LA HOJA ROJA
Lo que nos importa Europa
A los españoles nos importan poco estas elecciones –las elecciones transnacionales más grandes del mundo-, tal vez porque nuestro voto apenas representa un nueve por ciento de los casi cuatrocientos millones de europeos que hoy están llamados a las urnas
Del topicazo del «todo está en los libros» se deduce el desconocimiento absoluto que tenemos de la Historia, con mayúsculas, y de nuestra historia, de esa minúscula parte del mapa sentimental trazado con las líneas del tiempo. Decía Sergio del Molino, la pasada semana, que « ... el divorcio entre la opinión pública y la publicada era tal –en referencia al Desastre del 98- que los libros de texto de historia engañan a los alumnos» y los confunden con fechas, con datos. En la mayor parte de los casos, solo reflejan la estructura superficial de una España profunda que, en la práctica, estaba ajena a los vaivenes políticos y al trauma que reflejaban los periódicos de la época. Lo que está en los libros no es lo que vivían y pensaban los españolitos que perdieron Cuba y Filipinas, lo que sentían se perdió -como lágrimas en la lluvia- porque ningún intelectual, ningún historiador, ningún columnista, se habría dignado a bajar de su torre de marfil y a contar, de verdad, qué es lo que preocupaba a los españoles de entonces.
Le cuento esto por dos cosas, la primera porque ha vuelto a caer en la PEvAU la dictadura de Primo de Rivera –seis años seguidos, que se dice pronto-, convirtiendo ya en tradición que los alumnos y las alumnas andaluces sean capaces de aprobar Historia estudiando solo un tema; y la segunda, porque la semana pasada se celebraba la Semana Internacional de los Archivos y el nuestro, el municipal, nos regaló la actuación de la antología de «Los Joyeros Gaditanos», con la recuperación de coplas –algunas de ellas nunca grabadas en ningún soporte fonográfico- y la recuperación de imágenes y documentos del carnaval de los años 30; muchos, depositados en ese «joyero» municipal que es el archivo de la calle Isabel la Católica. Una maravilla, la labor que hace esta agrupación carnavalesca que ya va por el segundo volumen editado de coplas y que pretende aportar luces y sonidos a la historia de nuestro Carnaval y al Patrimonio Cultural Gaditano. Porque esa suerte es la que tenemos en Cádiz, que sabemos que no solo de las noticias y de los sesudos discursos académicos vivían los gaditanos, sino que tenemos todo un arsenal, no siempre publicado en los libretos, de letras–y cada vez más de músicas- que nos cuentan cómo éramos y cómo queríamos ser.
La euforia con la que Cádiz recibía la noticia de la proclamación de la II República, la denuncia valiente al maltrato femenino o las huelgas de pan nos hacen pensar en una ciudad comprometida social y políticamente, tal y como demuestran documentalmente las investigaciones de Francis Sevilla Pecci, Santiago Moreno y Kiko Camacho, que complementan a la perfección las coplas de aquellos años. Escuchando las esdrújulas rimas, «la tricolor ondea impávida, con la majestad del águila», «pues la bandera se ha traío sin que la sangre haya corrío», podríamos dejarnos arrastrar por el corazón y pensar que era esto lo que más preocupaba a los gaditanos. Y, sin embargo, las luces verdes que mandó poner el Ayuntamiento en las calles, el tío de la perilla –Ramón de Carranza- o el carácter de una casera «que tiene ratas en las tripas», se llevaban los aplausos y las carcajadas de los gaditanos en aquellos tiempos. Porque una cosa es el deseo, y otra muy distinta la realidad, que ya lo decía Cernuda.
Pensaba todo esto porque, quizá, dentro de veinte, treinta o cincuenta años, los historiadores nos hablen de cómo preocupaba a los españoles la situación política europea, de cómo se vivía la crispación y la polarización ideológica de Algeciras a Estambul; creerán los eruditos de entonces que vivimos intensamente el debate sobre el sentido de Europa, «donde cada minuto –escribía Sergio del Molino- forma parte de una hora decisiva». Como si esa hora definitiva fuese la que hoy nos jugamos los españoles en las elecciones europeas. No es necesario que se lo diga; no se ha terminado la jornada electoral pero no hace falta ser un lince para aventurar que la abstención ha sido el fantasma que ha atravesado Europa a lomos de la desidia, del desinterés.
No es nada nuevo porque las elecciones al Parlamento Europeo han sido siempre las menos concurridas, al menos en nuestro país. Pero en este caso, ni siquiera los grandes desafíos de la Unión Europea –la guerra de Ucrania, el conflicto en Gaza o la ya imparable llegada de migrantes- han conseguido movilizar al electorado cansado e insatisfecho que podemos encontrar en Portugal, en Italia o en la República Checa. Un electorado que parece haber bajado los brazos ante el disparate de los nacionalismos, los ultranacionalismos y el avance de una derecha que parece sacada también de los archivos de la historia.
A los españoles nos importan poco estas elecciones –las elecciones transnacionales más grandes del mundo-, tal vez porque nuestro voto apenas representa un nueve por ciento de los casi cuatrocientos millones de europeos que hoy están llamados a las urnas; o tal vez porque todo aquello del europeísmo no era más que un espejismo de lo que quisimos ser hace cuarenta años.
Mire a su alrededor, no se conforme con lo que sale en los informativos –tanta máquina del fango- ni con lo que lee en los periódicos; escuche lo que habla la gente en los bares, en las salas de espera de los ambulatorios, en la puerta de los colegios… eso es lo que, de verdad, le preocupa a la gente. Y eso es lo que deberían tener en cuenta nuestros dirigentes.
Que para historias de romances, venganzas y traiciones ya están las telenovelas turcas, que también son europeas.
Ver comentarios