamo 'tamamismo' por la gloriosa intervención del viejo catedrático de economía en la esperpéntica moción de censura de la que aún no he terminado de recuperarme. Pero, siendo Ramón Tamames el exponente máximo de esta tendencia, no es el único, ni el más aventajado. Ya lo sabe, Ana Obregón –que permanece intacta a pesar de su estudiado contorsionismo- ha vuelto a ser madre, o abuela, o algo, a los sesenta y ocho años mediante un procedimiento inmoral e ilegal en España, que ha abierto un debate en torno, no sólo a la gestación subrogada –a alquilar vientres, vamos- sino a esto que le estoy contando. ¿En qué momento hemos asumido que se nos va la Pascua y que para lo que nos queda en el convento, es mejor echar las patas por alto? Fíjese bien, porque el Tamamismo ha llegado –como el mineralismo de Arrabal-, fíjese en cómo aquellos progres ochenteros siguen reclamando su momento de gloria –casi todos en redes sociales, claro- como si la sociedad les debiera algo. Y no, no daré nombres, porque esta ciudad es muy pequeña y todo se sabe. Usted los conoce, y yo también. Y si el diablo es el que carga de estopa las redes, ellos saben cómo soplar para que salgan ardiendo.
Ver comentarios