Hoja Roja

La regata es lo de menos

Es el momento de empezar a plantearnos que la ciudad se merece mucho más de lo que hemos tenido hasta ahora

Las comparaciones, dicen, son odiosas. Seguramente porque, al comparar, una de las partes sale siempre mal parada –para eso se confrontan, claro- y porque el ser humano tiene una tendencia natural a poner etiquetas, a calificar, a definir en términos comparativos. «Con quien te vi, te comparé», dice el refranero. Y eso es lo que llevamos haciendo desde que el pasado jueves las puertas del muelle se abrieran a la celebración de la Gran Regata Elcano-Magallanes 2023. Una Gran Regata –me encanta la megalomanía aplicada a las cosas, gran regata, cabalgata magna, procesión magna… ya sabe- que ha sido la menos «gran regata» de todas las que se han celebrado en nuestra ciudad hasta el momento.

Es cierto que las primeras veces, juegan con ventaja porque tienen la capacidad de quedarse para siempre como un recuerdo mitificado, ampliado o sobrevalorado –que es lo que se dice ahora- en el imaginario colectivo. Y después de treinta años, la Gran Regata Colón 92 se ha convertido en un referente de identidad de lo que creemos, o nos parece, que debe ser una «gran regata», que para esto también sacamos al César Carballo que todos llevamos dentro. Lo habrá escuchado estos días «la del 92 sí que fue buena», «esto ha ido a peor», «en el 92 todo era maravilloso» … y no digo yo que no sea así, edad tengo para acordarme de eso y de más, pero me niego a caer en las trampas de la nostalgia, porque eso me llevaría a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y, qué quiere que le diga, no siempre es así. También es cierto que en esta ciudad tenemos una tendencia natural –y muchas veces artificial- a convertir en tradición todo lo que se haga más de dos veces. No hace falta que se lo recuerde, pero aquí todo lo que se celebra una vez, a la siguiente ya es «tradicional»: la tradicional batalla de coplas, el tradicional entierro de la caballa, la tradicional fiesta de los cañonazos… tan tradicionales como la Velada de los Ángeles, los tradicionales bailes del Falla o las tradicionales barbacoas del Carranza, que ya sabe usted a dónde fueron a parar…

Y la tradición de celebrar la «Gran Regata» ha conocido mejores tiempos, la verdad. Por hacer la comparativa –al final, caigo en todas mis tentaciones- solo hay que recordar que de los ciento ochenta y seis veleros que atracaron en nuestro puerto en 1992, hemos pasado a los 15 que este año se pierden en el cantil de un muelle lleno de gente. Treinta y tres tuvimos en 1996, 49 en la de 2012 y cuarenta y cuatro en 2016. Ya ve, no es una opinión, son los datos los que demuestran que esto ha ido a menos. No entraré en valorar si el pecado es de pensamiento, de palabra, de obra o de omisión. Pero no pasa nada por reconocer que la Gran Regata de 2023 no es ni sombra de lo que fue. Y no hay que buscar culpables, al menos por ahora. Venimos todavía arrastrando los coletazos de una pandemia que obligó a suspender la cita de Grandes Veleros en 2020 y 2021 –esta también podría haberse llamado la Regata de la normalidad, como todo- por parte de sus organizadores y que la escasa participación de los barcos este año no es un boicot a nuestra ciudad –que de todo se escucha en la calle- sino algo generalizado, porque no debemos olvidar que, si nosotros tenemos 15 embarcaciones, A Coruña ha tenido doce.

Así que, sin entrar en comparaciones, por odiosas y tendenciosas, habría que destacar que no todo es la regata en la Gran Regata. Sólo hacía falta darse una vuelta por el muelle desde primera hora de la mañana y ver las colas para acceder a los barcos, para las actividades infantiles –sí, aunque haya quien diga que menudo plan, los planes para la gente menuda es lo que más éxito tiene-, para los conciertos, para las actuaciones de Carnaval, e incluso para las barras de los bares que, a pesar de sus «abusivos precios» –los mismos que la Sail GP, o la barra del Falla, porque son los mismos empresarios de los últimos años, que no se nos olvide- han estado llenas de público.

Es lo que tiene esta ciudad, con todas sus contradicciones, con todas sus luces y con todas sus sombras; que cuando se echa a la calle, se echa con todas las consecuencias. Los vecinos y las vecinas –se me ha quedado la muletilla- siempre son agradecidos con lo que se les ofrece. Y en esta ocasión, con el viento en contra y con marejada de fondo, Cádiz, en la Gran Regata ha sabido estar a la altura de las circunstancias, como pedía el alcalde el pasado jueves en la inauguración. Sean las que hayan sido las circunstancias, a pesar de todos los inconvenientes, luchando contra el tiempo y contra los elementos –no estoy llamando elemento a nadie, solo parafraseo a Felipe II- la ciudad ha vuelto a demostrar que todo lo bueno que tenemos, o casi todo, nos ha venido del mar, y que cuando mira al mar es cuando se siente bien.

Porque en esta isla ya nos hemos cansado de ser náufragos y de lanzar mensajes desesperados en botellas que no llegan a ninguna parte. Es el momento de empezar a plantearnos que la ciudad se merece mucho más de lo que hemos tenido hasta ahora, y que la regata, es lo de menos.

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