HoJa Roja
Antes de que se enfríe
No sé cuánta basura se recogería hace veinte años un sábado de Carnaval, pero sí sé que hace treinta ya se hacía botellón y se meaba entre dos coches
Estamos todos de acuerdo en que los análisis –como las venganzas- hay que hacerlos en frío. Que, en caliente, ya se sabe, ni los bizcochos –no piense en la chirigota, por favor- sientan bien. Habrá quien piense que, antes de analizar el Carnaval que ya ... casi se nos acaba, hay que esperar a las cifras. Pero también habrá quien piense, que las cifras son nada sin las letras, o lo que es lo mismo, que esta música es preciso cantarla antes de que se enfríe.
Porque como todos los años pasa lo mismo, la memoria no es capaz de retener los detalles que hacen diferente a un Carnaval de otro, y vamos arrastrando y repitiendo, como una letanía, las mismas críticas, los mismos reproches y las mismas «propuestas de mejora» desde hace… quién sabe cuánto. Que el concurso es largo, que el reglamento necesita una vuelta, que la cantera no se toca, que los niños -y las niñas- no pueden cantar tan tarde, que el jurado siempre está bajo sospecha de algo, que el gusto de cinco personas no puede colorear el libro entero, que el sistema de venta en las entradas del COAC no beneficia a la gente de Cádiz -años llevamos escuchando esto-, que las luces son cutres o son excesivas o son pocas, que el programa de actos del Carnaval es una porquería o es muy caro o no tiene interés, que si los conciertos los tienen que hacer la gente de aquí, que a los artesanos de Cádiz no les encargan las cosas, que si la Bruja Piti es guapa o fea, que lo de las Puertas de Tierra no es carnavalesco, que si lo de las Puertas de Tierra se le ha encargado a alguien de fuera, que la carpa molesta a los vecinos -esto es cierto-, que dónde se debería colocar la carpa, que si nos quedamos sin los pocos aparcamientos que tenemos los residentes en el centro, que por qué el programa oficial empieza un día antes de la final si no hay nada que ver en la calle, que si la cabalgata es una porquería o es muy cara o no tiene interés -como el programa-, que si vienen los vándalos inmisericordes a cargarse nuestra fiesta, que si RENFE no debería implementar los servicios en el fin de semana, que si el autobús urbano debería implementarse durante toda la noche, toda la semana, que si el pregón es de Cadi-Cadi, que si no lo es, que si es el más caro de la historia, que si el pregonero se lo merece o no se lo merece, que si debería ser más de Cádiz que nadie, que si las agrupaciones punteras no cantan en la calle, que si se van a Sevilla -esto pasaba más antes, pero la gente lo sigue diciendo-, que si la gente no sabe escuchar, que si el sábado es un botellón, que si el Ayuntamiento debería prohibir venir a los autobuses, que si los autobuses regalan condones y la gente ya llega alicatada, que si hay que vallar la Catedral, que si no hay que vallarla, que si el Carnaval es la fiesta de la libertad, que si hay que ponerle límites porque no todo el monte es orégano… y así, una y otra vez, año tras año. Será que tenemos en la masa de la sangre lo de estar todo el día opinando, pero no tenemos remedio.
Y como sé que a usted le resulta familiar toda la parrafada anterior, estará de acuerdo conmigo en que nunca llueve a gusto de todos -es un frase hecha, claro- y en que es imposible ponerle puertas a este campo de batalla. No sé cuánta basura se recogería hace veinte años un sábado de Carnaval, pero sí sé que hace treinta ya se hacía botellón y se meaba entre dos coches y la gente no escuchaba y la carpa ha molestado a los vecinos, estuviera donde estuviera, y la cabalgata siempre ha tenido de magno el mamarracho. No ha habido nunca un concurso sin polémicas, ni ha sido fácil conseguir entradas para la final -recuerde los años del sorteo-, y los autobuses felices forman parte del paisaje carnavalesco desde hace un cuarto de siglo.
Claro que no nos sirve el argumento de «siempre ha sido así», pero tampoco nos sirve el del santo grial de la copla, porque si hemos vendido, y promocionado nuestra fiesta como un activo necesario, no ha sido para decir «mirad qué bien nos lo pasamos aquí y cuánto arte tenemos pero no vengáis que aquí no queremos gente de fuera», porque eso, nos guste o no, es muy cateto.
A Elena Gortari -que es una influencer con más de millón y medio de seguidores en TikTok- no le gustó el Carnaval y no tuvo reparos en decir que no supera «ni la feria, ni las Fallas ni los Sanfermines». Lo mismo tenemos delante la solución al problema y no nos hemos dado cuenta: Elena Gortari, pregonera.