La Hoja Roja

Yo soy la oveja negra

La idea de la oveja que se rebela y se sale del redil es demasiado evocadora como para desecharla

Yolanda Vallejo

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La oveja es un animal manso, gregario, que va pasivamente adonde la llevan –incluso al matadero-, sin apartarse nunca del rebaño ni del redil. Un animal cómodo, desde el punto de vista político; tan cómodo que su paciente imagen es la metáfora perfecta de la ... sumisión al poder, sea el poder que sea. Ya lo sabe, hasta los dioses se permiten el lujo de llamar ovejas a sus feligreses, aunque sospechen que no son más que lobos con piel de cordero. El rebaño, el pastor, las ovejas, y los refranes - «oveja que bala, bocado que pierde», «la oveja y la mujer recogidas antes de anochecer»- no hacen sino corroborar la idea de que a nuestros gobernantes les gustamos más cuando estamos aborregados. Y es que las ovejas –discúlpeme el momento Rodríguez de la Fuente- cuentan con pocos recursos biológicos a la hora de defenderse y por ello necesitan minimizar los peligros, viviendo en rebaños y camuflándose entre sus iguales. De ahí que cuando sale una oveja negra, ¡ay, amigo!, hay que ponerse en guardia. Porque la oveja negra siempre dará lana negra y no habrá posibilidad ni de teñirla ni de cambiarla. A la oveja negra se la ve desde lejos y es un reclamo para todo tipo de depredadores, de ahí que las mansas ovejas blancas huyan de ella como del demonio, no vaya a ser que venga el lobo y diga a aquello de «con quien te vi, te comparé» y esas cosas que suelen pasar con las malas compañías.

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