Todo es mentira
Lo peor de todo es que el virus de la impostura en las redes sociales se ha convertido en pandemia, y ya no hay empresa, institución, alcalde o presidente del Gobierno, que no utilice las redes para proyectar una imagen
Lo bueno de las redes sociales es que uno puede tener varias vidas, sin cambiar de pantalla. No como los gatos, una detrás de otra, sino vidas perfectamente sincronizadas y hasta, si me apura, superpuestas. Esto tiene muchas ventajas, la verdad, porque a pesar de ... los riesgos que entraña para la salud mental, le permite a uno el desahogo necesario para seguir fingiendo y levantándose cada mañana con la dignidad casi intacta. Lo mejor es que todos tenemos un amigo -o amiga- que nos cuenta su vida -la que quisiera tener, claro- en Facebook o en Instagram; y no se haga el descreído, porque, tal vez es usted mismo el que lo hace. No lo censuro, todo lo contrario; no hay nada más terapéutico que colgar una foto del tipo «aquí sufriendo» -ya sabe usted a qué fotos me refiero- y pasarse luego el día espiando a ver quién las ha visto, quién las ha comentado o, quién ha pasado completamente del tema. A mí me entretiene mucho, la verdad -más de lo que debería- ver cuándo se va la gente de vacaciones, a dónde va, qué come, dónde, a quién etiqueta en las publicaciones, con quién sale y entra… en fin, las amenidades que cada cuál considera necesarias para su día a día. Yo misma, -no me avergüenzo- colgué un vídeo del primer puchero de la temporada, y abrí un debate bastante curioso sobre si es ya es tiempo, o no, de poner los garbanzos en remojo. No hay nada menos glamouroso, todo hay que decirlo, que la olla exprés dando pitidos en las «stories» de Instagram, pero hasta eso tiene su público.
Ahora que está todo el mundo volviendo al trabajo, están de moda los lamentos y crujidos de dientes, «se acabó lo bueno», «resumen de mi verano», «no olvidaré jamás estas vacaciones», escritas al pie de fotos en barcos, en piscinas, en fiestas, en conciertos, con copas de vino barato en la Toscana... Y, en el lado opuesto, están los que no se han podido ir y utilizan la excusa de que en septiembre es cuando se está bien aquí -mentira cochina, porque a todo el mundo le gustaría irse de vacaciones en julio o agosto- , colgando un lunes laborable la foto de una Caleta desierta y unos pies que se presuponen pertenecen al autor de la publicación, con la leyenda «el paraíso» o alguna frase motivacional del todo a cien.
Lo mejor de todo es que todos participamos de esta gran pantomima y sabemos, porque lo sabemos a ciencia cierta, que no es más que un trampantojo, y que lo hacemos no tanto para dar envidia sino para convencernos a nosotros mismos de que «ni tan mal» -que yo no hablo así, oiga, pero así es como lo dice la gente. Claro que nadie va a publicar que tiene una vida de mierda, un trabajo de mierda, una familia política insoportable, y unos hijos que son un coñazo -perdón por el vocabulario tan inapropiado como eficaz para lo que quiero decir- pero de ahí a las exhibiciones de felicidad y vida placentera hay un camino largo y difícil de recorrer.
Lo peor de todo es que el virus de la impostura en las redes sociales -que no tiene nada que ver con el síndrome del impostor- se ha convertido en pandemia, y ya no hay empresa, institución, alcalde o presidente del Gobierno, que no utilice las redes para proyectar una imagen que no solo no vale más que mil palabras, sino que no tendría validez ninguna en un mundo cruelmente real. Le pondré ejemplos. Todas las mañanas aparecen en las redes fotos de Cádiz chorreando, con ríos de espuma que parece jabonosa, acompañando un texto tipo «Cádiz, qué bonita estás por las mañanas tan limpia» o «cada barrio, cada esquina, cada mañana», ¿las ha visto, verdad? Luego se va usted a la calle y ya comprueba en vivo y en directo el estado de las calles y los olores y se convence de que lo de la realidad y el deseo no era solo un verso de Luis Cernuda. Pero para que no diga que siempre vuelve la burra al mismo trigo, le pondré otros ejemplos. Dese una vueltecita por los perfiles de Juanma Moreno o de Pedro Sánchez, ahí podrá ver que puede obtener cita con su médico de familia en menos de cuarenta y ocho horas o que los trenes de media distancia gratuitos son lo mejor para el ahorro energético, y luego intente pedir cita con su médico de familia -quince días, en el mejor de los casos- o intente coger uno de los trenes de media distancia gratis… da igual, porque todos somos conscientes del tiempo que le costó hacerse a usted una foto sin que le salieran los michelines por encima del pantalón o sin que se le vieran los juanetes y le estropearan la puesta de sol.
Todo es mentira, pero aceptamos la farsa como animal de compañía. El único problema es que vamos camino de convertir la realidad en un inmenso muro que nos aísla por completo de lo que está sucediendo a nuestro alrededor, y que reduce el mundo a las cuatro paredes de nuestro perfil social. No se engañe, las noticias no están en Facebook, ni en Twitter, ni en Instagram; un texto vomitado a las dos de la mañana en redes sociales no es el evangelio, ni una carta enviada al director de un periódico es un artículo de opinión.
Costó mucho en este país -y digo en este, porque en otros sigue costando- que la libertad de expresión fuera un derecho, que la prensa fuera independiente y que se pudiera opinar sobre cualquier tema sin miedo. Pero también eso se nos ha olvidado, porque como usted ya sabe, tenemos poca memoria histórica.