Un pito de caña

La nostalgia, lo he dicho mil veces –y otras mil que lo diré– es una melaza pegajosa que crea adicción y nubla las entendederas

Yolanda Vallejo

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En muchas ocasiones, el diseño del futuro pasar por claudicar ante la versión más sofisticada de la nostalgia. Lo dice el himno de Blas Infante –queremos volver a ser lo que fuimos– y lo han dicho, hasta la saciedad, todos los aprendices de próceres que, ... de una u otra manera, se han postulado para llevar las riendas de la ciudad. Volver, aunque sea con la frente marchita, como si desdeñáramos la linealidad de la historia y apostásemos todos los dados a la casilla de salida. Volver, como si confiásemos más en el ayer que en el mañana. La nostalgia, lo he dicho mil veces –y otras mil que lo diré– es una melaza pegajosa que crea adicción y nubla las entendederas. Que lo que antes estuvo bien no tiene por qué ser garantía de nada, cada uno, al fin y al cabo, es producto de su tiempo y nadie puede escapar de él. Por eso, además de luchar contra las garras de la nostalgia, es conveniente no mirar atrás, que luego pasa lo que le pasó a Sara –el referente bíblico lo mismo es demasiado antiguo– y termina uno convertido en estatua de sal.

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