Hoja Roja
Lectura infinita
Creo en el poder sanador de las palabras, en el placer infinito de la lectura y en que leer nos hace más libres y menos ignorantes. Yo sí creo que los libros son un bien de primera necesidad
Por si usted no lo sabe, desde el pasado 11 de octubre, en nuestro país, «se considera el libro, a todos los efectos, un bien básico y de primera necesidad», y entrecomillo porque así lo recoge la Ley 14/2021 -sí, soy una friki y ... me leo hasta el BOE- y porque nunca dejan de sorprenderme las cosas que se aprueba en España y que nos pasan desapercibidas. A todos los efectos, un bien de primera necesidad es «un producto o servicio que se considera esencial para la supervivencia de las personas», así que entenderé su estupor cuando compruebe el poco interés que le ponemos los españoles a nuestra propia supervivencia, si nos atenemos a los datos que aporta el Observatorio de la Lectura y el Libro y que estiman que leemos poco, que compramos menos libros y que, en un porcentaje muy elevado, los hogares españoles no tienen ni una triste enciclopedia -de adorno y pagada a plazos- en el mueble bar de la salita. Y es que los libros son caros, o eso nos parece, porque si comparamos el precio de un libro con el del abono del Cadiz C.F., o con una entrada a cualquier concierto, tendríamos que buscarnos otra excusa para justificar los números que ofrece el informe sobre los hábitos de lectura y compra de libros en nuestro país que realiza anualmente la Federación de Gremios de Editores de España.
Claro está que estos informes se basan en encuestas realizadas de manera aleatoria en un muestreo de población; ya sabe, eso que te llaman por teléfono y te preguntan que si lees y que si te gusta leer y que si te gusta comprar libros, y que una contesta afirmativamente, más por vergüenza que por otra cosa, un poco como le pasaba a los documentales de la 2, que todo el mundo los veía pero luego tenían el share más bajo de toda la programación televisiva. Es lógico, ¿quién se atrevería a decir públicamente que se pasa las tardes viendo First Class, o First Dates o First lo que sea y alimentándose de los escándalos de Sálvame? Nadie, hay que reconocerlo. En este país somos bastante hipócritas y no tenemos el más mínimo problema en decir una cosa y luego hacer otra.
Por eso me llama poderosamente la atención que el Ministerio de Cultura haya llamado a su Plan de Fomento de la Lectura «Lectura Infinita» -es un guiño demasiado burdo a la monumental obra de Irene Vallejo- y haya marcado como objetivo prioritario «conseguir que la lectura rompa todas las brechas estructurales y se convierta en un hábito social real». Y me llama la atención porque sobre el papel todo queda maravilloso, pero lo que clama al cielo es que la cultura, la lectura, el libro sigan estando mayoritariamente en manos del sector privado. ¿Cómo vamos a considerar el libro un bien de primera necesidad si no nos llega para llenar la cesta de la compra? ¿Quién establece el límite entre primera, segunda o tercera necesidad si el teatro, los conciertos, el cine, la cultura siguen estando gravados con un IVA del 10%? Y ahora me podría decir usted -que es todavía más friki que yo-, que las descargas y suscripciones digitales de libros, periódicos y revistas redujeron su gravamen al 4%, el de las cosas de primera necesidad, en el país de la brecha digital, no lo pierda de vista.
Y por eso, como yo también me alimento de contradicciones, me encantan la ferias de Libro, a pesar de que son ferias organizadas para que un sector privado -el de los libreros y editores- venda su mercancía en espacios públicos. Nadie es perfecto, dirá usted. Y mejor que los ayuntamientos cedan sus calles, sus instalaciones y sus recursos para vender libros que para vender coches, en eso estamos de acuerdo. Pero me gustaría que las ferias del Libro prestaran una mayor atención, un mayor espacio a la lectura pública y gratuita, y que más allá del encuentro con los autores, más allá de las firmas de libros -previo paso por caja-, más allá de los conciertos y las perfomances, se pusieran en valor las bibliotecas, que por cierto, también salen mal paradas en los observatorios de turno.
Yo sí creo en el poder sanador de las palabras, en el placer infinito de la lectura y en que leer nos hace más libres y menos ignorantes. Yo sí creo que los libros son un bien de primera necesidad y creo que hace falta mucha pedagogía y muchos planes de fomento de la lectura para que interioricemos los beneficios que aporta leer.
Así que por eso estoy encantada con la Feria del Libro de Cádiz, la más bonita del planeta -lo digo siempre porque es rigurosamente cierto-, que se está celebrando desde el pasado viernes y que hasta el próximo domingo se debería convertir en la cita obligada para todos los vecinos y vecinas de la ciudad, incluso para los que no pueden comprarse un libro, porque el encuentro fortuito con los libros es quizá el mejor regalo que podemos hacernos, el mejor legado que podemos dejarle a nuestros hijos. Decía José Emilio Pacheco que «cuando se ha descubierto muy temprano la felicidad de leer, uno tiene la certeza de que nunca será completamente desdichado». Tal vez a eso se referían las leyes, porque la felicidad sí que es un bien de primera necesidad, aunque cueste mucho encontrarla.