La Hoja Roja
Yo soy la oveja negra
La idea de la oveja que se rebela y se sale del redil es demasiado evocadora como para desecharla
La oveja es un animal manso, gregario, que va pasivamente adonde la llevan –incluso al matadero-, sin apartarse nunca del rebaño ni del redil. Un animal cómodo, desde el punto de vista político; tan cómodo que su paciente imagen es la metáfora perfecta de la ... sumisión al poder, sea el poder que sea. Ya lo sabe, hasta los dioses se permiten el lujo de llamar ovejas a sus feligreses, aunque sospechen que no son más que lobos con piel de cordero. El rebaño, el pastor, las ovejas, y los refranes - «oveja que bala, bocado que pierde», «la oveja y la mujer recogidas antes de anochecer»- no hacen sino corroborar la idea de que a nuestros gobernantes les gustamos más cuando estamos aborregados. Y es que las ovejas –discúlpeme el momento Rodríguez de la Fuente- cuentan con pocos recursos biológicos a la hora de defenderse y por ello necesitan minimizar los peligros, viviendo en rebaños y camuflándose entre sus iguales. De ahí que cuando sale una oveja negra, ¡ay, amigo!, hay que ponerse en guardia. Porque la oveja negra siempre dará lana negra y no habrá posibilidad ni de teñirla ni de cambiarla. A la oveja negra se la ve desde lejos y es un reclamo para todo tipo de depredadores, de ahí que las mansas ovejas blancas huyan de ella como del demonio, no vaya a ser que venga el lobo y diga a aquello de «con quien te vi, te comparé» y esas cosas que suelen pasar con las malas compañías.
Imagino que ahora estará usted pensando por qué le hablo de ovejas y aunque pueda intuir que sigo perdida en la música del pasodoble de Martínez Ares, la idea de la oveja que se rebela y se sale del redil es demasiado evocadora como para desecharla. Porque todos, en algún momento, hemos querido ser la oveja negra; muchos lo somos, a pesar de nosotros mismos y a pesar de la corrección impuesta por la sociedad y la humanísima necesidad de encajar en el rebaño. «Sobran borregos, faltan ovejas negras», gente que levante el dedo, que señale que el emperador va desnudo y que siga recordando que «el perro no tiene amo» y que reconoce como única señora a las urnas cada cuatro años. Que sí, que es más fácil contar ovejas y pastorear borregos, pero algo está cambiando y también conviene decirlo.
Verá. A mí lo de los cien días de cortesía estos que, por lo visto, hay que conceder al que gobierna, siempre me ha parecido un despropósito; «acabamos de llegar», dicen los que llegan –haber estudiado antes-, «tenemos que sentarnos y ver la situación», dicen los que repiten en el cargo - ¿qué habréis estado haciendo antes? - como queriendo ganar tiempo al tiempo y, de paso, justificar lo injustificable. Quince años tardaron en echarle los perros a Teófila Martínez, quince meses en hacer lo propio con José María González Santos, y ya ve usted el margen que le hemos concedido al nuevo alcalde, que en menos de una semana de concurso ya se ha llevado puesta más de una crítica. «Yo no soy un manso como el resto del corral» dice la copla y parece que no se queda solo en la letra.
Esta semana, las asociaciones de vecinos hacían un análisis nada favorable de la limpieza en la ciudad y reclamaban al Ayuntamiento que aquella «prioridad absoluta» que anunciaban en mayo siga siendo, al menos, prioridad, y que se repongan contenedores, se baldeen todas las calles –y no solo las que se ven-, y que se preste la debida atención a los parques y a los jardines de la ciudad –que siguen dando qué pensar. No solo eso, los sindicatos, la oposición, los distintos colectivos parecen haber despertado del letargo borreguil de los últimos ocho años. Esto es solo un botón, claro, pero que da idea de la abotonadura con la que vamos a amarrarnos los machos a partir de ahora, porque no se trata de ser solo «el guijarro en el zapato, el acorde disonante», sino de pedir la parte de responsabilidad que a cada uno le corresponde. Y en esto, parece que las ovejas son cada vez más pardas
Que no se trata de criticar por criticar, ni de tirar la piedra y esconder la mano. Se trata de lo que duele, de dónde duele - «Tú te debes a tus siglas, cariño mío, y yo a la que me parió»- y de cómo nos duele esta ciudad a los que, todavía, resistimos entre los muros – esa vieja muralla que también hay que cuidar- de esta ciudad malquerida y maltratada. Se trata de no mirarnos el ombligo sino de mirar por encima del rebaño, y de no tener miedo a decirlo. Que hemos sido mucho tiempo obedientes, conformistas, condescendientes, resignados, amoldables, dóciles, mansas ovejas mansas. Y ya está bien.
«Soy la oveja, oveja negra y jamás sigo al rebaño. Yo busco un batallón que quiera unirse conmigo pa cantarle las cuarenta al enemigo. Un batallón que al mundo quiera ganarle la partida y pelee sin condiciones por mi Cai de mis amores», y aunque sea por febrero, estas cigarras que cantan espantando sus males, saben que también se llega a la orilla nadando a contracorriente, saliéndose del rebaño, siendo el verso que molesta, llegando a los huesos, a los tendones, levantando de sus asientos a un teatro de borregos que ya no cree en un futuro negro, porque como gaditanos saben que sus penas son de colores.
Yo también soy la oveja negra. Y una meona de Martínez Ares.