opinión
Retrasados
De los romanos heredamos muchísimas cosas, muchas más de las que imaginamos y de las que dicen los libros de historia
No le descubro nada nuevo si le digo que de los romanos heredamos muchísimas cosas, muchas más de las que imaginamos y de las que dicen los libros de historia. Con algunas hicimos de nuestra capa un sayo y las adaptamos –digámoslo así- a nuestro ... modo de entender las cosas; de esta manera le perdimos el respeto a la palabra escrita, por mucho «scripta manent» que nos legaran nuestros antepasados y conseguimos que la mujer del César solo tuviera que parecerlo, convirtiendo la apariencia en todo un arte, el arte de aparentar, sublimado en la habilidad de algunos para hacer como si hicieran, sin hacer nada. No en vano uno de los logros de nuestra lengua romance fue el de equiparar los verbos ser y parecer como si fuesen la misma cosa. Pero no vengo a hablarle ni de lenguas ni de apariencias, sino de esas otras cosas que heredamos de los romanos y que, además de haber mantenido en el tiempo, hemos mejorado hasta rozar la perfección. De esto, precisamente, es de lo que quería hablarle, de la «opera publica» o lo que es lo mismo, de cómo hacer política utilizando el espacio público, ya sabe, esa política de pantalla que tanto gusta en nuestro país.
Hay detalles que se quedan impresos en la memoria y que no se olvidan jamás. Los órdenes arquitectónicos romanos se iban complicando a medida que se iba deteriorando el poder político. Ante la posibilidad de caer en desgracia ante el pueblo, aparcaban aquello del menos es más y se empeñaban en echarle aliños a las columnas; acuérdese, hojas de acanto, volutas dobles, fustes historiados, salomónicos, y sobre todo, unas proporciones desorbitadas por aquello de la ostentación y de la aplicación inconsciente del refrán castellano, ya sabe, caballo grande, ande o no ande.
Cuanto más grande el continente, más pequeño y débil el contenido. Cuanto peor para todos mejor –sé que lo dijo Rajoy y no un romano, pero venía que ni pintado-, cuanto más ruido haya menos se escucha. Esto es así, nos guste o no. El emperador Augusto reformó tanto la ciudad que hizo su padre que se le fue la mano con los jardines, baños públicos, templos, fuentes, parques, bibliotecas y a punto estuvo de convertir el antiguo Foro romano en un parque temático –lo bueno es que le facilitó mucho el trabajo a los arqueólogos- para que el «populo» estuviera entretenido viendo siempre la ciudad en obras, mientras se iba fraguando la caída sin frenos del Imperio Romano
Por eso siempre se habla de «megalomanía» como un síntoma inequívoco de decadencia. Qué quiere que le diga, pero ahí están el estadio de fútbol, el Queco y la Queca, o el mirador de Santa Bárbara para darme la razón. Y aplíquelo a todo el territorio español, aeropuertos, autopistas, miradores, museos… en fin, el circuito de Fórmula 1 de Valencia, por ejemplo, lo dice todo.
Otras veces, aun siendo las obras necesarias –o no demasiado- se utilizan distintas técnicas para el mismo objetivo, el entretenimiento popular. De esto sí que sabemos mucho por aquí, porque la media de cualquier proyecto público, ya lo sabe, no baja de los quince años. No le entretendré, ni me entretendré yo, en recordarle lo que tardaron los que ya se inauguraron, y tampoco me detendré –otra vez- en la Ciudad de la Justicia, el Hospital, Valcárcel, los depósitos de Tabacalera, Tiempo Libre… porque si lo del tranvía de Chiclana supera todas las expectativas temporales, las obras de la plaza de España están a punto de subirse al pódium de lo que significa una política de escaparate, inútil, costosa y no demasiado bien hecha.
Parece que a pesar de los esfuerzos, el proyecto va retrasado. No podrá celebrarse el próximo Día sin Coche –el jueves que viene- con todo el boato que se pensaba escenificando «la gran apuesta por las ciudades peatonales» por la que tanto ha luchado el concejal de Urbanismo y Movilidad Urbana y que ha transcurrido, según él, «sin ninguna incidencia ciudadana». Bueno, si el mareo de las paradas de autobús, el trastorno de no poder cruzar a la otra parte de la plaza de España sin hacer una gymkhana, la gente tirando las vallas, el descontrol de no saber cada día por donde se puede pasar, y el caos de aparcamiento no le parecen incidencias ciudadanas no seré yo la que levante el dedo para decirlo. El caso es que la obra nos ha tenido tan entretenidos que lo mismo nos da ya que se retrase otra vez y que en vez de septiembre, sea «a mediados de octubre» o a finales de diciembre, porque una vez empezadas las clases tanto en los dos colegios como en el instituto que se ubican en la zona, los alumnos –y las alumnas- ya saben lo que les espera, y no son precisamente esos «caminos seguros» que nuestro ayuntamiento anunciaba a bombo y platillo cuando no estaba tan pendiente de buscar la puerta de salida.
En fin, ya le dije que los romanos cuando veían la aguja mareada le echaban más madera. Una «fuente seca» es «el broche de oro» previsto para la remodelación de la plaza de España. Dice la presidenta de la Aguas de Cádiz que es una cosa inédita en nuestra ciudad, que no estará lista cuando la plaza se abra al público –menos mal, se admite el retraso- y que por el módico precio de 240.000 euros de las arcas municipales, servirá para reforzar «una sinergia que es indiscutible y muy interesante».
Que por sinergia no quede. Seguiremos esperando, total, ya hemos visto el tráiler del próximo capítulo, la reforma del Paseo Marítimo. No estaban tan locos los romanos.