la hoja roja
De pensamiento, palabra, obra y corrupción
Entre la voluntad de unos y las intenciones de otros, a Valcárcel lo que le van a hacer es un lavadito de cara
De buenas intenciones está el infierno lleno, o eso dice el refrán. Como soy refranera, me lo creo a pies juntillas y por eso, siempre que un político dice que tiene «la voluntad» o «la intención» de algo, inmediatamente lo pongo en cuarentena por si ... las moscas, que también dice el refrán que son moscas las que el diablo mata con el rabo, cuando no tiene nada que hacer. Total, que al final, entre la voluntad de unos y las intenciones de otros, a Valcárcel lo que le van a hacer es un lavadito de cara. Así como suena. Tres millones de euros que la Diputación pone para arreglar la fachada de un edificio que lleva un cuarto de siglo cerrado -salvo la alegre época de los okupas del pueblo que salva al pueblo y esas cosas- y deteriorándose sin que nadie lo haya salvado, por mucho que ahora quieran decirnos que está mejor de lo que aparenta. «Cumplimos con nuestra palabra de poner en valor Valcárcel para uso educativo», ha dicho la presidenta de la Diputación, y por algo se empieza, será. Porque lo de arreglar la fachada del edificio y no intervenir en su interior es como limpiar «lo que ve la suegra». Tres millones destinará también la Consejería de Universidad de los presupuestos del próximo año, según ha dicho el consejero Gómez Villamandos, porque «vamos a contar con un proyecto consensuado y realista tanto para la Universidad de Cádiz como para la ciudad» - ¿cuántos proyectos lleva ya Valcárcel? - que nada que ver con lo que se ha hecho hasta ahora –«un proyecto faraónico» según el consejero-y la Junta de Andalucía «siempre va a ser parte de la solución».
Ahora se dice mucho eso de «ser parte de la solución y no del problema», pero ya sabe usted que toda esa palabrería, al final, se queda en nada. En frases hechas que se ponen de moda durante un tiempo, que todo el mundo repite porque quedan guay y luego, ni problema, ni solución, que, si te he visto, no me acuerdo. Ya ve, todos quieren ser parte de la solución, pero yo, que soy refranera, siempre me acuerdo de que «entre todos la mataron, y ella sola se murió». Que una cosa es el pensamiento, y otra, muy distinta, la acción.
Y hay cosas que se piensan, pero también se dicen. Las palabras no siempre se las lleva el viento, porque para eso están las hemerotecas. El patio de vecino donde nació el padre del portavoz de AIG es hoy un bloque de viviendas turísticas, también lo es el patio donde nació su madre. En los ocho años que estuvieron en el gobierno no consiguieron poner límites a las licencias, ni tampoco frenar la escalada de reconversiones de edificios en el casco antiguo, tal vez porque sus entonces aliados en el gobierno municipal –los concejales del PSOE- miraban para otra parte o pedían más tiempo para dialogar. La situación en la que hoy se encuentra la ciudad en cuanto a viviendas turísticas no es nueva, y ellos lo saben, pero no lo dicen. En 2019 un estudio revelaba que en Cádiz había 1.224 viviendas legalmente constituidas para ser alquiladas con fines turísticos; en mayo de 2023, el registro ascendía a 2.437 VFT, -no lo digo yo, lo dice la hemeroteca- y en octubre del pasado año la cosa se ponía en 2.569 viviendas turísticas. Esta semana, el alcalde reconocía que tenemos 2.396 pisos turísticos, cantidad que representa un 4,23% del total del parque inmobiliario de la ciudad. Poco, dirá usted, para tanto como se protesta. Mucho, le digo yo, si tenemos en cuenta que, la mayor concentración de estos apartamentos, están en el casco antiguo de la ciudad, donde también convivimos, los que quedamos, con los miles de cruceristas tiesos que llegan cada mañana al muelle y que no se pasean por la Segunda Aguada, ni por Bahía Blanca, claro está. La intención del equipo de Gobierno es reducir el porcentaje de viviendas con fines turísticos hasta un 4%, «porque más de esa cifra provocan problemas», según el alcalde. Pues hay que ponerse manos a la obra.
«Cada pliego que sacáis, la cagáis» se leía en alguna pancarta el pasado jueves en el Pleno municipal. Los Plenos municipales ya no son como los de antes, pero de vez en cuando, hay salseo. El jueves lo hubo. Y lo hubo a cuenta del expediente de contratación para la licitación de los servicios de mantenimiento y conservación de los parques y jardines de la ciudad. El equipo de Gobierno se quedó solo a la hora de la votación, y es que un mal pliego lo tiene cualquiera. O eso es lo que aseguran la oposición y los trabajadores, a los que se les había garantizado una serie de mejoras con respecto al anterior que no aparecen reflejadas en un pliego que «nace muerto» porque su licitación queda supeditada a los próximos presupuestos.
Ayer se encendieron las luces de Navidad. Esperemos que los apagones –cada vez más frecuentes- del alumbrado público no ensombrezcan el despliegue de exornos –qué horror de palabra- y de adornos navideños que cuelgan por todas partes. Vaya por delante que a mí me gusta lo del bombilleo, aunque la lonja que ocupa, prácticamente, toda la plaza de san Antonio me parezca un espanto con todas las letras. No sé por qué hay que empeñarse en lo de patinar sobre hielo en una ciudad que roza cada día los veinte grados de temperatura.
Pero, después de todo, no vamos a quejarnos, que la cosa podría ser peor. Nuestras faltas son de pensamiento, palabra y obra. Pecadillos veniales, si lo comparamos con lo que pasa en Moncloa y sus alrededores, por ejemplo. A final, esto de mirarse siempre el ombligo y de creernos el centro del mundo no está nada mal. Voy a comprarme un par de sobres de estampas del Carnaval, a ver si me toca Martínez Ares.