opinión
La sonrisa y el tiempo
Se han perdido los referentes, y lo que hoy nos parece una novedad, asombroso, ya lo habían visto nuestros abuelos
Le tengo que reconocer, aunque no creo que sea necesario, que me vuelven loca los refranes, las citas literarias y las frases hechas, y que me enredo en las palabras cuando me suenan bien, porque soy más de continentes que de contenidos; más de significantes ... que de significados. Tal vez porque soy consciente de que las palabras se las lleva el viento e intento agarrarlas y apretarlas mucho para que no se me escapen. Cada uno tiene sus manías, y las mías son igual de respetables que las de los demás. Leo una noticia si el titular se adueña de mí y soy capaz de rendirme ante palabras tan bonitas aunque no esté nada de acuerdo con lo que dicen. Bueno, cursilerías al margen, le diré que tenía yo mis dudas –serias dudas– sobre los dentistas y los psicólogos municipales que Adelante Cádiz llevará en su programa para las próximas elecciones municipales. Mis dudas nacían de la propia naturaleza de estos servicios sanitarios que, en principio, no tienen por qué ser competencia de los Ayuntamientos, aunque cada municipio es muy libre de establecer los servicios que considere en beneficio de los ciudadanos y las ciudadanas, a pesar de lo que establece la Ley Reguladora de Bases de Régimen Local; una ley, dicho sea de paso, que ya tiene unos añitos y que necesita alguna que otra reforma.
El caso es que no me aclaraba yo mucho con lo de los psicólogos y los dentistas municipales, hasta que el candidato de Adelante Cádiz me atrapó en sus redes sociales. «La salud mental, la bucodental y la conciliación sin desfallecer en el intento no pueden ser un privilegio. La sonrisa y el tiempo», decía. No me negará usted que no es precioso lo de la sonrisa y el tiempo. O al menos, a mí me lo parece, porque no se puede decir más con tan solo cinco palabras. La sonrisa y el tiempo, tan evocador como 'al mal tiempo, buena cara', tan cierto como que 'cada vez que sonreímos añadimos un par de días de nuestra vida', que decía Curzio Malaparte, que era un fascista de tomo y lomo –de los del Fascio italiano–, pero que llevaba más razón que un santo. Porque como dice el candidato, hay mucha gente que no sonríe porque se le ven los desconchones. Y eso es más triste que un torero al otro lado del telón de acero, y usted lo sabe, a pesar de que un día fuimos la ciudad que sonríe, sin complejos y sin dentistas municipales.
Todo cambia, es evidente, y la evidencia es la que termina poniendo las cosas en su sitio, y no Marie Kondo, que ha terminado por rendirse a la evidencia de que con tres hijos es imposible tener la casa ordenada. Mucho ha tardado en darse cuenta, sobre todo porque su método infalible no lo fue nunca. Aquello de deshacerse de todo lo que no te hace feliz parecía tentador ¿verdad? «Cuando ordenes el armario, quédate solo con lo que realmente te encanta y no guardes la ropa que te da pena tirar». Al final, todo era cuestión de tiempo… y de hijos, y lo de doblar la ropa en vertical, algo tan inútil como innecesario. Qué se le va a hacer, los salva-armarios, igual que los salvapatrias terminan cayendo por su propio peso, porque nadie ha venido aquí a cambiar el mundo.
Solo hay que fijarse en nuestro termómetro local, el COAC. Que ya lo ha dicho Antonio Martín, «reivindicar las cosas hoy es más fácil que en otros tiempos», sobre todo porque se han perdido los referentes y lo que hoy nos parece una novedad, lo más asombroso, lo más inclusivo, lo y lo más moderno, ya lo habían visto nuestros abuelos. No lo digo solo por nuestro carnaval–«Veo poca inspiración y novedad en los tipos; todos se copian», Martin dixit–, ni por nuestra ciudad, sino por lo del tiempo. A ver si nos vamos enterando de que no hay nada nuevo bajo el Sol, por mucho que llamemos a la inteligencia, incluso a la artificial.
Lo del ChatGPT, sin ir más lejos, no es más que una revisión –más depurada y perversa– de lo que hace veinte años fue la Wikipedia, en la que muchos vieron alguna trompeta del Apocalipsis y al final, fue y no fue nada. Hoy, con el paso del tiempo, lo miramos con una sonrisa. Ya le dije al principio que si me atrapan las palabras, en ellas me quedo enredada, aun sabiendo que todo pasa y todo queda. Ya ve, la última moda en París tiene hasta su propio nombre, NBN, que son las siglas de Netflix-Baguette-Netflix y que no es otra cosa que salir en pijama a la calle.
Una moda que los especialistas clasifican en el apartado 'pereza', 'esnobismo' o directamente 'todo vale' y que se puede ver en grandes ciudades como Londres, Nueva York o Shangái –que se me note el mundo–, donde la gente ya sale en pijama a comprar el pan, sacar al perro, o sentarse en una terraza a desayunar. Dicen que es efecto colateral de la desidia que nos dejó la pandemia. El confinamiento terminó por instalarnos en un permanente 'homewear', que es lo que viene siendo el chándal de toda la vida, por si aún le quedan dudas.
Pues tampoco es tan moderno, qué quiere que le diga. En Cádiz, de toda la vida de Dios la gente ha bajado en bata y en pijama la basura, se ha acercado al almacén y hasta se ha echado un ratito de charla en una esquina. Que ya lo dijo el Libi, 'Paco baja, aunque sea en pijama'.