OPINIÓN

Los juanillos en la UCI

La fiesta en Cádiz ya está más que amortizada, lo sabe usted, lo sé yo, y lo saben los organizadores. La cuestión es saber quién la deja morir en paz

Si hay un pasaje del Quijote al que hay que volver una y otra vez, y de manera recurrente, es el de Maese Pedro con su mono adivino. Ya sabe, el capítulo del titiritero que va por esos pueblos de la Mancha, con su teatrillo ... de marionetas y, al hombro, un macaco capaz de adivinar el pasado y el presente por un puñado de monedas, y que culmina con una las citas más célebres de Cervantes: «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Una sentencia que debería estar recomendada por los gurús del healthy, tanto como el ayuno intermitente, el arroz rojo o el Pilates de pared. Ya sabe eso que dicen, mens sana in corpore sano, leer y viajar, o lo que es lo mismo, andar, que son los mejores remedios contra la ignorancia y los que menos se ponen en práctica. A mí, que soy de andar mucho y de leer mucho, dios me guarde de decir que sé mucho, pero sí puedo decir que he visto tanto que me siento como el mono de Maese Pedro, con los poderes suficientes como para decir que por estos parajes ya hemos pasado más de una vez y asegurar que no vamos por buen camino.

Y no, no le estoy hablando de cómo va el mundo ni de cómo va repitiendo, capítulo a capítulo, el relato –como dicen ahora los modernos- de la primera mitad del siglo XX, que de eso también se ha dado usted cuenta, aunque prefiera hacerse el tonto y seguir como si la cosa no fuera con nosotros. No es por hacer spoiler, pero no acaba muy bien la temporada, siento decírselo; la crisis, la pandemia, el auge de los nacionalismos, los conatos de totalitarismos… en fin, mejor no pensarlo mucho. No. No le voy a amargar el domingo con estas cosas y mucho menos un domingo como el de hoy, tan corto –el solsticio es lo que tiene- y tan cargado de tradiciones. Porque, sí, hoy se celebra la Noche de San Juan y sí, parece que vuelven los Juanillos después de cuatro rarísimos años: 2020 con el Juanillo ignífugo, 2021 sin Juanillos, 2022 con Juanillos, bruja Piti y dios Momo, y 2023 sin Juanillos y con Levante.

Una lástima que, teniendo una oportunidad de oro, la pandemia no se hubiera llevado por delante, de una vez, esta fiesta que sigue viva de milagro pero que no levanta cabeza desde hace mucho tiempo. Usted y yo lo sabemos, hace mucho que los Juanillos no son lo que nos dijeron que eran. Y una, que ha leído mucho, pero también ha visto mucho, recuerda todavía cuando hace cuarenta y pocos años –sí, tengo edad suficiente como para acordarme de cosas que pasaron hace cuarenta años, y algunos más-, la concejalía de Fiestas y el movimiento vecinal gaditano recuperaron la vieja costumbre de hacer una hoguera con trastos y trapos viejos, en una perfomance catártica –Tira al juanillo por el patinillo- de renovación y de limpieza de las casas. No hace falta que yo se lo diga, pero no hay que olvidar que el origen, en Cádiz, de las fogatas de san Juan no está emparentado con el fuego purificador y mágico de las ancestrales culturas mediterráneas, sino que tiene que ver con algo más pedestre, con la costumbre gaditana de tirar las esteras que cubrían las solerías de los edificios en invierno, o lo que es lo mismo, con la costumbre de pegarle un flete a la casa de cara al verano. Hasta para eso somos originales.

La reinvención de los Juanillos tuvo su gracia en los primeros años, es cierto. La gente iba de barrio en barrio detrás de la banda y los bomberos, a ver cómo ardían aquellas bolas de gasolina y trapos. Luego cayó, como todo, en brazos de la desidia y aunque nadie se atrevía a decirlo abiertamente, todos sabíamos que la decadencia de la fiesta había comenzado en el mismo instante en el que se reinventó. Solo hay que echarle un vistazo a la hemeroteca –leer mucho, ya sabe- y, sin irse muy lejos, comprobar que de los veinte Juanillos que participaron en la fiesta hace quince años, bajamos a trece hace una década y de ahí, hemos seguido bajando –como en población- hasta instalarnos en la media docena que arderá esta noche, si no lo impide cualquier cosa, que a estas alturas el gafe de los Juanillos es algo más que una sospecha malintencionada.

Seis juanillos seis competirán este año en una fiesta que contará, además, con la participación, fuera de concurso, de la Asociación de Artesanos del Carnaval que ha confeccionado tres obras –de sugerentes títulos- para que la fiesta dure casi hasta la medianoche, y así se siga alimentando, aunque sea por vía parenteral, una tradición que hace tiempo que está en cuidados paliativos y dando las boqueadas. Porque hasta las tradiciones necesitan leer mucho y ver mucho. Y a poco que una lea y vea se dará cuenta de que la gente más joven ya no está por la labor de tirar al juanillo por el patinillo ni siquiera a tu abuela por la escalera. La globalización los ha empujado a la playa, donde según la web de un hotel gaditano «se reúnen grupos de personas para saltar las olas a medianoche», como pueden hacer en cualquier otra ciudad.

A veces soy como el mono de Maese Pedro y, a veces, voy a más. La fiesta de los Juanillos en Cádiz ya está más que amortizada, lo sabe usted, lo sé yo, y lo saben los organizadores. La cuestión es saber quién la deja morir en paz.

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