Hoja Roja
Solidaridad de casapuerta
Muchas veces la solidaridad es la respuesta a una pregunta que nadie se ha hecho
Hace mucho que no me gustan los anuncios del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad. Y cuando digo mucho, le estoy hablando de casi veinte años, los mismos que el calvo de la lotería dejó de decirnos aquello de «que la suerte te acompañe», ... que es lo que yo quería –y usted también- que me dijeran en el anuncio de la lotería. No necesitaba más, y usted tampoco. Pero ni usted ni yo estamos en la cabeza de los que piensan que para que compremos lotería de Navidad nos tienen que contar un dramón, y en eso están los creativos de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre desde hace una década, desde que el Gordo tocó en el «bar Antonio» y Manuel no había comprado el décimo, ¿se acuerda del café y de los veintiún euros y de lo mezquinos que podemos llegar a ser? Pues así llevan, año tras año, los anuncios de la Lotería de Navidad. Una abuela con Alzheimer, un enfermo terminal, una inmigrante ucraniana, un vecino antipático, un pastor de ovejas que se atrinchera en su pueblo, uno que se encuentra un décimo premiado y lo devuelve… en fin. Lo llaman solidaridad, pero no hay que olvidar que, en realidad, se llama «hay que comprar lotería».
El anuncio de este año también va en esa línea. Resiliencia, soledad y solidaridad, según sus creativos, son los valores que se destacan en la historia de Julián, uno que no se quiere ir de su pueblo y que no tiene con quien compartir el décimo que ha comprado. El resto, se lo puede imaginar, porque si algo hemos aprendido de los yanquis es ese infantilismo colectivo de buenas intenciones. «A través de Julián queremos contar la historia de un país y cómo un país es capaz de organizarse para solucionar un problema», dicen los responsables del anuncio. La organización del país, en cuestión, es una campaña bobalicona para localizar a Julián y compartir con él la suerte, después de que su imagen triste y solitaria saliera en televisión. #YoTambiénComparto se hace viral en un anuncio que dice mucho más de nosotros de lo que se imaginan sus creadores. Y no demasiado bueno, la verdad.
Lo hemos visto en los últimos días con la tragedia de Valencia. Somos muy solidarios los españoles, ya ve. Enseguida se organizaron campañas de recogida de alimentos, de ropa, en las que todo el mundo quiso arrimar el hombro sin preguntar. Así de generosos somos. Enseguida se planearon viajes solidarios a la zona afectada. Enseguida se organizaron festivales y conciertos. Enseguida nos dijeron que los jóvenes no eran la generación de cristal, sino los Iroman que iban a Valencia con su escoba a hacer lo que nadie más hacía –fotos para el Instagram incluidas. Enseguida aparecieron influencers repartiendo bocadillos, organizando reparto de botellas de agua, de mantas… sí, todos somos muy solidarios. Incluso los que hicieron el cambio de armario aprovechando la recogida de ropa y llevaron los bikinis, las bermudas, las chanclas, las camisetas de tirantes que ya no se iban a poner más. Total, es para los que no tienen nada, debían pensar. Incluso los que llevaron bolsas de comida sin preguntar qué, y dónde hacía falta–lo mismo había más necesidad a la vuelta de nuestra esquina y no lo sabíamos- y sobre todo sin preguntar cómo se iba a llevar toda esa comida hasta Valencia. Da igual. Muchas veces la solidaridad es la respuesta a una pregunta que nadie se ha hecho.
Y conste que no critico a la gente de buena voluntad. Y conste que no censuro las iniciativas para echar una mano donde haga falta, sea donde sea. Lo que quiero decir es que somos demasiado manipulables y estamos demasiado mediatizados por las redes sociales –vuelta la burra al trigo. Y conste que sé que es políticamente incorrecto decir lo que estoy diciendo, pero si no lo digo, reviento. Nadie va a compartir el premio Gordo de la Lotería de Navidad con Julián, nadie se acordará de la gente de Valencia cuando pasen seis meses y las ayudas del Estado no hayan llegado, nadie irá allí a ayudarlos a pintar sus casas, a recomponer sus vidas. Porque somos solidarios de los del aquí y el ahora.
El pasado jueves se declaraba la alerta naranja en nuestra ciudad por las condiciones climatológicas que pronosticaban las agencias de meteorología. No hubo actividad en los colegios y muchos centros municipales cerraron sus puertas para evitar que la gente anduviera por la calle –los cinco mil cruceristas dando bandazos no contaban, por supuesto- por aquello de que es mejor prevenir que curar. A mucha gente le pareció una medida exagerada –a los mismos que ven a Iker Jiménez, curiosamente- porque en Cádiz nunca llueve a gusto de todos y porque, lógicamente, es complicado tener a los niños en casa cuando uno tiene que ir al trabajo. Sacamos, entonces, al experto en dananismo que llevamos dentro para explicar que en Cádiz nunca habría una Dana, porque ya se sabe que en Cádiz no hace frío, que hace humedad y porque la Dana es un fenómeno que se produce en blablablablablablabla… que hablar no cuesta dinero. Todo el mundo sabía que iban a caer cuatro gotas, todo el mundo sabía que no era para tanto, porque después de visto, claro está, todo el mundo es listo. Eso sí, después de visto.
A ver cuántos de los agraciados con el Gordo de Navidad van a buscar a Julián para compartir el premio. Que hablar es muy fácil y ser solidarios de casapuerta, también.