HOJA ROJA

¿Qué hubiera sido?

Dicen que hablan de empoderamiento femenino, pero yo creo que hablan de las cavernas, y eso es lo que escuchan nuestros jóvenes constantemente

Yolanda Vallejo

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Por lo que veo, la publicación del Wrapped de Spotify se ha convertido ya en uno más de los miles de rituales que, llegando estas entrañables fechas, la gente espera como agua de mayo en pleno diciembre. Están, ya lo sabe, el anuncio de la Lotería, el de Campofrío, el encendido de las luces de ciudades como Vigo -o Socuéllamos, que en esto de las luces todos estamos igual de iluminados-, el vestido de Cristina Pedroche, la palabra del año y ahora, también, la lista de las canciones más escuchadas en Spotify. Una lista que se publicaba el miércoles pasado y que no hace más que corroborar que, además de vieja, soy una inculta en cuanto a las tendencias musicales del momento. No conozco a ninguno de los artistas más seguidos en nuestro país. Bueno, no diré tanto; leo la lista y me suenan los nombres, pero porque tengo hijos veinteañeros y porque consumo más televisión de la que debería. Por eso sé que Taylor Swift dio dos conciertos en el Bernabéu a los que se recomendaba ir con pañales para no perder el tiempo –ni el sitio- en ir al baño; sé que Quevedo no es el enemigo de Góngora, sino uno que canta rap, que Bad Bunny no tiene nada que ver con el conejo de la suerte - ¿quién sería el que hizo la traducción de Bugs Bunny en España? -, y también sé que Rauw Alejandro fue novio de Rosalía. Y ya está. Tampoco crea que la cosa mejora si me voy a la lista de los artistas nacionales más escuchados: hasta el puesto número cinco, que ocupa Omar Montes –al que conozco por lo de la vida mártir-, no me suena ninguno, y de ahí para abajo, tampoco mejora la cosa.

Así que, más por cabezonería que por amor propio, me había propuesto escuchar el top ten de la Wrapped española, al menos para tener tema de conversación en la comida de empresa –las comidas de empresa ya no son lo que eran- y para auto engañarme haciéndome creer eso de que la edad está solo en el carnet de identidad. Total, que empecé por Karol G., la colombiana cuyo estilo define la revista «Rolling Stone» como «femenino y sexy, pero deportivo y marimacho», que encabeza el medallero del Spotify patrio con «Si antes te hubiera conocido». Le ahorraré, si no la conoce, el trance de saber de qué va la letra de la canción que más ha sonado este año en nuestro país, pero le diré que, en parte, dice mucho del lugar que ocupa España en cuanto a comprensión lectora en las evaluaciones internacionales. «Yo me caso contigo. Mi nombre suena bien con tu apellido», repite insistentemente la canción que más escuchan las jóvenes de hoy en día. Todo bien, por lo que parece.

Luego nos escandalizamos –con razón, vaya por delante- de que el exministro Mayor Oreja hable de «la verdad de la creación frente al relato de la evolución», y entrecomillo la frase, no solo porque así lo dijo el ahora presidente de la Network for Values, durante su intervención en el Senado, sino por las palabras que utilizó: «verdad de la creación» y «relato de la evolución». Ahí está la clave, verdad frente a relato. No es que Mayor Oreja se haya revelado como un creacionista y que esté negando siglos de investigación científica, antropológica, arqueológica o documental como si tal cosa, es que Mayor Oreja habla de lo que es verdad y lo que es mentira, aunque use un eufemismo tan manoseado políticamente como es «relato». Y lo hace, apoyando sus palabras en lo que supuestamente dicen la «mayoría de los filósofos franceses», que es casi como decir que lo ha dicho mi vecina la del quinto, o un amigo en el Facebook. Así estamos. Lo que yo digo, lo que yo creo es verdad y lo que tú dices, lo que tú crees es mentira, porque hemos construido una sociedad que no se organiza en torno a la lógica y la coherencia, sino que discute contraponiendo una anécdota a otra, un sentimiento a otro, una emoción a otra –es el efecto Mr. Wonderful-, sin argumentos, dando prioridad a aspectos irracionales en nombre de una supuesta libertad de expresión que conlleva, necesariamente, la obligación social de que se respeten todas las tonterías que se dicen. Y no, no todas las opiniones son respetables, ni mucho menos, pero cualquiera levanta la mano para decirlo, sin que lo lapiden.

El problema no es que haya por ahí una serie de personas que afirmen que la tierra es plana o que fuimos creados por el monstruo del espagueti volador, el problema es que nueve estados del país más poderoso del mundo ser crean a pies juntillas que Trump es el enviado de Dios para salvar al mundo, el problema es que Milei tenga como directora de la Comisión de Ciencia a una terraplanista convencida, el problema es que se censuren lecturas en los colegios, el problema es que el alcalde de Orense haya suprimido las ruedas de prensa y solo comparecerá públicamente en su canal de Youtube y contestará a las preguntas que él considere interesantes a través de un número de Whatsapp, el problema es que Mazón siga sin dimitir, el problema es que el Congreso Federal del PSOE haya quedado para aplaudir y vitorear a la mujer del secretario general –mi nombre suena bien con tu apellido. El problema no es que Mayor Oreja esté en contra de la evolución, sino que estamos en un proceso de involución social y política bastante preocupante que no parece tener vuelta atrás.

«¿Qué hubiera sido?» pregunta Karol G. en su canción. No es la peor, se lo aseguro. En el Wrapped de Spotify están «La falda» de Mike Towers, «La luna» de Feid, o «Espresso» de Sabrina Carpenter. Dicen que hablan de empoderamiento femenino, pero yo creo que hablan de las cavernas, y eso es lo que escuchan nuestros jóvenes constantemente.

Luego nos quejaremos.

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