Hoja Roja
La iglesia de Berlanga
De vez en cuando la vida se empeña en que volvamos a ver 'La escopeta nacional', tal vez para que no se nos olvide que somos polvo y que estamos hechos polvo
Porque la realidad supera, siempre, a la ficción es por lo que merece la pena sentarse a ver pasar la vida, sin distinguir las voces de los ecos, ni el coro de los grillos que cantan a la luna para intentar convencernos inútilmente de que ... somos –como diría el poeta- en el buen sentido de la palabra, buenos. Y cuando llegue el día del último viaje no quiero ni pensar en las colas que se van a formar para pedir la devolución de las entradas, porque ni esto es lo que nos dijeron, ni nadie nos dijo que teníamos que leernos el manual de instrucciones antes de empezar ni que, definitivamente, somos tan buenos como nos habíamos creído. Por eso, reconocer que no hay ni una cabeza buena es el mejor ejercicio para entender lo que pasa alrededor nuestra, que ya sabe lo que dice el título preliminar de la Ley de Murphy: no hay situación que no pueda empeorar. Luego está, claro, el refranero, pero como referencia me parece de menor calidad que Machado, para qué le voy a decir otra cosa, y tampoco se trata de ponerme vulgar, que de eso también se encarga la realidad ella solita.
Así que no le voy a dar más vueltas y voy derechita al grano. Porque, aunque lo parezca, lo de las monjas cismáticas no es una ficción de los Javis, ni son personajes de Umberto Eco o de Dan Brown; lo de las monjas cismáticas es tan real que parece salido de la mente mesiánica de Berlanga, al que tanto debemos en este país, y al que tan poco se ha venerado, por habernos revelado el evangelio de lo mamarracheros que somos en este país. La historia del cisma de opereta de las religiosas clarisas del Monasterio de Belorado, por si no la sabe, no tiene desperdicio. Y es todo verídico, que diría el maestro Gandía, al que también le debemos más de lo que pensamos. Si aún le concediera credibilidad a Pedro Almodóvar el asunto se parecería al guion de alguna de sus primeras películas; pero insisto, la realidad siempre supera a la ficción y en todas partes cuecen habas y algún que otro obispo de astracán viviendo a cuerpo de rey a costa de la generosidad de sus beatas.
Como era de esperar en este país, las monjas clarisas de Belorado y Orduña han eclipsado la crónica política catalana, el bochorno eurovisivo, el frustrado viaje de Zelenski, el paso de las carretas rocieras por Doñana y hasta las protestas estudiantiles contra Israel. Porque si hay algo que nos une a todos –y de qué manera- es el anticlericalismo y el morbo de topar con la Iglesia, claro. Y, si a eso le añadimos ingredientes tan suculentos como el chocolate, las trufas, cierto complejo de Willy Bonka, el éxito en Madrid Fusión, unas turbias operaciones inmobiliarias y una abadesa «de carácter peculiar», habremos completado el círculo perfecto para que las monjas no nos dejen ver el bosque. Se lo dije al principio, de vez en cuando la vida se empeña en que volvamos a ver 'La escopeta nacional', tal vez para que no se nos olvide que somos polvo y que estamos hechos polvo, también
El portavoz de la Pía Unión de San Pablo Apóstol –nada que envidiarle a la orden de las redentoras humilladas de 'Entre tinieblas'- se hace llamar don José. Es un cura ordenado por Pablo de Rojas Sánchez-Franco, 'Grande de España y Duque Imperial' –se refiere a sí mismo como 'Su Católica Grandeza Episcopal' -el obispo de mentira que vive en una casa de ochocientos metros cuadrados en pleno centro de Bilbao, tiene criada con cofia y asistente asiático –como Ángela Channing- y da misas de espaldas y en latín, en su casa a una pandilla de beatonas que le sufragan sus extravagantes y carísimos gustos. Don José, el portavoz, era en su anterior vida el presidente de la asociación de barmans de Vizcaya y un reputado coctelero en la noche bilbaína, pero lo dejó todo para seguir a un pirado que habla en sus redes de Franco 'nuestro invicto caudillo', considera rey legítimo de España a Sixto Enrique de Borbón-Parma, no reconoce a ningún Papa después de Pío XII y se viste como si fuera Fermín de Pas, lo que tendría mucha gracia si no fuese rigurosamente cierto.
Tan cierto como que la disparatada historia de las monjas, los trapicheos inmobiliarios, el uso de las redes para hacer 'comunicados', la majadería del supuesto obispo, el aumento de pedidos online de los dulces y el cachondeo generalizado con todos ellos pone en entredicho –y en peligro- la labor que la Iglesia Católica realiza en la sociedad y el símbolo de una iglesia solidaria, caritativa y generosa con los más necesitados y con los excluidos.
Verá. Por tipos como Pablo Rojas –hay muchos, no piense que están muy lejos de nosotros- y por tipas como las monjas cismáticas, se empaña, por ejemplo, el trabajo que realizan las Hijas de la Caridad en Gerasa con enfermos de SIDA –sí, todavía hay SIDA-, y drogodependientes; se desmerece la labor del comedor Virgen Poderosa en los Callejones, se ningunea el acogimiento a menores en riesgo de exclusión social del Rebaño de María, el trabajo constante con migrantes que se realiza en Tierra de Todos o en la asociación Cardjin, el acompañamiento a mujeres en contexto de prostitución o de explotación sexual que se hace desde el Centro Mujer Gades de las Oblatas. Se tira por tierra la incansable labor de Cáritas, y la de muchas personas que, desde dentro de la Iglesia trabajan por un mundo más justo y más igualitario.
Por tipos como Pablo Rojas y la abadesa sor Isabel de la Trinidad la imagen que da la Iglesia Católica cada vez es más lejana, en el tiempo y en el espacio y cada vez es más marciana. Será que lo del reino que no es de este mundo lo llevan a rajatabla.