Hoja Roja
Un pequeño detalle
El empecinamiento de la Junta de Andalucía en negarse a aplicar la tasa turística, que sí se aplica en otras comunidades autónomas y en otros países, no tiene demasiada justificación
Haciendo la cuenta de la vieja y según los datos, supuestamente objetivos, de visitantes durante el pasado año, Cádiz habría ingresado unos dos millones de euros si hubiese existido una tasa turística de dos euros por noche. Dos euros, lo que cuesta un refresco, ... un café –cada vez en más sitios- y menos de lo que nos cobran por una empanada o un dulce en cualquier establecimiento de la ciudad. Un millón de visitantes, entre los cruceristas, los que vienen a los apartamentos turísticos y los que se quedan en hoteles. Dos millones de euros que se podrían emplear en limpieza, en adecentar las calles, en los servicios de playa o en –ya puestos- borrar las numerosas pintadas de los edificios públicos y de las fachadas del casco histórico. Un millón de personas, de las cuales 162.622 entraron en el Teatro Romano, 95.545 lo hicieron en el Museo de Cádiz y apenas catorce mil –no me invento los datos, que son públicos y están más que publicados- en la Fábrica de Salazones, instituciones culturales de la Junta de Andalucía a las que, hasta ahora, se accede de manera gratuita. Un millón de personas de las que casi un tercio, en torno a trescientas mil- visitó la Catedral de Cádiz, o alguno de los espacios que comprende el bono descuento «Cádiz Sacra» cuyo precio va de los catorce a los siete euros en función de lo que se visite, de cómo se visite y si se va, o no, en grupo.
No sé si me he explicado bien, pero intentaré decirlo más claro. Haciendo la cuenta de la vieja, y según los datos, de haber estado vigente el proyecto de la Junta de Andalucía que cobraría cuatro euros por entrada al Museo de Cádiz, se habrían recaudado algo menos de 400.00 euros que, además, habrían ido al saco común autonómico, ese que, según los cálculos de La Lechera, recolectará casi ocho millones de euros a costa de los turistas cultos que visitan Andalucía. Porque no todos los visitantes van a los museos, lo sabe usted, lo sé yo y lo saben los expertos; «nuestras ciudades están llenas de turistas, pero solo van a los museos un diez por ciento, el resto solo se pasea por las calles» decía esta semana Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla y uno de los que más saben sobre museos y turistas. «Hoy, que es gratis, no va nadie a los museos. Cuando haya que pagar, irá nadie al cubo» se lamentaba ante la insistencia del consejero de Turismo, Cultura y Deporte con el discurso de «lo que no cuesta, no tiene valor», que es un discurso tan simplista como peligroso, sobre todo por lo que dice la estructura profunda de su relato. ¿No tienen valor, entonces, las bibliotecas, los archivos? ¿no tiene valor la educación? Miedo me da pensarlo.
Porque, qué quiere que le diga, el empecinamiento de la Junta de Andalucía en negarse a aplicar la tasa turística, que sí se aplica en otras comunidades autónomas y en otros países, no tiene demasiada justificación, «un andaluz no quiere pagar una tasa por un hotel andaluz» ha dicho Juanma Moreno sin caer en la cuenta de que un andaluz tampoco debería pagar por visitar un museo o un equipamiento cultural andaluz. El acceso a la cultura, eso lo dicen siempre los políticos cuando están en campaña, es una prioridad, un derecho, casi una obligación para los ciudadanos. Eso de la protección cultural argumentando que, si los museos siguen siendo gratuitos «muchos artistas dejarían de tener ingresos» tampoco tiene mucho sentido. ¿Quién dejaría de tener ingresos en el Museo de Cádiz, Zurbarán, Abarzuza, Godoy, el que hizo los sarcófagos antropoides? Si se cobra la entrada a los museos ¿seremos los andaluces turistas de nuestro propio patrimonio mientras los turistas seguirán comiendo paella de plástico a las diez de la mañana?
Lo que debería preocuparnos seriamente es qué está pasando con el turismo en nuestras ciudades, cómo está alterando la habitabilidad de los centros históricos, la vida de los comercios –que sí, que soy muy pesada con eso, pero fíjese bien en el tamaño de los detergentes la próxima vez que vaya al supermercado-, la limpieza, la conservación del patrimonio, incluso. Y no sé si la solución sería implantar una tasa turística, aunque el silogismo que plantean los datos es bastante goloso, pero habría, al menos, que plantearla. Dice Antonio de María, presidente de la patronal hostelera, que «el turista es el que está salvando la ciudad», porque entiende que «la ciudad se está beneficiando de la venida del turista»; y lo entiende así porque es el presidente de la patronal hostelera, claro está, porque está convencido de que el turista «nada más que hace repartir dinero por donde quiera que va» –los Rockefeller han llegado a Cádiz y no nos habíamos enterado- y porque quien se está beneficiando del turista no es la ciudad, sino que son los bares, los restaurantes, los hoteles… que ya sabemos usted y yo lo que cuesta encontrar una mesa para cenar un sábado por la noche, y que aquello de «quedamos y vemos dónde tapeamos» pasó a mejor vida hace mucho tiempo en Cádiz.
Yo entiendo lo que decía Campoamor y sé que todo depende del cristal con que uno quiera mirar las cosas, pero no se pueden simplificar tanto las cosas. Y, sobre todo, no se puede decir lo primero que a uno se le ocurra. Dice Antonio de María que el problema no es el turismo, sino la falta y el precio de la vivienda que son algo endémico, según él porque «yo tengo el censo del año 38 y había 150.000 personas en Cádiz». Verá, no es por corregir a nadie, y a lo mejor es una cuestión menor, pero en 1940 –según el INE- había 85.854 habitantes en nuestra ciudad y no sería hasta 1981 cuando llegaríamos a la barrera de los ciento cincuenta mil habitantes. Así, como dato.
Que hablar no cuesta dinero, pero mucho me temo que entrar en los museos va a ser que sí.