opinión
Lo mejor está por llegar
«Somos más los que vamos llegando a la meta que los que empiezan el camino, y esto no es tremendismo sino la pura verdad»
Quizá usted no se acuerde –no tiene por qué- pero a mediados de los setenta los niños españoles nos familiarizamos con un monje shaoín que se llamaba Kwai Chang Caine, al que todos le decían «pequeño saltamontes» porque así lo quiso su maestro el ciego ... Po, que no solo le enseñaba a dar patadas a diestro y siniestro –todas las artes marciales se llamaban, entonces, Kunfú– sino que le largaba unos rollos filosóficos que ninguno entendíamos pero que nos dejaban con la boca abierta: «la paz no se encuentra en el mundo, sino en el hombre que hace el camino…». El maestro aprovechaba cualquier situación para decirle al pequeño saltamontes cómo debía actuar en un mundo hostil y para soltarle unos acertijos que no entendería ni la Esfinge, oiga. A los niños, y las niñas, de entonces nos interesaban más los chistes de Kunfú que proliferaban en una España que salía del blanco y negro y descubría los colores, todos los colores –ya estoy como el alcalde en su vídeo, me sale solo- pero no era capaz de entender la filosofía motivacional «Maestro, ¿por qué el váter da vueltas?...» y todo así.
Y me vengo acordando de la serie de David Carradine, no porque me haya dado un ataque de nostalgia, sino porque me he enganchado a los vídeos de Adelante Andalucía en los que nuestro alcalde y su sucesor se sientan, frente a frente, en torno a una mesa camilla y hablan de lo divino y lo humano. «Sé tú mismo y nunca temas estar desnudo a los ojos de los otros», le decía Po a su discípulo en la serie, y algo parecido le dice el maestro al joven shaoín gaditano. Ya le digo, me tiene enganchada y casi no puedo esperar –la culpa la tiene Netflix–a que vayan saliendo nuevos capítulos que, seguro, serán tan interesantes como el piloto, que lleva por título 'Sobre el cambio' y es para verlo en bucle una y otra vez, porque siempre se aprecian detalles nuevos «ocho años, tío, ocho años en los que hemos aprendío un montón». Yo también he aprendido mucho en los nueve minutos que dura el vídeo.
No le haré spoiler, no. Solo le diré que, si no lo ha visto, ya está tardando porque aunque los protagonistas no tienen edad de acordarse de Kunfú han conseguido hacer un remake fantástico, «el árbol que cae en el bosque sin que nadie lo escuche no hace ningún ruido, y sin embargo cae». No, esto no lo dicen en el vídeo –solo faltaba que hablaran de árboles con los que se están cayendo en Cádiz–, sino que es una, una de tantas, de las frases del maestro al pequeño saltamontes en la viejuna serie de televisión, que por cierto, ha envejecido mucho, y mal.
Ha envejecido tanto como nuestra ciudad, que ya luce una pirámide invertida en todas las estadísticas. Somos más los que vamos llegando a la meta que los que empiezan el camino, y esto no es tremendismo ni negativismo sino la pura verdad y, como cantaba Serrat «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».
Lo llaman invierno demográfico porque así se le ocurrió a Michel Schooyans, el teólogo de la demografía que, lejos de ser un experto en la materia, formuló una hipótesis que se ha hecho fuerte y que, como dicen los modernos, ha venido para quedarse. 'The winter is coming', que contaba el de la serie, y que ahora reafirma el Informe de Perspectivas de la Población Mundial de la ONU, publicado esta semana. Lo de la disminución extrema de la natalidad y, sobre todo, lo del envejecimiento de la población es algo fácilmente constatable. No hace falta tirar de estadísticas, ni siquiera irse a la puerta de un colegio para darse cuenta de la situación. Tampoco tenemos la exclusiva los gaditanos, porque, como cantaba la Jurado «jamás pensamos nunca en el invierno, pero el invierno llega», y llega para todos. Somos el país con menos nacimientos de Europa –solo por delante de Malta– y con menos ganas de tener descendencia. Y los motivos, curiosamente, no son exclusivamente económicos: la infertilidad, la precariedad emocional y laboral… y no solo. Un vistazo al Informe nos reafirma en la idea de que vamos cuesta abajo y sin frenos; dos de cada cinco jóvenes, en el mundo, no quieren tener hijos para ser respetuosos con el medioambiente y ni se plantean la maternidad/paternidad para no contribuir más a los efectos del cambio climático –David Benatar ha hecho mucho más daño de lo que él mismo piensa.
Y, sin embargo, desde la política, no se presta atención a estas cuestiones. Centrados más en cómo resolver el problema de las pensiones en los próximos años, no parece que existan políticas para revertir la situación, más allá de la calderilla de los cien euros.
El alcalde y su discípulo sí que tienen muy presentes a los niños y a las niñas –especialmente a los que pasan hambre– y diseñan una ciudad donde puedan jugar y correr sin peligro de que pasen los coches, y donde haya psicólogos y dentistas municipales –desde luego, al paso que vamos se van a hinchar a poner implantes y dentaduras postizas– y donde haya canguros para que las madres y los padres puedan conciliar, incluso el sueño.
Me gusta ese modelo de ciudad, la verdad. Aunque solo exista en los vídeos del alcalde, porque a menos que contraten al flautista de Hamelin no sé de dónde van a sacar a los niños –y a las niñas– para que llenen esta ciudad. Ojalá que los encuentren, por aquello de que lo personal es político, que repiten tanto, y que lo mejor está por llegar.
Yo ya estoy deseando que llegue el segundo capítulo.
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