LA HOJA ROJA
La Nochebuena se va
Yo recuerdo, en mi casa, Navidades tan tristes que harían llorar al mismísimo Dickens y a toda su panda de desgraciados morales, inmerecidas navidades de prematura orfandad
No sé por qué nos asustan más los fantasmas del futuro que los del pasado. Será porque el futuro, de incierto que es, nos produce siempre más desasosiego, o será que como dice el refrán «después de visto, todo el mundo es listo», y que ... por aquí ya hemos pasado y no volveremos a pasar más. El caso es que ni siquiera a Ebenezer Scrooge le daba miedo que el fantasma de las Navidades pasadas lo pusiera frente a frente a sus miserias de infancia en un internado y de un padre que lo había abandonado pronto y mal. Ya ve, la gente que ve al espectro de la monja en el hospital Puerta de Mar tampoco se espanta; al contrario, dicen que les da paz y tranquilidad y que es una experiencia maravillosa verla bicheando por las habitaciones y enredando en los quirófanos. Hay gente para todo, que quiere que le diga, porque a mí -que, de natural, ya me da miedo ir al Puerta del Mar-, si se me apareciera la monja fantasma no tendría calle para correr. Y es que, en general, me da mucho miedo mirar hacia atrás, tal vez porque, como decía Rafael Alberti, yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, o lo que es lo mismo, porque no hemos aprendido absolutamente nada del pasado.
Y mire usted que tenemos pasado, y que para ver fantasmas, no hace falta remontarse a los libros de historia ni a las historias del abuelo; que hace tres años, por estas fechas, andábamos preguntándonos si allegado es lo mismo que cuñado y midiendo el salón por si cabía la abuela. Era cuando los niños iban al colegio con la batamanta y las ventanas abiertas de par en par, mientras pensábamos que la vacuna anticovid -en todas sus variantes, en todas sus dosis, hasta el culillo que decía el consejero Aguirre- nos haría despertar de un mal sueño. Lo mismo usted ya no se acuerda, o no quiere acordarse, porque cada uno tiene sus propios fantasmas. Yo recuerdo, en mi casa, Navidades tan tristes que harían llorar al mismísimo Dickens y a toda su panda de desgraciados morales, inmerecidas navidades de prematura orfandad. Por eso no quiero acordarme de ellas y por eso no le concedo nunca el beneficio a la nostalgia, aunque me reservo, de cuando en cuando, el derecho a conmoverme con las cosas pequeñas que me dan el combustible emocional que todos necesitamos. Porque, al fin y al cabo, de eso va la Nochebuena. Usted también lo sabe.
El fantasma de las Navidades presentes es ya uno más de la familia. Y no lo digo solo por la cesta de la compra y los precios imposibles del mercado. La Asociación Española de Consumidores ya nos sabe cómo decirnos que las cuentas no salen y que la cesta de la compra en Navidad hoy en día es casi un cincuenta por ciento más cara que hace ocho años -en 2016, para que usted se sitúe, vamos- con precios absolutamente disparados en productos como el aceite o el pescado, que lo mismo no vuelve a casa ni siquiera por navidad. Dicen que a lo bueno se acostumbra uno rápido, pero más rápido nos hemos acostumbrado a lo malo: a esperar dos semanas a que te vea un médico de familia, a que se cierren líneas en las escuelas por falta de recursos, más que de alumnos, a poner las lavadoras a la hora que marcan las distribuidoras eléctricas, a ponernos mantas en el sofá en vez de encender la calefacción, a ducharnos con poca presión del agua, a poner la secadora en ocasiones señaladas, a que los trenes no funcionen, a que los presupuestos de la Junta de Andalucía no nos dejen ni la pedrea, a que tengamos un Gobierno ingobernable… Sí, al fantasma de las Navidades presentes le damos los buenos días cada mañana y hasta le hemos hecho sitio en la cama.
Porque al que hay que temer, y de verdad, es el fantasma de las Navidades futuras. A Scrooge le enseñó tu tumba y lo obligó a ver cómo la gente se alegraba de su muerte, pero aún le concedió tiempo para reparar el daño y despertar, la mañana de Navidad, repitiendo aquella cursilada de «honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año» -Dickens, en realidad, era un cursi y no podía remediarlo. A nosotros, seguramente, el fantasma no nos dará tregua. Solo tiene que mirar a su alrededor, Israel, Ucrania, Burkina Faso, Meloni, Milei, Puigdemont… este futuro tiene pinta de pasado.
Así que, si me permite, haga una pausa hoy y mañana, apueste por lo que merece la pena. Recuerde que «La nochebuena se viene, la nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más» y déjese llevar. No cuente las sillas que están vacías por las ausencias, sino los huecos que están por llenar; no se detenga en las diferencias sino en las similitudes, no se sofoque, no se enfade, no le eche cuenta al televisor, no le dé espacio a quien no se lo merece, no piense en lo que falta, sino en lo que tiene, porque esto también pasará, y faltará y entonces, ya será demasiado tarde.
Que esta noche sea buena solo depende de usted. Hágalo fácil, que nosotros nos iremos y no volveremos más. Feliz Navidad.