Un pito de caña
La nostalgia, lo he dicho mil veces –y otras mil que lo diré– es una melaza pegajosa que crea adicción y nubla las entendederas
En muchas ocasiones, el diseño del futuro pasar por claudicar ante la versión más sofisticada de la nostalgia. Lo dice el himno de Blas Infante –queremos volver a ser lo que fuimos– y lo han dicho, hasta la saciedad, todos los aprendices de próceres que, ... de una u otra manera, se han postulado para llevar las riendas de la ciudad. Volver, aunque sea con la frente marchita, como si desdeñáramos la linealidad de la historia y apostásemos todos los dados a la casilla de salida. Volver, como si confiásemos más en el ayer que en el mañana. La nostalgia, lo he dicho mil veces –y otras mil que lo diré– es una melaza pegajosa que crea adicción y nubla las entendederas. Que lo que antes estuvo bien no tiene por qué ser garantía de nada, cada uno, al fin y al cabo, es producto de su tiempo y nadie puede escapar de él. Por eso, además de luchar contra las garras de la nostalgia, es conveniente no mirar atrás, que luego pasa lo que le pasó a Sara –el referente bíblico lo mismo es demasiado antiguo– y termina uno convertido en estatua de sal.
Le cuento esto porque mucho estábamos tardando en iniciar el expediente de inscripción del Carnaval de Cádiz en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, tal vez porque estábamos más pendiente de lo que fuimos que de lo que queremos ser; y tal vez –o con toda seguridad– porque nos consideramos mal y nos vendemos peor.
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad son las tamborradas, los patios de Córdoba, el canto de la Sibil–la de Mallorca, una cosa tremenda, por cierto–, las fiestas del fuego de los Pirineos, la dieta mediterránea, la cetrería o el silbo gomero –otra cosa tremenda–, entre otros. Ninguno de ellos tiene nada que pueda hacer sombra al carnaval gaditano, que por otra parte, tiene una proyección internacional mucho más interesante que muchas de las expresiones patrimoniales declaradas por la Unesco.
Para tener consideración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad son necesarios unos requisitos que nuestra fiesta cumple con creces. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el patrimonio inmaterial «incluye prácticas y expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes»; ahí está lo interesante, claro, en la transmisión, en el legado identitario que supone que todos nos sintamos parte esencial de una fiesta que siempre es la misma pero nunca es igual.
Mañana, por fin, se presentará en sociedad la candidatura del Carnaval de Cádiz a Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Un acto que pretende escenificar el esfuerzo de la Universidad, el Aula de Cultura del Carnaval y el apoyo incondicional del Ayuntamiento por materializar lo que será ya para siempre inmaterial. Pero lo de mañana es solo el primer paso, que se ha dado, además, con el aplauso del presidente de la Junta de Andalucía porque es la Comunidad Autónoma la que debe formalizar la candidatura de manera oficial ante el Ministerio de Cultura que será quien remita el expediente completo a la secretaría de la Unesco. Dicho así parece que es cuestión de días, pero a poco que se informe, se dará cuenta de que el proceso puede alargarse hasta dos años, porque si la burocracia española le parece un horror, la burocracia internacional son dos horrores o más, y las secretarías, subsecretarías, comisiones y subcomisiones tienen que justificar su existencia.
Quien no tiene nada que justificar en este asunto es el propio Carnaval. Y eso lo sabemos todos, sin necesidad de que nadie nos lo diga. Es cierto, que como dice la concejala de Cultura y Fiestas, presentar la candidatura en Madrid implica «un paso más dentro de todo el trabajo que se viene haciendo para lograr esta distinción» y también es cierto que como recoge el comunicado de la Junta de Andalucía, la declaración «supondría un impulso importantísimo a la ciudad en todos los niveles, con el consiguiente impacto económico». No sé yo hasta qué punto el vil metal –me encanta llamar al dinero vil metal, con un punto de desprecio– es el objetivo del minucioso trabajo realizado por la UCA para elaborar el proyecto que contiene el pito–pendrive que fue entregado al presidente de la Junta de Andalucía el pasado jueves y que representa la esencia del carnaval gaditano, por dentro y por fuera.
Con la vista puesta en 2025 –año en el que se supone que también seremos la sede del Congreso Internacional de la Lengua– y con unas expectativas que no se alejan mucho de la realidad, no hay tiempo de mirar atrás, y sí de seguir avanzando en la construcción del modelo de ciudad que queremos seguir construyendo. Nuestro Carnaval es mucho más que «una expresión absolutamente única y genuina en el mundo», es una manera de entender y de entendernos, una forma de ser, un estado de ánimo que cambia para que todo siga igual, un gatopardismo –don Tancredo, qué le vamos a hacer– que nos representa y que nos conforma como sociedad.
Nuestro futuro cabe en un pito de caña, el mismo pito de caña que guarda la esencia de lo que fuimos, que es la llave de nuestro pasado que nos sirve para abrir el futuro, el mismo pito de caña que con el que aprendimos que no es lo mismo un pasodoble que un cuplé y que el que nos enseñó que la vida dura lo que dura un estribillo.
En muchas ocasiones, el diseño del futuro pasa por claudicar ante la versión más sofisticada de la nostalgia, y en otras ocasiones –como ésta– pasa por sacudirnos, de una vez por todas, los complejos.