Las peras del olmo

El Trambahía, en menos de una semana, ya ha tenido que suspender su servicio porque lo terrorífico no está solo en su funcionamiento

Dicen que Stalin –fuerte empiezo- decía algo así como «un muerto es una tragedia. Un millón, una estadística», en referencia a que a todo se termina acostumbrando el cuerpo. El refranero español, que resulta siempre mucho más elegante y agradable de citar que el artífice ... de las purgas soviéticas, lo expresa de una manera más clara y más efectista, ya sabe usted, «lo poco espanta, y lo mucho amansa». No se puede llevar más razón. El primer árbol que se cayó en Cádiz fue una tragedia, el que se desplomó el pasado miércoles, a pocos metros de una terraza en García de Sola, era solo eso, otro árbol podrido, otra «caída puntual», que diría el Ayuntamiento, un número más que apuntar en la lista. Y nada más, así de acostumbrados estamos.

Acostumbrados, sobre todo, a excusarnos; que eso lo traemos de serie, desde que Adán encontró la fórmula mágica para sacudirse las migajas de la culpa, «la mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí», y echarle el muerto de la tragedia, o de la estadística a otro. Total, solo hay seis mil kilómetros entre Kenia y Senegal –como de Cádiz a Mombasa, así, como ejemplo, para que se ubique- y, para qué vamos a andarnos con remilgos, usted tampoco sabría diferenciar a un keniata de un senegalés, ni aquí ni en su tierra; no vamos a darle la carga a Pedro Sánchez, ni a los treinta asesores que lo acompañan en su viaje a África, porque lo único que ha hecho es marcarse un Federico Trillo -¡viva Honduras!- y, eso sí, plantar un árbol en Nairobi para inmortalizar el pedazo de momento histórico.

Cosas peores se han visto, dirá usted. Claro que sí, pero ya se lo advertí al principio, lo mucho termina por amansar a las fieras. Así que lo de Feijóo y su amplia cultura artístico-literaria –que lo de Orwell será muy fuerte, pero lo del Picasso catalán tampoco tenía desperdicio- me ha cogido curada de espanto. Tantos asesores y no poder hacer nada contra el ridículo, porque lo de «todos nos equivocamos» del líder del PP y sus bromas en Twitter es bastante ridículo. Qué le vamos a hacer, el mundo se derrumba y los activistas ya no tiran margaritas a los cerdos, sino que se dedican a arrojar comida a las mejores obras de arte en los mejores museos del mismo mundo que se derrumba.

Yo no lo entiendo, la verdad. Pero tampoco entiendo las cuentas de nuestro Ayuntamiento y, sin embargo, duermo cada noche tan tranquila. Si el Pleno del pasado viernes aprobó el reparto de los remanentes –catorce millones y medio de euros, le recuerdo- tal y como los había planteado el equipo de Gobierno, no seré yo la que ponga parches a un grano a punto de reventar; mucho menos cuando el cuento de la Lechera es uno de mis favoritos, y el propio presidente de Eléctrica de Cádiz ha reconocido –lo que le honra- que aún no saben cómo se van a repartir los dos millones y medio de euros destinados a paliar los efectos de la subida de la factura de la luz. «Es cierto, no se conocen» ha confesado el concejal de Hacienda. «Ya se sabrá en su momento» decía un homónimo suyo hace ya casi ocho años; más de lo mismo, decimos nosotros en un ejercicio de resignación que cada vez nos sale mejor. Nadie sabe nada, pero tampoco parece que haya interés en que se sepa, porque ya lo ha dicho el alcalde –que todo lo comunicará dando cumplimiento por escrito, le pregunte quien le pregunte- «no queremos que el PP meta mano en Eléctrica de Cádiz porque todo lo que toca lo pudre». Como los árboles de esta ciudad.

No hay que pedir peras al olmo, dicen. Tampoco al Trambahía que en menos de una semana ya ha tenido que suspender su servicio porque lo terrorífico – ¡Ay, Halloween, cuanto te debe nuestra bahía!- no está solo en su funcionamiento, y si no, que le pregunten a los que intentan validar la salida en determinadas paradas y nadie sabe cómo hacerlo, o a los que lo cogieron «solo por la novelería» y ya no piensan cogerlo más. La corteza guarda al árbol, vuelvo al refranero.

Y la corteza la tenemos cada vez más gorda, al menos yo, aunque sé que usted también. Tan gorda, que cuando Ismael Beiro presentó el pasado viernes su candidatura «alejada de ideologías de izquierda o de derecha y que quiere escuchar de verdad a la gente», me dieron ganas de decirle «siéntate, que me vas a escuchar» y de contarle lo de Berlanga, lo de Pedro y el lobo, lo de Torrente y lo de Viridiana, que cada uno tiene sus referentes y los míos nunca me fallan. Pero luego se me pasa, y procuro no pensarlo mucho. Tal vez porque yo sí que he leído la distopía que George Orwell escribió en 1949 y me acuerdo de aquello que decía y que tanto preocupaba al Gran Hermano –no al alcaldable, entiéndame-, «si la masa empezaba a reflexionar se daría cuenta de que nunca podría imponerse a los demás y acabaría sublevándose».

Pues eso, que con tantos árboles, a veces se nos olvida que «robles y pinos, son todos primos».

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