Hoja Roja
Y todo a media luz
Hay temas que me dan exactamente igual, sobre todo, porque sé que no son más que versiones, variaciones de un mismo tema, del mismo tema siempre
Con la edad me estoy volviendo muy básica. En realidad, me habría gustado decir que me estoy volviendo muy machadiana y que, como el poeta «a mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan ... que me alimenta…»; pero sería como caer en mi propia trampa. En mi programa de rehabilitación terapéutica no tienen cabida las complicaciones, hay que volver a la simplificación, buscar el mínimo común múltiplo de los problemas y aligerar la mochila -no, si al final es que no puedo evitar ser muy machadiana-, ligera de equipaje. Y no es que esté dando la batalla por perdida, es que hay partidas que están perdidas incluso antes de empezar a jugarlas.
Intenté, durante un tiempo, aplicar el método Marie Kondo a los cajones de mi vida, pero mi mentalidad de pobre -de clase obrera, que dirían ahora- me impide deshacerme de cosas que me costó mucho conseguir, así que he decidido aplicarlo a mi mente: un pensamiento que entra, por otro que sale, sin remordimiento, haciendo hueco en el cerebro por lo que pueda pasar. Por eso, y en aplicación rigurosa del método, hay temas que me dan exactamente igual, sobre todo, porque sé que no son más que versiones, variaciones de un mismo tema, del mismo tema siempre. Usted lo sabe igual que yo.
El Pleno municipal extraordinario de la vivienda tenía todas las papeletas para convertirse en el circo que todos tuvimos ocasión de ver. Crispación, acusaciones, reproches, carteles -romancero municipal- y gritos fue todo lo que se puso encima de la mesa en una cita que, se suponía, iba a tratar uno de los problemas, o mejor dicho, el problema de esta ciudad. «Ponerse de acuerdo, dejar de hablar de lo antiguo, vamos adelante» increpó una vecina, ante el disparate que, por momentos, se hizo dueño del salón de plenos, que parecía la comunidad de propietarios de «La que se avecina». Ya no tiene tanta gracia la cosa, la verdad; más que nada porque ya nos sabemos el final del capítulo, de tantas veces como lo han repetido. Que la vivienda es uno de los problemas más graves que tiene la ciudad lo sabemos todos, que no es el único, también; está el paro, y sobre todo, está la caída en picado de población. Y no sé yo si por construir viviendas -sociales o no- se solucionaría un problema que cada vez tiene menos posibilidades de resolución. Se lo dije al principio, estoy muy básica últimamente y por más vueltas que le doy no creo que hacer pisos alivie mucho nuestros males.
Y sí, la vivienda es un problema. Pero no es un problema porque escasee, es un problema porque el que tiene un piso en Cádiz, tiene un tesoro. Un tesoro que vende al mejor postor, claro está. Piénselo, ¿para qué va a alquilarlo a un precio «razonable» durante un montón de años, si le puede sacar un dineral alquilándolo por temporadas, quincenas o fines de semana? Yo también lo haría, qué quiere que le diga. Y tampoco la solución está en levantar cuatrocientas, quinientas o mil viviendas en cualquier hueco libre de la ciudad, y ponerlas a la venta, porque tenemos lo que tenemos y somos lo que somos, y cada vez somos menos. La oposición pedía al alcalde que ningún metro cuadrado de suelo público se venda para la construcción de pisos con fines privados, también le solicitaban que impulsen la construcción de vivienda pública en alquiler «asequible para los gaditanos y las gaditanas» y que no actuara como un «agente inmobiliario». Tecnobruno lo llamaron; Torrebruno habría sido peor, o mejor, quién sabe. Al menos, nos habríamos echado unas risas porque el asunto no daba para más.
El portavoz de AIG apuntaba que este pleno se había convocado «porque ahora toca hablar de vivienda», como si fuera una moda, o una tendencia o respondiera a la consigna de «El año de la vivienda» y el portavoz del PSOE criticaba que la convocatoria llegaba tarde, «dos años tarde». Total, que el Pleno extraordinario de la vivienda terminó como el rosario de la aurora, entre lágrimas, reproches y un «otro día quedamos» por respuesta.
En mi programa de simplificación, esto se llamaría un «paná». Como el decreto de la Junta de Andalucía de rebajar la intensidad del alumbrado público en horario nocturno, que deja en manos de los Ayuntamientos la calificación de sus calles para saber si tendrán más o menos luz, así como la regulación especial en las fiestas locales y en la Navidad. Ahora que nos habíamos puesto al día… Pretenden que estemos a media luz, con las pocas luces que ya tenemos en la cabeza.