LA HOJA ROJA
Te llamo Trigo por no llamarte Rodrigo
Qué quiere que le diga, nos hemos tomado demasiado en serio la vieja encomienda de Yahvé y andamos siempre intentando poner nombres a las cosas, como si la vida se nos fuera en ello
Puede que, a esta hora usted, o yo, seamos millonarios. No se haga muchas ilusiones, ser millonario es Cádiz no es ser millonario, no sé cómo explicarlo, es como lo de bailar pegados o no. Según el portal inmobiliario Fotocasa, con un décimo del Gordo ... apenas le daría para comprarse un piso de ochenta metros cuadrados, y no en la mejor zona de Cádiz. Es lo que tiene vivir en una ciudad que está por encima de todas las posibilidades que cualquiera pudiera imaginar. Porque lo de menos es el piso, ya lo sabe, luego está el aparcamiento, el trabajo los impuestos… total, que mejor será que no tengamos que vernos en esa tesitura. Salud, que se dice en estos casos. Las cifras nos marean, pero las letras no se quedan atrás.
La Fundación del Español Urgente -Fundéu para los amigos- acaba de publicar la que se considera la palabra del año 2024, una palabra «de urgencia» -será por lo del español urgente- que parece sacada del sobre de los bienquedismos navideños. Dana es la palabra que se ha impuesto sobre las otras once candidatas seleccionadas. En la lista hay otras que me gustaban más, me parecían más adecuadas a nuestra manera de hablar y de entender el mundo: narcolancha, turistificación, micropiso… incluso reduflación, -que es la manía de quitarle contenido a los paquetes de papas- me resultaban más representativas de este año que ya quiere acabar como sea. Pero, claro, ¿quién le pone una sola pega a la palabra escogida? Dana somos todos, ya lo sabe; aunque las ayudas no lleguen, aunque sigan tirándose bolas de culpa unos a otros, aunque el fango se haya escondido en las cañerías.
Somos así de estupendos. Será que tenemos muy arraigado el sentimiento cristiano y lo de «una palabra tuya bastará para sanarme» lo llevamos hasta el extremo. Qué quiere que le diga, nos hemos tomado demasiado en serio la vieja encomienda de Yahvé y andamos siempre intentando poner nombres a las cosas, como si la vida se nos fuera en ello. Usted sabe, porque lo he repetido demasiadas veces, que no soy partidaria de ponerle nombres de personas a los edificios, a los puentes, a los colegios, a las instituciones, ni siquiera a las calles, por mucho que se nos venda como un homenaje a quienes han hecho, o han sido, algo en determinado lugar. Y no soy partidaria porque luego pasa lo que pasa, que el pasado siempre vuelve y que nadie está libre de pecado como para que no le tiren piedras en algún momento.
Ya ve, mucho ha tardado el Ministerio de Memoria Democrática en poner sobre la mesa el cambio de nomenclatura del Puente José León de Carranza -la palabra innombrable- y ya están los ponedores de nombres oficiales dando ideas. Ninguna fuente oficial se ha pronunciado aún, mucho menos cuando todavía está en el aire el futuro nombre del Estadio y resuenan con alegría los cánticos de esta tierra; que si es un sentimiento, que si nadie relaciona ya al collar con el perro… lo de siempre. Que todo cambie para que todo siga igual, que decía Lampedusa. Porque al final, los héroes de hoy serán, con toda seguridad, los villanos de mañana.
Ahí tiene la polémica que se ha formado por el intento de cambio de nombre al colegio La Inmaculada. Que si los colegios no pueden llamarse como las vírgenes -como si alguien llamara al Cortadura por otro nombre-, que si la voluntad de sus fundadores era honrar a la patrona de la Infantería, que si debería hacer mención al entorno -Cortadura, ¿no? ¿para qué darle más vueltas?-, que si esto y que si lo otro. Nunca llueve a gusto de todos, ni habrá consenso, si seguimos empeñados en renombrar las cosas según vayan soplando los vientos, porque somos así de veletas.
A Juan Ramón Jiménez siempre se le recuerda por aquella invocación a la inteligencia y al nombre exacto de las cosas. No le hemos hecho demasiado caso al Nobel y seguimos enredados en disputas estériles. Ni los colegios, ni los edificios ni los puentes deberían llevar el nombre de nadie que tenga pasado, tampoco de colectivos -la calle Proletariado del metal sigue siendo mi favorita- porque sabemos que «detrás tuya vendrá quien bueno te hará». Y lo mismo hay que ir pensando en cambiar otra vez los nombres apenas estrenados y los que aún están por estrenar.
Es lo que tiene que no nos toque la Lotería. Porque si a estas horas, usted o yo fuésemos ricos, le diría lo mismo que el gran Chiquito: te llamo trigo por no llamarte Rodrigo.
Y ¡feliz Navidad! O como se diga ahora.