La hoja roja
Patatada popular
Me da que esta convocatoria ha venido para quedarse. Y no es porque las otras citas gastronómicas carnavalescas no tengan el suficiente arraigo y solera, sino por lo que tiene la patatada popular de cotidiano
Podía intuirlo, porque sé que el concepto «comer en la calle», en Cádiz, se lleva hasta sus últimas consecuencias, hasta la literalidad extrema de hacer, justamente eso, comer y en la calle. Pero nunca había visto, con tanta claridad como ahora, que un domingo «típico gaditano» consistía en ir a «la balaustrada y te sientas con tus patatas fritas y tu cervecita». Tal cual. Bueno, bonito y barato, - ¿qué más quieres, Cádiz? - la aspiración de todo gaditano, y gaditana. Que, si otros tienen los lunes al sol, nosotros tenemos los domingos. Una fantasía que se hace realidad, precisamente, este domingo, en el que se inaugura una nueva tradición –de ahí el uno que le han puesto al nombre- gastronómica, la Patatada Popular que, según sus organizadores, es lo más típico que hay. Doscientos kilos de patatas fritas –al ajillo y normales- y mil litros de cerveza gratis en la plaza de la Catedral con Carnaval de fondo. Un planazo al alcance de cualquiera, claro.
Me da que esta convocatoria ha venido para quedarse. Y no es porque las otras citas gastronómicas carnavalescas no tengan el suficiente arraigo y solera, sino por lo que tiene la patatada popular de cotidiano. Verá. Comer ostiones, erizos, gambas o mejillones no es lo habitual en el día a día, de ahí lo excepcional de estas jornadas gastro-festivas, pero lo de las papas fritas es otro nivel. Porque un paquete de papas es muy socorrido en cualquier ocasión: en la playa, en el cine, en la oficina, esperando una procesión, en el recreo, en el fútbol, en Urgencias, en un concierto… ya sabe, más típico no lo hay. Por eso me da que lo de la patatada no solo es un acierto, sino una necesidad que estaba demandando la ciudad, sin saberlo. ¿A quién no le va a gustar un paquete de papas?, que diría Encarnita la del baptisterio romano.
Y es que la cosa se está poniendo para eso, para sentarse con el paquete de papas y los ojos muy abiertos para no perderse ningún detalle de la película que nos están montando. Que ya sabíamos que Cádiz era un maravilloso plató de cine –y de series de Sherlock Holmes-, un inmenso decorado para los turistas, pero lo que no sabíamos es que estamos atrapados dentro de una realidad simulada, en una ciudad que parece diseñada por y para la inteligencia artificial, que es la única inteligencia que no sabe el nombre exacto de las cosas. Coja su paquete de papas, acomódese en la butaca, porque llega la «Atlantic Experience & Auditorium».
No se asuste, que todavía es una maqueta; virtual, pero maqueta. Un recinto cultural y de ocio de veinte mil metros cuadrados –dos hectáreas- en el puerto de Cádiz al que no le va a faltar de nada: un centro de interpretación del Atlántico con técnicas inmersivas, un auditorio enorme diseñado con ingeniería retráctil–ya tienen contado el número de personas que entrarán en un año, con los mismos cálculos que se hicieron para la Casa del Carnaval-, espacios polivalentes –esos son los mejores- y un plató de grandes dimensiones para cine y televisión. El gran qué. Ya nadie se acuerda del proyecto presentado en 2021, que contaba con un museo de la navegación o un centro de arqueología submarina o un espacio dedicado a la historia trimilenaria de Cádiz junto a un espacio para conciertos al aire libre, ni tampoco se acuerda nadie de las maquetas de los jardincitos y los toboganes. Esta vez, vamos a lo grande. Total, soñar es gratis y los treinta millones de euros del proyecto no son más que una cifra en un papel que no se sabe bien dónde acabará.
Ojalá me equivoque. Ojalá tengamos el beach club Calachica en la Punta este verano, ojalá veamos algún día el nuevo hospital, el pabellón Portillo, el lo que sea que vayan a ser los depósitos de Tabacalera, el vestíbulo de la estación, la Ciudad de la Justicia, el parque del cementerio, los pisos de Náutica, el apaño de Valcárcel, la ampliación del teatro romano y del Museo de Cádiz, la reforma del mercado central, la rehabilitación del parque Genovés, el desenlace de la pérgola-mirador, el arreglo de las murallas, el destino del castillo de San Sebastián, la integración del puerto-ciudad… qué le voy a contar que usted ya no sepa.
Pero no voy a ponerme intensa porque es domingo, y por lo visto, un «domingo típico gaditano». Así que mejor me voy a por mi paquete de papas y a sentarme en la balaustrada. Que lo que tenga que venir que venga, y que Dios, o el tsunami, nos coja confesados