Ni frío ni calor
«Yo no sé si usted será consciente o no, pero llevamos cenando con idiotas desde que acabó la pandemia»
Yo no sé si usted será consciente o no, pero llevamos cenando con idiotas desde que acabó la pandemia. Y no, no lo digo en sentido literal –que luego la gente se pone muy exquisita y se lleva las manos a la cabeza en lugar ... de llevárselas al bolsillo- sino en el más figurado de los sentidos, que no es la vista, ni el olfato, ni el gusto, ni siquiera el sentido común. Desde hace un tiempo, quizá coincidiendo con el falso final de la desescalada, hemos comenzado otra pantalla en el juego de la estupidez humana. Cuando ya no había más peligro que el de hacerse un antígeno de dos euros y que salieran dos rayas burlonas, los creadores de «a ver qué os hacemos ahora» se pusieron manos a la obra para diseñar un nuevo panel de aventuras y de peligros, sobre todo de peligros, porque teniendo a la gente acojonada es mucho más fácil controlarla, esto lo sabemos todos. Que si la subida de la luz –dígame la verdad, ¿todavía mira usted el reloj antes de poner la lavadora?-, que si el presunto desabastecimiento de víveres y productos de primera necesidad, que si el calentamiento global nos va a achicharrar vivos antes de que acabe la década, que si la subida de precios –siempre tiene que haber una pista verdadera en el juego- y ahora el necesario y obligado ahorro energético que primero nos ha quitado las corbatas y va camino de quitarnos las ganas de vivir, porque lo ha dicho Europa, que para este juego es como el 'Big Brother' de Orwell.
Verá. Intente no juzgarme antes de leer mi argumentación; sé que es difícil porque vivimos de titulares y posiblemente no habrá llegado usted hasta aquí antes de ponerme como los trapos en la primera red social que tenga a mano, pero le voy a decir lo que pienso. Total, el pensamiento es lo único que, de momento, no ha intervenido el Gobierno, así que voy a aprovecharme. El frío y el calor, siendo reales, no son más que convenciones que hemos aceptado para determinar el paso del tiempo. Buena prueba de ello es que tenemos nuestro armario interior ordenado según las hojas del almanaque; ya verá, en septiembre, aunque estemos a treinta grados, la gente empezará –empezaremos- a echarnos la colcha y para los 'tosantos' nos pondremos los chaquetones, aunque vayamos sudando la gota gorda. No le voy a decir que el tiempo es un estado de ánimo –que lo digo siempre- pero sí le diré que tiene mucho de marca identitaria. Que ahora hace más calor, vale; que en invierno bajan las temperaturas más de lo que nos gustaría, vale también. Pero no olvide nunca que, por mucho que nos parezca una fantasía, por este nivel ya habían pasado antes otros jugadores; jugadores de búcaro y esteras de esparto, que combatían el calor utilizando las mañas más ecológicas. Que luego nos dieron la Mickey herramienta –lo siento, me cuesta desprenderme de mi época de madre que ve programas de televisión educativos con su prole- del aire acondicionado y de la calefacción y ahora, que la hemos perdido, no sabemos qué hacer.
La lógica incertidumbre del comercio gaditano es un síntoma de que todavía nos queda algo de lucidez y de esperanza. Porque sí, todos estamos de acuerdo en que el ahorro de energía nos hará mucho bien en el planeta y en la cartera, todos estamos de acuerdo en que no podemos ir en contra de la naturaleza y todos estamos de acuerdo en que la zona de frío y congelado del Súper Carmela serviría para torturas extremas en una guerra y que está diseñada para que compres lo que está en los lineales más cercanos a la puerta. Pero también estamos todos de acuerdo en que no sabemos cómo vamos a pasar de pantalla en este interminable juego de los idiotas. Y tampoco sabemos hasta dónde nos llegará la paciencia.
Hasta hace cuatro meses, el mensaje era abrir puertas y ventanas –hasta las que no existían- para crear circuitos de aires 'Covid Free' ¿se acuerda? El comercio, sobre todo el pequeño comercio, y la hostelería tuvieron que hacer un esfuerzo extraordinario para cumplir con una normativa absurda que ahora ya no sirve para nada, porque el ahorro energético, los objetivos ODS y ese ente llamado Europa, los obliga ahora a cerrar puertas –mediante dispositivos eléctricos-, a apagar escaparates a las diez de la noche y a mantener una temperatura determinada durante el invierno y durante el verano.
Y en esto, ya se van formando los equipos. Por un lado, los comerciantes de Cádiz, con toda la razón del mundo, piden un poco de concreción en la norma porque no es lo mismo 27º en Oviedo, que en Cádiz –que es la temperatura normal del verano, con lo que no sería necesario encender el aire acondicionado-, ni es lo mismo 19º en Teruel que en Canarias; y, por otro, el presidente de Horeca que está contentísimo porque, aunque asume el riesgo de perder clientela, le ve muchas ventajas a la medida del gobierno. «Al contrario, nos va a salir más barata la factura de la luz que, como sabemos, está por las nubes». Siempre es bueno que haya un optimista en el equipo, qué quiere que le diga.
La racionalización del gasto energético y el uso desproporcionado de aparatos de climatización es mucho más que quitarse la corbata y crear a los vigilantes del calor –lo de los comercios mostrando en todo momento su temperatura y su humedad es otro gasto, advierto-, pasa por educar al personal y concienciarlo de que los recursos son los que son y de que en verano hace calor y en invierno hace frío, que los perros dicen guau y los gatos dicen miau y que ahora mismito voy a ponerme una rebequita.
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